Retórica, despelotes y gestión pública
Si consiguiera mecenazgo, sigo con el empeño de publicar un libro agradable, no solamente una selección, menos una antología, de mis columnas. Mi sueño es convencer a Pipo Velasco, a usar sátiras caricaturescas suyas, alusivas a cada artículo publicado. Por ejemplo, mi “Devolver la novillada al corral” de octubre de 2006, tendría la de La Siete de Los Tiempos, que leo, asiduo, juro que no tanto por direcciones de sex shops, sino por las caricaturas de mi conocido de la infancia en la calle Paccieri.
La ocurrencia en adivinanza del otro día, contrapuso en un lado a la marcha del TIPNIS, donde los policías aporrearon a los indígenas; en la otra mitad, la del CONISUR en la que los indígenas golpearon a los periodistas ante la impavidez de la Policía. Quizá eran gamberros cocaleros que días antes se habían observado en el Chapare abordando buses camino a La Paz, a engrosar filas alboroteras con avíos de ya sabes quién.
Para los que carecen de recuerdos vaqueros, mi artículo se refería a la dificultad de este Gobierno de serenar los ánimos de una gente acostumbrada a salirse con la suya si arma quilombos, cual estampida de ganado al que han reventado cohetillos de arengas odiosas y abierto la tranquera del despelote.
En efecto, no hay inventor que no reviente con su invento. Es adagio popular que cala al Gobierno, porque fueron sus mandamases los que cocinaron la dieta de manifestaciones, bloqueos, marchas a la sede de gobierno, gamberrismo y huelgas de hambre “a la boliviana” –que nunca resultan en muerte por no imitar rigores irlandeses. Tumbaron un gobierno democrático y un par de interregnos posteriores, en lo que quizá se patente como golpe de la montonera a la democracia representativa, en un país de inventos que llevan a la regresión, no a la progresión.
Según la Fundación Milenio, la segunda gestión de Evo Morales es “la más conflictiva de la historia contemporánea de Bolivia”. Se “registró un promedio de 2.3 conflictos sociales por día” y los “884 eventos conflictivos contabilizados durante 2011 marcaron un nuevo récord desde 1970”.
Lo novedoso es que se rebate la falacia conformista de algunos, de que el despelote callejero es parte de nuestra cultura. Esta apreciación de nuestro carácter nacional pudiera ratificarse si contrastamos los meses de mayor conflicto con los de las fiestas a las que somos tan afectos. Penoso sería probar una hipótesis de trabajo que postulase que son suplementarios, digamos, el carnaval y las marchas en la sede de gobierno. Algún sociólogo podría entonces perorar sobre conflictos positivos y negativos en el devenir boliviano.
Lo que no podrían negar, y la Fundación Milenio lo sondea, es que la anomia conflictiva y la búsqueda de soluciones a través de la protesta callejera conllevan altos costos para la sociedad nacional. La conflictividad social es piedra que lastra el desarrollo boliviano tanto como la mediterraneidad, dicen, y enfatizo la ironía de que Chile, que debe mucho de su progreso a la cornucopia de recursos naturales –guano, salitre, cobre y mañana litio– que obtuviera del despojo iniciado en el febrero carnavalesco de 1879, no festeja las carnestolendas.
La Fundación Milenio cotejó las oleadas de conflictividad social con los momentos históricos que le ha tocado sufrir a la república. No me detendré a evaluar los dos “valles de relativa quietud” al que hacen mención, más aún si apuntan a tan disímiles momentos políticos como fueron las dictaduras militares de los 70 y el reformismo democrático de los 90. Quizá la quietud se debió al hartazgo previo, o vaticinaba la tormenta por venir. Algo como la calma antes y después de la tempestad.
Sin embargo, es cuando menos sugestivo que los picos de conflictos sociales en los últimos 40 años, coincidan con los períodos gubernamentales de los generales Alfredo Ovando y Juan José Torres, el aborto presidencial de Hernán Siles Suazo y el actual “gobierno del cambio” de Evo Morales.
No adivino ni vaticino al no ser quiromántico ni poseer la sabiduría ancestral, tan en boga estos días, que me haría letrado de la lectura en coca. Pero especulo que si hay un común denominador en los tres períodos conflictivos, es la retórica populista. Quizá existe una relación entre retórica, despelote y gestión pública.
Calificando aún más, entre retórica demagógica, despelote montonero y gestión pública desperdiciada. ¿No serán los excesos discursivos los que abren el corral para que se desboque el ganado?
Mentira lo de la sabiduría del pueblo; éste es igual que los ejércitos, camina sobre su estómago, como decía Napoleón. Mentira lo de la ausencia de azuzadores de las multitudes: si la turbamulta es ciega, necesita lazarillos interesados. El Gobierno tuvo recursos para costear el despilfarro populista. Ahora le toca extenuarse apagando incendios de gente acostumbrada a lograr objetivos gremiales mediante la presión de los pies ampollados y el puño levantado gritando consignas.
¿Quién meterá la novillada al corral?, sigue siendo una pregunta pertinente en 2012, como lo fuera seis años atrás. La pena es que se jode el país. Tal vez la esperanza yace en la tecnología, que de seguro no será originaria. Qué nomás sobrevendrá en el futuro, si corre la volada de que la marca de la manzana mordida, sacará a la venta un implante inocuo de senos, que aparte de solazarnos en mirarlos aumentados, tiene reproductor de música para escucharlos.
(09022012)