El cineasta habla de racismo
Jorge Sanjinés, director de Ukamau y Yawar Mallku, anda promocionando su última película. Lo recuerdo barbado, como si fuera una versión colla de Clint Eastwood, emponchado y lentudo, luciendo un chullo de lana en vez de sombrero. Hace poco, Sanjinés dijo en una entrevista: “Seguimos siendo una sociedad en la que el racismo no está superado” (EL DEBER, 13.08.12). ¿Racismo? Me gustaría saber a qué racismo se refiere. Yo le contaré una historia de racismo de hace poco y de hace 43 años. No del blanco contra el “indio”, sino del “indio” contra el “chino de mierda” como suelen llamarnos cariñosamente – en Bolivia — a los hijos de japoneses.
Entre 1969 y 1971 acepté cándidamente enseñar literatura en la Universidad Mayor de San Andrés, en calidad de profesor invitado. Eran días agitados y confusos. Mis alumnos de aquellos días saben de qué hablo. Entre clase y clase, un grupo de estudiantes mestizos de ascendencia aimara –hoy masistas-kataristas en el Gobierno, supongo— me acosaba diariamente, increpándome: “¿Qué haces aquí, chino de mierda? Este no es tu país. ¡Vete al Japón! Bolivia es de los indios”. Así, todos los días.
Aguanté la andanada diaria de agresiones racistas. Al ver que no me doblegaban, los jóvenes kataristas aceptaron tomar café conmigo. Eran cuatro o cinco. Debo aclarar que mi mujer española era conocida en la facultad de letras porque solía esperarme a la salida de clases. En tono distendido, les pedí que me explicaran sus complejos raciales. Ellos razonaron su rabia y resentimiento diciéndome que yo me había vendido a los curas, a la burguesía y a los colonialistas; que yo tenía la piel blanca (¡sic!) y ellos, cobriza; que yo tenía apellidos extranjeros y ellos apellidos aborígenes; que ellos eran pobres y yo era rico (¿?) y que, finalmente, yo podía ‘tirarme’ a una blanca y ellos, no.
No poder ‘tirarse’ a una blanca era la raíz del ‘problema’. “¡Ajá, con que esa tenemos!”, atiné a decirles y me permití darles cinco consejos sobre cómo cortejar a una “k’ara’ para llevarla al huerto, si antes no te llevaba ella: 1º/ Agua y jabón; 2º/ Lavarse los dientes después de comer; 3º/ Cortarse las uñas y que no te huelan los pies; 4º/ Ropa limpia y planchada; y 5º/ Ser consciente de que la mujer –“k’ara” o no— te valora como persona y no por el color de tu piel ni por tu apellido, ni por tu plata. No sé si me entendieron, pero continuaron haciéndome la vida imposible hasta echarme de la universidad, en 1971. Meses después, el golpe cívico militar de los Banzer-Paz Estenssoro-Mario Gutiérrez-Sélich me echó del país, a mí y a mi familia.
Veinte años después, los indigenistas me localizaron en Europa y continuaron humillándome. Los kataristas (algunos blancoides entre ellos) me persiguieron por Europa. Yo hablaba de Bolivia; ellos, de la Nación Aimara. Saboteaban mis recitales y conferencias disfrazados de indios, emponchados y enchullados, al grito de “¡Chino de mierda, usted no es boliviano. Bolivia es de los indios. ¡Váyase a su país! ¡Váyase al Japón!”. Por eso, decidí no asistir más a reuniones y congresos internacionales. Y aquí estoy, escuchándole decir a Jorge Sanjinés que “seguimos siendo una sociedad en la que el racismo no está superado”. Claro que no está superado. Hoy más que nunca se ha incrementado. Con el katarismo en el poder tenemos que “considerarnos” pertenecientes a una tribu de indios o, en caso contrario, el ostracismo y la nada. A propósito, ¿usted, Jorge Sanjinés, boliviano mestizo vasco, a qué pueblo originario “considera” que pertenece?
Madrid, 24.08.2012.