Septiembre de un año cualquiera
Santa Cruz se viste de gala en septiembre. Tanto que, hasta los visitantes lo notan y lo mencionarán en futuros relatos allende fronteras. Varias decenas de países estarán presentes en la FEXPO, su feria; ellos llevarán la imagen del cruceño, de Bolivia y de sus gentes al resto del mundo. Cientos de miles recibirán, como grata compensación, un pasaje gratis para conocer la geografía y la historia de ese mundo que se hace presente demostrando sus mejores productos y éxitos empresariales. Septiembre es un mes de fiesta.
La capital del oriente de Bolivia se ha convertido en una de las 14 capitales de mayor crecimiento a nivel planetario. Parece increíble, porque vivimos la tertulia, disfrutamos de la amistad, degustamos del locro y los majaditos, como si nada hubiera pasado. Avanzamos, es verdad. Hay que tener ojo para “buscar” un buen locro; no siempre la gallina es criolla. Hay mucho “for export”. Pero ahí está, rondando los dos millones de habitantes y con una extensión que abraza el río Grande con el Piraí.
Crecen, se multiplican los desafíos, las soluciones tardan en llegar. ¿Sin motivo? Se reporta que hay un millón de dólares disponible cada día para invertir entre los distintos niveles de administración estatal. Qué añoranza, “otro gallo hubiera cantao”, si la abundancia coincidía con la calidad probada de sus ciudadanos y dirigentes de antaño. ¡Lo que hizo el Comité de Obras Públicas, con cuatro pesos! Gracias a las Regalías del 11%, que nunca nos las han cancelado honradamente (pero eso es otra historia), se hizo el patrón básico de lo que tenemos. Atrás quedaron otros departamentos infinitamente más ricos, desde mucho antes, pero cuyos destinos fueron tallados por élites que no cumplieron con su gente.
Santa Cruz sería el líder, como era de esperar: comunidad trabajadora, honesta y solidaria; aumentaron los ingresos y se reflejó en la mejora de todos. Hubo y hay pobreza, nadie lo niega. Pero es la ciudad y la región más equitativa (agua, luz, servicios básicos, trabajo), de más oportunidades y de mayor movilidad social. Títulos que nadie le puede negar. El IDH nacional lo ratifica. La hospitalidad del cruceño ha hecho el resto. Es el crisol de la nacionalidad; cierto, le viene al pelo. Dos tercios de su población se autodefine “mestiza”, o como quiere el actual estado, “ninguno”. El tercio restante se autodefine originario de quechuas (la mayoría), aymaras, guaraníes y otros pueblos de Tierras Bajas (Censo 2001). Realidad que no va a cambiar con el nuevo censo, salvo groseras manipulaciones mal intencionadas.
Es increíble el camino recorrido. Esto tiene también que ver con la tradición y la cultura de respeto a la ajeno, a la propiedad privada, la base del modelo económico regional. Bastaban los tratos de palabra para hacerlo valer mejor que un contrato. Permitió el ahorro, la acumulación de poco o mucho. Dio lugar a pequeñas y después grandes empresas. No se confió demasiado, ni esperó, la ayuda del Estado, siempre ocupado y orientado a la riqueza minera de occidente, la que se mueve en gran parte dentro de la ilegalidad. Pareciera dinero maldito. Tanta sangre detrás de cada veta, sea de oro, plata, estaño, zinc, o lo que fuera. Las promesas del litio, ¿correrán la misma suerte? Es algo más allá de los imperios, colonia, república o estado plurinacional. ¿Avaricia, codicia, ilusión de enriquecimiento rápido, falta de respeto a la propiedad privada, a lo legal? Y un enorme desprecio por la vida.
Permeable a los avances tecnológicos. Libres de odios atávicos. Santa Cruz se proyecta imparable, a pesar de los enemigos, que los tiene, y de los que no lo comprenden. Aporta con La Paz casi el 60% de los recursos nacionales; da de comer al 70% de los bolivianos; y aunque se le cercenan hasta los recursos que le corresponden por ley, sigue adelante. El único peligro que el cruceño tiene a la vista es la desunión. Que lo rompan por el medio. La división promovida arteramente, sin contemplaciones, por una sistemática acción del gobierno central empeñado en ponerle todo tipo de zancadillas. Por las taras de siempre. Venir a reclamar lo ajeno, a disfrutar de lo fácil, de lo ya hecho.
Lo que no cuadra. Inmigrantes japoneses llegaron a la zona de Yapacaní en los años 50; se fueron a trabajar al verdadero infierno, allí donde nadie había pisado. Al cabo de años es una comunidad integrada totalmente al quehacer regional y nacional. Los productos de esas “colonias” llenan los mercados nacionales con cantidad y calidad. Como en otras épocas de su historia, Santa Cruz es de nuevo avasallada. Hasta allí llegan los incapaces tratando de gozar de fortuna sin hacer esfuerzo. Con un censurable ardid destituyen al joven alcalde y corre como otros la misma suerte, hasta la cárcel. Injusticia que clama al cielo. Con seguridad, alguno de los violadores, ladrones, borrachos, ligados al narcotráfico y al trato de personas se encontrará esperando para fungir como nueva autoridad, y el municipio al tacho. Pero así avanza este pueblo, luchando pacíficamente contra toda adversidad.
Somos un pueblo joven. Más de 100.000 en aulas universitarias, cerca del medio millón en aulas escolares. Nadie lo para. Es responsabilidad del sistema educativo, familia, maestros, autoridades, no perder el rumbo. Insistiendo en los viejos valores que han hecho lo que vemos y lo que somos. Que nadie se quede atrás por falta de oportunidad. Que nadie se sienta discriminado, ni se lo discrimine. Que nadie se sienta mal recibido, porque aquí solo son mal recibidos los resentidos, los flojos, los dueños de lo ajeno, los que no reconocen moral, ni ley ni Dios. Aquí lo que existe es un pueblo que hace ley del Evangelio: el que no trabaja, que no coma. Reclamarán solidaridad solo los que por falta de medios o carencia de capacidades necesitan ayuda para sostenerse y tienen derecho de recurrir al Estado; ojalá no les alcance la muerte en la espera. Esa es nuestra herencia.