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IDEOLOGÍAS Y PARTIDOS EN BOLIVIA

Un artículo reciente de Juan Burgos Barrero “Las connotaciones ideológicas”, plantea una interrogante sobre los partidos políticos en América Latina, por su desprestigio, su falta de credibilidad y pobre ética. Y en esta línea, podemos preguntarnos: ¿qué pasa con los partidos políticos bolivianos, que tan mísera personalidad y rol tienen en el acontecer del país?

No es difícil establecer que en la política boliviana las cosas parecen poco serias y hasta absurdas, más aún en el actual periodo de cambio liderado por Evo Morales y Linera. Sucede que en el país, las leyes no están hechas precisamente para regir la sociedad (“Yo le meto nomas…” (Morales), “La ley se acata pero no se cumple” (principio de la colonia española), como debiera ser. Ni las ideologías expresan puntos de vista e intereses reales, como tampoco los partidos. De este modo las ideologías como las leyes y los partidos no logran mucho más que ser caricatura de ideologías, partidos y leyes propios de los países desarrollados, que funcionan como paradigmas a ojos de nuestros pensadores. Fue así desde la colonia feudal española, hasta el cristianismo sufre de un acomodamiento a los requerimientos de la expoliación colonial.

Tres factores pesan en esta situación:

1) Que son producto de afanes imitadores propios de nuestros ideólogos y líderes. Conocido es el afán de asimilar a nuestros líderes e intelectuales a los Lenin, Stalin, Trotsky, Hitler, Mussolini o Franco como a Fidel o Mao… En las minas, las figuras sindicales aparecían como los Lenin, Stalin, Trotsky, Mao, Fidel… bolivianos… mientras los falangistas tenían entre sus filas a los Franco, Mussolini, Hitler… criollos. En este tren es que Catavi se llamó Catavingrado y la Asamblea Popular (de inicios de los 70) “soviet…” Pero como se imita desde una realidad de atraso e ingenuidad, se copian mayormente las apariencias estridentes mientras se margina o ignora lo esencial, posiblemente también por deficiencias de estudio y comprensión. En ese mismo afán se copian conceptos y se los aplica a la realidad del país sin reparar en lo distinto de nuestras condiciones. Así, la Revolución del 52 es conceptuada como “revolución democrático burguesa”, cuando no pasa de un intento nacionalista de construir un estado totalitario que tenía por modelos a los fascistas y nazis europeos o al régimen comunista de la URSS. ¡”Revolución (…) burguesa”, dicen, cuando lo que precisamente hace esta revolución es liquidar a la burguesía boliviana, a la gran burguesía minera! Y sucede algo semejante con la socialdemocracia o el liberalismo. ¡Un estado liberal sobre una sociedad feudal! Posible sólo en el discurso y la ley aparente, pero no en la realidad, menos aún con líderes que provenientes de castas señoriales. ¡Neoliberales! Al parecer sólo caudillos amarrados ideológicamente a la revolución socialista o al nacionalismo revolucionario estatista que a regañadientes se ven orillados a hacer cambios. Entonces, sólo resulta lo que tenemos habitualmente: mamarrachos.

2) El sistema social boliviano, el “modo de producción” es todavía precapitalista y esta aún definido por la herencia colonial feudal. En este régimen, el poder político y la representación están vistos y usados como recursos puestos a beneficio de la autoridad antes que como medios o instancias de gobierno de la sociedad. Nos referimos al estado como instrumento de la apropiación arbitraria del producto social por y a beneficio de la autoridad. En esta perspectiva se utiliza no sólo el poder estatal sino también la representación partidaria, sindical, social… y la representación estudiantil como la cívica y hasta la… folclórica y deportiva –¿recuerdan a los del Comité Olímpico medrando de los recursos de la entidad?–. En esta perspectiva, habitualmente, la ideología no pasa de ser entendida como un discurso atrayente, capaz de impactar y arrastrar masas tras del partido o el líder. Así, lo que representa el partido no es un conjunto de intereses de clase o sector bajo la visión de una ideología y un programa, sino los intereses de grupos de caudillos coaligados en afán de hacerse del poder y medrar. No quiere esto decir que todos los bolivianos interesados en la política tengan este perfil, no, pero sin duda que son la mayoría. De ahí resulta que cada partido se constituye de hecho en un feudo en manos de su líder y séquito. Adquiriendo incluso condiciones mafiosas, con el líder como centro redistribuidor (padrino), aquí pesa nuestra tradición de ayni, sin duda. Entonces, la lógica del partido político en Bolivia tiene poco que ver con lo que por definición es un partido político, y la institucionalidad que de esta práctica cristaliza es la que conocemos: los partidos como instrumentos al servicio de grupos de vocación oligárquica, cuando no de asalto al poder, y la democracia manipulada sino el autoritarismo. Lo que el país puede obtener de todo esto es muy poco, si ha de ir en su favor.

3) Agréguese el peso de la ideología hegemónica desde hace más de seis décadas, la fundada en el marxismo y el nazifascismo, ambos totalitarios y estatistas. Líneas de pensamiento fracasado, ineptas para aprehender e intervenir en la realidad social. Tal como se ve del fracaso del sistema inaugurado por la URSS como de la Alemania e Italia nazifascistas. Tal como se entiende de la situación de Bolivia como el más pobre y atrasado de Sudamérica luego de seis décadas de estatismo (“nacionalismo revolucionario”, ni la fase neoliberal disminuyó el PGE a menos del 56% del PIB). Y, de los graves problemas estructurales que afectan a la Europa de estos días, con el gobierno en papel de gran rector de la economía y agente del estado de bienestar. Un escenario donde hasta la socialdemocracia nórdica tuvo que ser reajustada para dar lugar al mercado que estaba ya siendo ahogado por la década de los 80 del siglo pasado. Este tipo de ideología y “teoría social” se constituye en otro factor del sinsentido de la política boliviana, precisamente, por su incompetencia para orientar la confección de un programa de gobierno, aunque no igualmente para diseñar estrategias de toma del poder, donde tiene mucho éxito. De donde resulta el ascenso de esquemas populistas, como el actual del MAS, que por la inercia de este tipo de regímenes habrá de acabar como todos los de su clase en el mundo, en un fracaso estrepitoso, para el mayor descrédito de los partidos y los políticos.

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