Tierra sin historia
Recordé a Euclides da Cunha y su estudio “Terra sem história: Amazonia” en el compendio “A Margem da História”, cuando a falta de uno, me llegaron dos copias de la última obra del Vicepresidente. Envidié su difusión como anexo a la prensa escrita de Bolivia, que ojalá no cuesten un peso a los diarios, porque mecenas seremos todos los bolivianos. Se trata de “Geopolítica de la Amazonía”, subtitulada “Poder hacendal-patrimonial y acumulación capitalista”. Tal vez la hoja de vida del futuro gurú de alguna facultad “revolucionaria” lo anotará como libro, siendo que apenas llega a ponencia.
Se inicia con soporte teórico basado en citas de Marx y Lenin, principalmente este último, quizá sustentando lo que Oppenheimer llama narcisismo-leninismo en ideólogos del “socialismo del siglo 21”. Tal contexto ideológico, más la justificación del gobierno de Evo, la apología de la vía que impala el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS) y el denuesto a sus “naciones Mojeñas, Chimán y Yuracaré” llevados de ángeles a demonios por defenderlo, llenan la mayoría de 112 páginas a renglón y medio. Una real geopolítica de la Amazonía merece centenas, así fuera solo de la parte boliviana.
Algo debe tener que ver el río Amazonas y los siete millones de Km2 del manchón verde de la Amazonía. El gran pulmón verde del planeta y su mayor bosque húmedo tiene delicadas aristas mundiales, en época en que la preservación es desvelo de unos que la proclaman, a veces mirando la paja en el ojo ajeno desde sus ONG conservacionistas, mientras sus gobiernos tienen la viga depredadora en el propio.
La parte del león es brasileña, tributo a una geopolítica expansionista sostenida desde el Imperio hasta el Brasil en vías de ser potencia mundial. Perú es bioceánico, en la costa del Pacífico y su extensa región amazónica; una humilde cruz de madera marca la naciente del río-mar en la Quebrada de Apacheta, al lado del nevado Mismi de 5.597 msnm, en una provincia de Arequipa. Los marinos nuestros no deben conocer la parte amazónica de la trioceánica Colombia (Océano Pacífico, Mar Caribe y puerto en Leticia). Se sabe tanto de la Venezuela amazónica, como de sus indios Warao que estudiara mi profesor Johannes Wilbert. ¿Quién conoce de los enclaves ingleses, franceses y holandeses que fueran las Guayanas?
Enferma el mapa boliviano de crespones negros en más de la mitad de su heredad perdida por la desidia andino-centrista, que García Linera adjunta. No aborda que en 1867 Melgarejo (el de las efigies suyas y de su ministro, inscriptas “al valor y al talento”, quizá imitada en monedas del fatuo de turno), cedió Mato Grosso a cambio de un generalato y un caballo, olvidándose que obtuvo derechos no aprovechados de navegar por el río Amazonas, entonces vetado por Brasil, y facilidades portuarias allende cachuelas del río Madeira.
Soslaya que 30 años más tarde se perdería el Acre a la rapiña organizada desde Manaos. Dos intentonas llevaron tropas bolivianas a desprotegidas selvas, en meses de pechar monte y remar ríos ignotos, en las que los héroes fueron civiles de la Columna Porvenir organizada en Riberalta y aviada por Nicolás Suárez, que salvaron la barraca de Bahía, hoy Cobija. Penoso que el departamento nuevo se llame Pando y no Vaca Diez; si se requería control estatal sobre el Barón del Caucho afincado en Cachuela Esperanza, ¿por qué la capital no fue la cercana Riberalta?
Rendidos al chantaje del Barón de Rio Branco de invadir Bolivia por Santa Cruz, fue dejadez andino-centrista que no se completara el ferrocarril La Paz-Beni, y unirlo al tren de la muerte del Madeira-Mamoré, para sortear las cachuelas y navegar al Amazonas y el Atlántico. Parte del dinero por la venta del Acre, para un puente entre Guajará Mirim y Guayaramerín y un tren a la Perla del Manutata, ¿no fue desviado al ferrocarril Corumbá-Santa Cruz?
No merecen atención estos hitos históricos. Tampoco el Beni y su diversidad natural, así tuvieran modos de producción injustos, pero adaptados a sus circunstancias. Es una nación de pueblos, decía Ambrosio García Rivera, en un territorio menos de 50.000 Km2 que el de Ecuador. Los Llanos de Moxos son la segunda sabana natural de Sudamérica, donde crían esforzadamente bovinos traídos por españoles. No todos sus humedales, lagos y lagunas se deben a las obras hidráulicas con que los mojeños domaron el ciclo de inundación y sequía; hazaña fue cavar avaros suelos con palas de madera, desarrollar una red de canales navegables por canoas y fertilizar lomeríos con prolífico taropé. Algún día sopesarán la civilización del Gran Paitití, así sus vestigios no perduraran como los pétreos de Tiahuanaco.
El ideólogo no aborda la diversidad biológica de las estribaciones andinas del Parque Madidi hasta el invadido TIPNIS y el “cocalizado” Parque Carrasco. Comparten la cuenca de la Amazonía, tienen monte alto, que después de la llanura continúa recién en el tercio norte del Beni y en Pando. Es tierra de caucho y castaña, cuya labor esforzada de rayar o recolectar no daña la selva. Eso sí, originó modos expoliadores de producción, donde los indígenas han llevado la peor parte, allí y en el TIPNIS, por el “habilito” o trueque por una lata de alcohol.
¿Es acaso ficción localista, o el hombre amazónico es “ainda um intruzo impertinente”, en una “terra sem história”, como decía Euclides da Cunha en los albores del siglo pasado? De lo que estoy seguro es que lo “andino-amazónico” es tan ilusoria creación como lo “quechuaymara”. (07122012)