La revolución de los pajaritos
Leo en Nina Berberova la indignación del poeta Alexander Blok en vísperas de la revolución de 1905. Se volvió taciturno, “tallado en madera”, decían los que lo antipatizaban. Él creía que el pueblo tenía que liberarse a sí mismo, fuera de la penuria de los políticos ganapanes. Eran tiempos difíciles, el zarismo se deslizaba por una pendiente. Pero también horas de grandes ideas, de unos y otros. Todo ha cambiado, menos la avidez.
Nos trasladamos a América Latina, al desolador panorama de las bufonadas célebres. Cuán poco seremos, o dónde nos habremos escondido, para idolatrar detestables figuras como el bocón recientemente fallecido, el esperpéntico binomio plurinacional, la viuda que pondría a las Malvinas, de recuperarlas, el nombre de islas Cristina, la piñata sandinista, la gerontocracia isleña, el falsete del irritante Correa, la fortuna de Lula, etcétera, etcétera. Como un bestiario medieval, pero no de monstruos legendarios capaces de convertir la carne en piedra o de echar llamas por las narices. No, el imperio de los mediocres, los que medraron al amparo de sombras que producían otros; para ellos fue la lotería, desempolvar el acicate de la revolución social y llenarse manos y bolsillos con la estupidez general. Tanto que por ahí filmaron a uno, el más cercano, en un programa llamado los influyentes. Qué tristes somos, entonces. Y cuán poco dignos.
Como para creer en la premisa que nuestros países lo que necesitan es un pastor porque están poblados de borregos. Quizá hay que aceptarlo, y optar por la opción “socialista”, muy parecida a la de los capataces del Congo y del Putumayo, de hacernos de chicotes y emplearlos.
El colmo ha sido, en una elección (Venezuela) plagada de momias, espectros, chapulines, asesinos emboscados, doctores con jeringas maléficas para inocular enfermedades, máquinas de producir tsunamis, terremotos teledirigidos desde el Pentágono y más, cuando el candidato oficial (oficio de tinieblas el del chavismo) dijo que se le apareció el occiso en forma de pajarito, y silbó -porque las aves silban, no hablan- luego de volar alrededor de su cabezota, en reminiscencia a King Kong y los aviones, para iluminarlo. Bueno, qué deducir al respecto, o que este es un mago con características de ornitólogo o un pillo que inventa piruetas para no dejar la mamadera que no gana con su labor. Pero son catorce años en que a esa gente venezolana le tiran pan (siempre retorno a Eva Duarte-Perón humillando al pueblo argentino); la acostumbraron a comer de limosna. Dicen que a Buenaventura Durruti se le acercó un mendigo pidiéndole monedas. Durruti sacó su pistola y se la dio: el dinero está en el banco. Sobran palabras.
Ahora, porque tengo afición a los animales, consulto un manual de pájaros endémicos de la sabana para saber en cuál se había convertido Hugo Chávez. La transformación de un muñeco de cera en ser viviente sería de la misma trascendencia de un golem, un homúnculo para otras culturas. A Maduro no hay que preguntarle, danza en el estrado de los idiotas. Y si fue Raúl Castro el que le dio la idea, que lo dudo, habría que averiguar los detalles. Que el pajarito canta, canta, pero eso es muy amplio y ambiguo. Hay que tenderle trampas, con choclos o con alpiste, para atraparlo en una canasta y diseccionar la maravilla de su transformación. Así sabremos.
Recuerdo a Blok e imagino lo indignado que se pondría en esta realidad. Entonces, cuando sentado reflexionaba en las grandes ideas, jamás pensaría que la revolución se redujese a tan mínimo, a pajaritos y pajarracos que revolotean por ahí, hasta que una pedrada de niño travieso los baja y acaban desplumados colgados de las patas. Casi como Mussolini…
8/4/13