Fernando Montero y Fernanda Montenegro
Me llamo Fernando Montero, como la ciudad al norte de Santa Cruz de la Sierra, otrora apodada Nueva Quillacollo; ahora los hijos de los vallunos hablan más ‘chuto’ que el Camba Sota. Montero, como el modelo de Mitsubishi que en los países del norte se vende como ‘Pajero’, acepción que en el picaresco medio nuestro, quizá obligó al ‘japuco’ ocurrente del nombre, al ancestral suicidio ritual llamado “seppuku” o “harakiri”.
Soy jubilado. Miento, no percibo renta, salvo el bono que mancha mi pulgar y llamo “Indignidad”. Un préstamo bancario imperfecto, sesgado a favor de pirañas crediticias por supuesto, me retiró de pequeño industrial que fui por más de una década. Ahora soy chofer, arregla-todo, escolta o acompañante y amante menguante de mi esposa de treinta y tantos años.
No lo hago bien como chofer. Reniego mucho con las atestadas arterias de la ciudad, y siempre mi esposa e hijas están a favor del taxista que toca bocina porque ando a treinta kilómetros por hora, cuando el cachetudo (por el bolo de coca) a setenta tiene abollada cita con una calavera de guadaña. Sea como fuere, para vergüenza de las féminas en mi familia, ‘boludo’ es uno de los primeros balbuceos de mi nieto de dos años.
De ‘handyman’ o arregla-todo no me va bien. El otro día fui al chapero para que cambiase la pieza rota de una chapa: me tomó dos días colocarla y ahorrar unos pesos. Plagado que estaba de una masa parasitaria verdosa, limpié el taropé o jacinto de agua del estanque de la casa, solo para que una pareja de benteveos, para colmo de color amarillo y negro (quizá hinchas de un equipo que antipatizo), se dediquen a pescar los pececillos del espejo acuoso. Ni hablar que el Cirque du Soleil está interesado en mi número de payaso de tembleque equilibrista, cuando casi setentón subo a una silla a cambiar un foco: no sé si les atrae eso, o mi deceso por electrocución.
De escolta o acompañante estoy en veremos, después que un centro comercial solicitó que por favor no volviésemos más. Es que el aburrimiento es mal compañero de varones que poco gustan de ir de compras con sus esposas. Las malditas cámaras de vigilancia habían registrado varias de mis travesuras mientras esperaba. En una, pringué en el suelo un rastro de salsa de tomate desde un pasillo hasta el baño de las damas. En otra, miré directamente a la cámara de seguridad y la usé como espejo para sacar mocos secos de mi nariz. La gota que rebalsó el vaso, fue entrar a un probador de ropa, cerrar la puerta, esperar un rato y luego gritar “¡mierda!, ¡no hay papel higiénico aquí!: una empleada se desmayó.
Labores poco reconocidas, me tienen con la autoestima por los suelos y autodenominado ‘hombre invisible’ de mi hogar. Para colmo, se me vino encima el Día de la Madre, e intenté marear la perdiz de la gastadera de plata con la cantaleta de que “la mía está muerta y enterrada, que te regalen tus hijas…” Me costó tres días de jeta de mi consorte y nuestras infantas, que ya son mujeres.
Por lo expuesto, me solacé con una nota de Fernanda Montenegro, la gran actriz brasileña que me hiciera llorar con el film “Estación Central”. Es heroína de mi esposa en telenovelas en las que rezonga con el exilio a otro televisor, porque yo prefiero ver a Clint Eastwood matando criminales en alguna película de acción. Qué sabiduría empezar con que “el modo de vida, las nuevas costumbres y el irrespeto por la naturaleza han afectado a la sobrevivencia de varias especies, y entre los más afectados está el macho de la especie humana”.
Remarcó que tuvo un ejemplar en su casa, a quien mantuvo con celo y dedicación en matrimonio de más de medio siglo de amor y compañerismo. Por eso lanzó su campaña “Salven a los hombres”. La cito un poco a contrapelo de otro Día de la Madre, que se ha vuelto festín de comerciantes que hacen su agosto en mayo y lo repetirán en diciembre, sin contar los cumpleaños.
Empezó por aseverar que el hombre no puede vivir en cautiverio. Se sustenta de cariño, comida y bebida, que si no los recibe de la esposa, los conseguirá de otra. Besos matinales y un “te amo” con el café de la mañana nos hace adictos y felices todo el día. Un abrazo diario es como agua para los helechos, y, por lo menos una vez al mes, necesitamos un plato especial, no necesariamente para ensanchar la guata.
¿Qué no soportas el fútbol, sus tragos, la libertad y sus amigos?, pregunta Fernanda. Pues júntate con una mujer y verás lo que es el aburrimiento. Los hombres son holgazanes, desordenan todo, son tercos. Odian las compras. No les gusta charlar por teléfono. Si bien dudan de la inteligencia femenina, tampoco gustan de las mujeres tontas, que consideran meros objetos decorativos. Valoriza sus éxitos y conduélete de sus fracasos en los negocios, la pega, el dinero, las inversiones y los emprendimientos.
Remata la gran dama que si deseas ser una gran mujer, “ten un gran hombre a tu lado, nunca detrás”, cosa que conlleva el riesgo de “llevar una patada en el culo”. “Acepta: Los hombres tienen también luz propia y no dependen de nosotras para brillar. La mujer sabia alimenta los potenciales de su pareja y los utiliza para motivar los propios. Ella sabe que preservando y cultivando a su hombre, se estará salvando a sí misma”.
Cavilo que peor sería hacer femenino el lamento poético de Pablo Neruda: “en las noches como ésta le tuve entre mis brazos, le besé tantas veces bajo el cielo infinito… es tan corto el amor y es tan largo el olvido”.
¡Feliz Día de la Madre! Y de la Familia, digo yo.
(20130606)