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La inadmisible glorificación de los conversos

Porque tal es la sustancia de que está hecho el hombre: en un buen camino o en uno equivocado, la más rara de todas las cualidades humanas es la coherencia.

Jeremy Bentham

Toda persona puede cambiar de opinión; sin embargo, nadie tiene por qué obligarnos a olvidar sus fechorías, peor aún si éstas alimentaron un régimen sobresaliente por el idiotismo, la corrupción y los atropellos. El pasado de quienes defienden a los tiranos es un demérito que nada debe suprimir. Los sujetos que respaldaron el nacimiento del monstruo tienen la carga de responder por sus crueldades; ninguna indulgencia podría ser esgrimida en su favor. Las loas que regalaron al déspota no deben dejarse de lado gracias a sus extemporáneos cuestionamientos. Lo sostengo porque descubrir, tras varios años de brindarle apoyo, la naturaleza infame del Gobierno es tan inverosímil cuanto imperdonable. En consecuencia, para un hombre que no soporta las prácticas autoritarias, sus enemigos serán siempre sospechosos de ansiar la reproducción del tormento. Es intrascendente que, mediante retractaciones públicas, se anuncie una conversión beneficiosa para la democracia. Siendo la impostura un mal que muchos políticos practican sin sufrir por incurrir en ello, esas autocríticas merecen el recelo como respuesta.

Debido a lo notado durante el último tiempo, es difícil aceptar que su arrepentimiento de haber cometido inmoralidades sea genuino. Conforme a su palabra, existiría la convicción de que las medidas gubernamentales, cuya ejecución no les incomodó hasta hace poco, son ahora perjudiciales. Subrayo que, en diversas oportunidades, las víctimas del oficialismo denunciaron sus pesares; empero, como los oprobios les parecían entonces imprescindibles, contestaban esas quejumbres con la indiferencia. No es falso asegurar que, mientras numerosas familias se unían para protestar en contra de los abusos, ellos optaron por la burla. Resulta imperativo recordar los festejos que se consumaron sobre la base de las desgracias ajenas. En esos acontecimientos, donde la demagogia y las abominaciones jamás han sido escasas, formaron parte del tropel que demandaba más avances. Porque la mesura no es una característica que posibilita su individualización. La regla es que no se admita la pausa ni tampoco cualquier clase de piedad. El anhelo aprobado por gente de tal calaña es la liquidación del que se oponga a sus planes.

Forzando la imaginación, concibamos que, con sinceridad, los conversos quieran fomentar el triunfo de nuestra causa. Dejemos la sospecha de oportunismo que, por sus antecedentes, se nos presenta como una certidumbre que no consiente ocultamiento. Si esa situación se produjere, la única manera de contribuir sería el silencio. No existe otra forma de ser útil a la derrota del movimiento que impulsaron. Desde todo punto de vista, tiene que descartarse su retorno a los dominios del poder público. Aspirar a repetir su experiencia burocrática sería nocivo para la estrategia del bloque opositor. Ocurre que, bajo la excusa del pluralismo, no deben celebrarse cualesquier actuaciones políticas. Ese principio exige la consideración de límites éticos e ideológicos que, cuando son respetados, hacen posible una sociedad civilizada. Es irrefutable que, de acuerdo con la perspectiva legal, los disidentes estarían habilitados para reconquistar los privilegios del fisco; no obstante, ya tuvieron su oportunidad y la malgastaron. A lo sumo, podrían auxiliar con testimonios que, sin equívocos, demuestren cuán necio fue militar en un partido nacido bajo el signo del totalitarismo.

Si se busca establecer una diferencia con los oficialistas que sea esencial, debe resistirse a la tentación de aceptar afiliaciones sin restricción alguna. Es deseable que los apoyos crezcan; empero, las manifestaciones públicas de ciertas personas pueden ser contraproducentes. Otra vez, aludo a los que irrumpen como disidentes del régimen. Pasa que, en general, ellos no hablan de acabar con la desventura, pues persiguen sólo rectificar su curso. Según esta óptica, no cabe hablar de pulverizar un proceso que, desde su gestación, se destacó por las decisiones absurdas, dañinas y retrógradas. Solamente estos fanáticos rechazan que las últimas gestiones han servido para volver al abismo de la barbarie. No se percibe ni un solo proyecto que permita la ilusión de contar con una realidad menos compleja. Acentúo que el respeto a los derechos humanos ha recibido las vulneraciones de mayor frecuencia. Por esto, quienquiera que haya protegido esa decadencia lleva consigo una sombra siniestra, la cual desaparecerá luego del enjuiciamiento correspondiente. Tal vez entonces pueda tolerarse su regreso al ámbito de los asuntos del Estado.

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