LAS ESTATUAS DE LA DISCORDIA
Si S.E. el presidente de Bolivia es un entusiasta partidario de remover la estatua del prócer don Pedro D. Murillo de la plaza principal de La Paz y reemplazarla por la del insurgente Tupac Katari, comprendemos entonces por qué la señora presidente de Argentina pudiera decidir remolcar hasta Mar del Plata el centenario monumento de don Cristóbal Colón, ubicado junto a la Casa Rosada, sustituyéndolo por el de la guerrillera, nacida en la actual Bolivia, doña Juana Azurduy de Padilla. Es una clara demostración de que existe comunión de ideas raras entre S.E. y la señora Presidente platense.
Desde los teatrales discursos del finado comandante Hugo Chávez que injuriaba a Colón de “genocida”, pasando por la tosquedad pétrea del lenguaje de S.E. que denigra a otros en los mismos términos, se ha puesto sobre la mesa algo que ya creíamos terminado y no es otra cosa que un afán absurdo de replantearse la Historia. Esto no es algo menor si se trata de una purga póstuma contra personajes presuntamente racistas o caudillos de la Conquista de cuyas osamentas ya no queda ni rastro.
Como si se estuviera en el presídium del soviet estalinista se quiere eliminar de la Historia a los indeseables para el “proceso de cambio”, borrar de unplumazo a quienes pueden atrofiar o torcer la mente de los revolucionarios. Pero ya no se conforman con lanzarse sobre el presidente norteamericano o contra Adam Smith – que ahora es un “neoliberal” – sino que arremeten contra Colón e Isabel la Católica; agravian a aquellos barbados guerreros fundadores de mil ciudades, y a prohombres que hicieron mucho por la patria. En una palabra, se pretende reinventar la Historia desde percepciones incultas y oscuras.
Claro que estas alienaciones se podrían esperar en Bolivia, una nación o una “plurinación” conformada en un 70 por ciento de mestizos y el resto por indígenas y criollos. En ese caso, aunque no se comprenda se tolera la fobia que desde las altas esferas se alimenta contra todo lo español. El ambiente de insurgencia contra una oligarquía muerta hace años y los partidos de la “democracia pactada” (como si existiera una democracia sin pactos) hoy lo permite todo. Este racismo nuevo es muy peligroso. Ciertamente resulta poco menos que anecdótico, pero útil políticamente para S.E., lo que esperemos no degenere en daños posteriores irreparables.
Mas he ahí que vemos algunos artículos de la presa bonaerense y nos quedamos confundidos. Pasmo es lo que produce. Resulta que un país como Argentina, formado por españoles, italianos, europeos diversos, por inmigrantes en suma, ha caído bajo el hechizo del Pachacutec andino, que sin que medien reivindicaciones raciales como sucede en la Bolivia actual, parece ir más lejos aún y pretende desterrar a Colón de su merecido sitio para sustituirlo, como se ha dicho, por la valerosa Juana.
Lo que llama la atención es que el monumento de Colón – obsequio de la inmensa colonia italiana a la ciudad de Buenos Aires – deba ser precisamente el que se quiera sustituir por nuestra guerrillera de la Independencia. ¿No habrá otro lugar destacado en la Capital Federal dónde honrar a la heroína? ¿O será que en Argentina también está cuajando el discurso que acusa a Colón de malvado genocida? ¿La influencia de S.E. sobre su colega Presidenta habrá llegado a extremos tales? ¿O tal vez los actuales gobernantes argentinos están en la absurda senda del revisionismo histórico a rajatabla?
Nos hacemos estas preguntas porque resulta muy extraño – además de descarado – que S.E. haya desembolsado un millón de dólares para hacer tallar la estatua de doña Juana Azurduy y donarla. Eso no se ha hecho por nada. Aquí existe un manifiesto mensaje. ¿S.E. puede darse esos lujos acaso? ¿Será que está exportando hasta los países vecinos su programa de “Evo Cumple”? Porque si el gobierno nacional está ahora en problemas con eso del despilfarro de dinero que sale del bolsillo de los pobres contribuyente bolivianos, esto del monumento, por glorioso que sea el personaje homenajeado, va a caer muy mal entre la gente.
De paso S.E., siempre al lado del conflicto, está contribuyendo a crear problemas entre el gobierno argentino y el municipio porteño; entre los “kirchneristas” y el pueblo que se opone. Claro que eso ya no es culpa de S.E. sino de quienes han aceptado el regalo. Quitar a Colón será más grave que esconder o tumbar el monumento al presidente Julio A. Roca para olvidarlo del todo. Sabemos que Roca, respetable mandatario por cierto, encabeza la lista de los genocidas por aquello de la “guerra del desierto” en la Patagonia, que, con crueldades es cierto, consolidó las posesiones territoriales argentinas.
Colón, más allá de revisionismos miopes, ha sido un personaje formidable que descubrió nuestro continente sin saber siquiera que había llegado a un nuevo mundo, menos por quiénes estaría poblado como para que ahora se le quiera echar culpas sobre las muertes que trajo la Conquista. Y la Conquista, pese a quien pese, ha sido una obra extraordinaria de cultura y fe cuyo legado somos los americanos de hoy, con todo lo malo y lo bueno que tenemos.