¿Qué somos, dónde estamos?
Eduardo Ruiz Healy dice, hablando sobre México, que un 20 por ciento, los privilegiados, viven muy bien, y que el ochenta por ciento, “en una estructura de quinta”, vive muy mal. ¿Qué podríamos decir de nosotros? ¿En qué porcentaje nos ubicamos? ¿Y cuáles son esos porcentajes? El tema mexicano del momento es la transformación de las políticas petroleras y sus posibilidades de aliviar alguno de estos males; otro, el paramilitarismo comunitario como reacción a la violencia del narcotráfico y a la ausencia de ley.
Los porcentajes en Bolivia son con mucho más dramáticos. El gobierno, que se encaramó al poder con mensaje de cambio, ha ampliado algo el espacio de privilegio, para sus jerarcas, y ha en cierta manera “democratizado” el asunto, con la inclusión preferentemente aymara, y “costumbres ancestrales” o “malas costumbres”, al club de los millonarios, incluyendo al presidente y su segundo. Pero nada más. No ha reformulado, ni reformado, ni tocado el status quo que nos mantiene en atraso. Optó por la eterna opción de cambio de mando: un patrón por otro.
Tiene a los cocaleros. Este grupo social, de considerable poder económico y mejor representante del capitalismo salvaje, se ha erigido en un ente de decisión per se; niño mimado del gobierno y dotado de extraordinarias prerrogativas, acumula casi el total del ingreso del narcotráfico, la migaja que la mafia internacional de la droga deja en Bolivia, pero que satisface su avidez delincuencial tercermundista. Movimiento social, como se llaman hoy, y movimiento paramilitar, es el frente que protege a Morales & Cia. Y con quien se tendrá que lidiar de manera frontal y creo que brutal al momento de defenestrar a la elite más corrupta jamás vista en el país.
Los cocaleros viven y actúan al margen de la ley; peor que eso, son la ley, su propia, plagada de corruptela y rosca dirigente. La fuerza torpe que convocan hacia las ciudades cuando los de arriba sienten peligrar su bonanza. Sin ellos, la pulseta con el masismo tendría 50 por ciento de posibilidades de doblarles el codo. Ya no es una brega democrática, y quienes lo entienden así, se condenan, y condenan a la población, que aunque de soslayo recibe monedas del narco, nunca saldrá de esa condición pedigüeña. La ilusión democrática hace mucho que dejó en Bolivia de ser alternativa. Es la indignación popular, la de aquellos que trabajan para comer y no sobreviven de donación gubernamental, la que debe reinstaurar la democracia, la encargada de remover la escoria, hasta el último lugar en que se esconda. Sin contemplaciones.
Se menciona al ejército como el brazo ejecutor de la represión, garantía de eternidad para el tirano. Cierto, pero esta institución les cuesta. Los salarios de los generales aumentan. Hay que multiplicar los cañonazos de cincuenta mil pesos que mencionara Álvaro Obregón para mantenerlos a paso de gansa, en femenino, porque las armas se convirtieron, quizá siempre lo fueron, en lupanar donde se compran putas. Esta experiencia de sumisión de las Fuerzas Armadas al MAS, y a Morales en persona, debe dar espacio a la discusión de si en mejores circunstancias no debemos considerar su disolución definitiva. ¿Para qué sirven? ¿Para esto? ¿Para hacer de cueros del déspota? Mejor deshacerse de ellas.
Volvamos a los privilegios. Nada ha cambiado desde el inicio republicano. La invención del plurinacionalismo es pura paja, onanismo de la peor especie, no de erotismo y placer sino de enfermiza angurria. Han sabido captar la desazón de la multitud y prometer ilusiones. Pueblo y país atrasado, poco cuesta alegrarlo. Una cancha de fútbol por aquí, chicha por allá y listo. Suficiente. ¿Pero, nos consideramos todos parte de ello? ¿O las expectativas que la modernidad trae nos permiten soñar con una vida mejor, con un país libre de caciques, ya no feudal? La posibilidad está. Hay que superar taras y eliminar escollos. El costo será elevado y quizá no limpio. Sin contemplaciones.
19/08/13
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 20/08/2013
Imagen: Rabanus Maurus (c. 780-856)