Viñetas de amigos
Estos días los mandamases oficialistas, en descarada campaña electoralista, azuzan a ministros a reducir horas de sueño, no para mejorar gestiones en bien público, sino para hacer campaña. El Presidente llegó al extremo de exigir a ministros, gobernadores y alcaldes a que dediquen la mitad de su tiempo a su reelección. Cosa difícil si como asevera su ideólogo, los ministros trabajan hasta 16 horas diarias de lunes a sábado: pobrecitas las esposas, a jugar con lujosos playstations los hijos, a tejer mitones las amantes…
Puede que el fin del año coincida con bromear a costa de los inocentes, pero prefiero honrar a mis amigos mientras puedan apreciarlo. Es cosa que no puedo hacer con unos que al haber dejado este valle de lágrimas, poco les puede importar lo que se diga bien, o mal, de ellos. Pienso en Fernando Alborta, más conocido como “Cucho”, que me legara cuatro cedés de Dave Brubeck ‘quemados’ de su colección de jazz, antes de que tuviera la suerte de escuchar personalmente sus divagaciones pianísticas en un concierto en Toronto. Riberalteño y sufrido “wilstermanista” que soy, hoy plagio a mi amigo Cucho, que alardeaba de ser “paceño y bolivarista, por la gracia de Dios y para envidia de todos ustedes”.
La morriña es un vocablo derivado del gallego y del portugués, primos hermanos separados por un río. Quiere decir tristeza o melancolía, usualmente asociada con la nostalgia de la tierra natal, en ésos lares de emigrantes y marinos de antaño. Yo tengo razones para sentir morriña de paisajes, pueblos y personas (así se llamará mi próximo libro), con una vida en cierto modo trashumante. Entre los personajes, prefiero velar la memoria de mi amigo José María Bakovic. Callosos fiscales y jueces le condenaron a muerte, quizá aleccionados por allegados a círculos de poder político, al disponer que con males cardiovasculares viajara a la altura, en rutina odiosa de audiencias y actuaciones leguleyas al que fuera sometido durante largos años. Desoyó consejos de huir de la Bolivia de terribles contrasentidos, quizá porque para su “tocata y fuga” no tenía conexiones brasileñas como el senador Pinto, o sustento hollywoodense, como ese Ostreicher desangrado por vinchucas extorsionadoras.
Hoy atosigan la Internet con fotos de la Santa Cruz de la Sierra de los años cincuenta del siglo pasado, con sus caserones techados con teja poblada de enhiesto cactus; horcones de aceras desiguales protegían del sol, y de la lluvia que anegaba calzadas con carretones de bueyes cansinos. Cuando la visito, pienso en el colla Jordán, pintor que en sus estampas del “buri” en canchón cercado de espinas, perpetuó la vida y costumbres de antaño en lo que hoy es urbe de afiebrado ritmo.
Mi amigo Joaquín Aguirre Lavayén, patricio cochabambino de nacimiento, fue testigo de ésa Santa Cruz que se pierde en avenidas atestadas y ruidosas, de edificios altos que quizá huyen de los latigazos de arena que azotan ráfagas cruzadas, en la batalla sempiterna de brisas norteñas y palios fríos de sur y ‘chilchi’. Fue personaje literario que continuó la obra del pionero que fundara Puerto Pacheco en el siglo 19, legándonos con su tesón ese Puerto Aguirre que en el siglo 20 hizo trivial el lamento por el Litoral perdido. Pocos conocerían su apodo, si lo tenía, en la comparsa “La Blandona” de distinguidos vejetes que alguna vez admiré en baile de carnaval en “El Caballito”.
Toco una vida de esas que mi tío Hernando García Vespa –beniano fundador del Comité Pro-Santa Cruz– soñaba pintar como personaje de novela. Hablo del Dr. Pablo Dermisaky Peredo, casado desde siempre con una dama que es pariente de mi esposa por su padre, y mía por su madre: Dalia “Daty” Roca García. Beniano también, un lúcido Pablo vive ahora en aguada cruceña, más afín con achaques de la edad que la “Llajta” que le cobijara tantos años.
Es admirable cómo Dermisaky pervive en la memoria de tantos que le recuerdan con respeto y cariño. En universidades, como catedrático de derecho administrativo y constitucional, de sociología, y de geopolítica en relaciones internacionales. En industrias exitosas como asesor jurídico, gerente y destacado miembro de sus directorios. En el ámbito diplomático, como delegado boliviano en Asambleas Generales de la ONU, conferencias internacionales de la OIT y la OEA, cónsul general y embajador de Bolivia en Nueva York y Bélgica, respectivamente. Fue asesor de la Cancillería y miembro alterno del Tribunal Andino de Justicia; luego fue nombrado por el Congreso al Tribunal Constitucional y ejerció de su primer Presidente. Prolífico escritor, sus tratados jurídicos han merecido varias ediciones.
Rebasa alcances de esta columna citar las distinciones y membrecías de Pablo Dermisaky. Honor inmerecido fue ser su representante para recibir la distinción que, junto a otros notables personajes, la casa periodística Los Tiempos otorgó hace días, en la discreción enlutada de la residencia Canelas, celebrando sus 70 años de prensa. No me correspondía, así que tuve que morderme la lengua y callar loas a mi amigo.
Muertos y vivos, chuc’utas, crucos, k’ochalas, patamarillas, variantes de la dicotomía colla-camba, son los amigos que evoco para subrayar el portento de esta Bolivia diversa en geografía, naturaleza e interculturalidad. Las diferencias que subyacen a su diversidad son precisamente el acervo a preservar, en tiempos en que el centralismo y el etnocentrismo lo acosan, so pretexto de ideologías obsoletas y la ilusa pretensión de calcar gentes en un solo molde.
(20131227)