¿Es el litio un capricho más?
Alguna vez mencioné que cuando caminaba por la Luna, intrigó a Armstrong un espejito brillante en la Tierra. Era el Salar de Uyuni. Luego se hizo famoso como sitio turístico, con impresionantes paisajes, hoteles de sal, y quizá Woodstock de mochileros detrás de la huella de Butch Cassidy y el Sundance Kid. Sin hablar de los lagos multicolores del Lípez sureño, que aprovechan empresas chilenas de turismo con tours organizados desde San Pedro de Atacama. Después, el Salar de Uyuni alcanzó notoriedad por sus grandes reservas de litio, el oro blanco, en un mundo ávido de alternativas de energía renovable, dado que el petróleo tenía fecha de fenecer y entró en auge el gas natural, ambos recursos no renovables.
Los combustibles fósiles volvieron a tener vigencia con el petróleo de esquisto (shale oil) que es carísimo de explotar, pero hará autosuficiente en combustibles a EE.UU, el mayor mercado del mundo, al tiempo que sus científicos investigan al hidrógeno como fuente barata e inagotable de energía.
A estas alturas, los países productores están ahítos de ingresos por exportar petróleo. Vean nomás la transición de otrora arreadores de camellos, a jeques árabes que construyen rascacielos alucinantes o por millones compran equipos de fútbol, cuando no financian terrorismo en un mundo violento. En nuestra parte del planeta, han permitido surgir a demagogos autocráticos, que despilfarraron miles de millones de renta petrolera al caer presa de cantos de sirena geopolíticos de rancias ideologías y caducos dictadores.
Sigo aferrado a que el egocentrismo primó en la parte mediática de nacionalizar los hidrocarburos. Brasil desvió sus recursos a su Presal y desde entonces vivimos con el Jesús en la boca de que mengue su demanda de gas boliviano. Argentina parecía apuesta segura, luego de su aplazada al incumplir contratos de suministro propio a Chile; luego descubrieron Vaca Muerta y los hidrocarburos de esquisto son el futuro energético del vecino. Descarten fútiles fuegos de artificio de vender gas a Uruguay, exportar a Costa Rica y otras minucias caribeñas. Tampoco sigan la batuta a resucitar demagogia que hace 20 años tumbó algún gobierno, debilitó otros e imposibilitó la gestión de todos. Sean tolerantes de mi risa con la idea de exportar gas a Centroamérica por algún puerto LNG peruano: no olviden el fiasco del LNG exportado a California por puerto chileno en comodato, más salida al mar a condición de avenirse a sus leyes medioambientales.
Semejante preámbulo para alertar que pongamos las barbas en remojo porque el gas natural no llenará las arcas nacionales para siempre. Que urge salir de la distorsión caprichosa de prioridades, que tiene al país con ilusiones de ser potencia espacial o nuclear o futbolística, o lo que sea. Oteemos el porvenir: si la energía es común denominador del progreso de las naciones, entonces el futuro de Bolivia está en el litio.
En el pasado abortó el interés por el litio, allá por los tiempos de Paz Zamora y la fuga de la Lithium Corporation (FMC) a salar en Argentina. Hoy, los nuevos salvadores de la patria se arrogan avances de tortuga. Hay mucha historia de por medio, contaba Carl Brockmann, científico a quien conocí en claroscuro de la transición de la aerofotogrametría a la detección remota por satélites. De su experiencia con recursos minerales mediante la geología a patatín, fue invitado varias veces a interpretar con pares estadounidenses lo que imágenes digitalizadas enviaban desde los primeros satélites artificiales. Fue contraparte nacional de programas bilaterales con el Servicio Geológico de EE.UU y la NASA, que a través del satélite ERTS (Earth Research Technology Satellite), investigaban recursos naturales de Bolivia vía imágenes satelitales.
El Salar de Uyuni dejaba perplejos a expertos porque en las fotos seriadas que a lo largo del año recibían del satélite, su coloración difería de otros lagos secos de sal. Lo que hacía diferente al Salar de Uyuni era su ciclo de anegación y sequía. En la salmuera es que encontraron alto contenido de potasio y litio. O sea, se necesita agua. ¡Cuidado con ríos altiplánicos!
Hace algún tiempo, las universidades de Tomás Frías en Potosí y Freiberg en Alemania (el MIT teutón), firmaron un convenio de asistencia para el estudio de las evaporitas del Salar. Llegaron a pergeñar una tecnología simple y barata de concentración de carbonato de litio, mediante motor de agua accionado por energía solar, que bombeaba salmuera al ápice de un cono gigante que, al escurrir, por evaporación concentraba el carbonato de litio.
Los caprichos de mandamases han oscilado en el último tiempo del resentido encono a prebendas interesadas en apego político en Potosí, Chuquisaca, Tarija, Pando, Beni y Santa Cruz. Impidieron que desarrollen logros del acuerdo boliviano-alemán, prefiriendo técnicas chilenas donde no llueve ni su Salar se anega. Hablan de un convenio entre la Gerencia Nacional de Recursos Evaporíticos (GNRE) y una empresa alemana, para purificar cloruro de potasio. En vez de priorizar al litio, se prefiere empezar por el potasio. Invierten un montón de plata sin resultados.
Encaja con el iluso afán de este régimen de reinventar la pólvora. ¿No sería más sensato acoplar a empresas o naciones ansiosas de litio que tienen demanda, tecnología y recursos, a contraparte nacional? Un embajador nipón llegó a comentar que Bolivia perdía miserablemente el tiempo. Ya van casi cuatro décadas y no hay adelanto en explotar el oro blanco convertido en energía.
(20140529)