Lamentos de apariencias sobre la Madre Tierra
No vayan a pensar que uniré mi prosa a la chorrera de loas a la Madre Patria en el día de su efeméride. Cómo, si me acongoja la triste historia de un país que ha rifado más de la mitad de la heredad territorial con que nació en 1825. Si en el cónclave fundacional de Chuquisaca no hubo representación de Moxos, hoy Beni. Menos del inmenso hinterland amazónico hasta la mitad del curso del río Madera, que en 1867 se regalaría a Brasil. Tampoco del hoy estado brasileño de Acre, vendido en 1903 por 300.000 libras esterlinas más un tren que llamaron ‘de la muerte’. Riberalta le debe una amplísima avenida por donde debía rematar el ferrocarril, unido al altiplano por otro camino de fierro cuyos terraplenes, hoy derruidos, llegaron desde la ciudad del Illimani hasta el ‘divortia aquarum’ de la llamada Cumbre. Los recursos del puente sobre el río Madera entre Guajará Mirim y Guayaramerín, y los 90 kilómetros entre esta última y Riberalta, se fueron en 1958 al ‘tren de los contrabandistas’ entre Corumbá y Santa Cruz.
Ni hablar del territorio del Purús, que en 1909 arbitrara un presidente argentino quizá cumplidor del ‘dictum’ geopolítico en boga, de que el país con frontera común es un enemigo potencial, y no tanto la nación desligada de la vecindad del propio. Menos todavía las manchas negras que enlutan mi libreta de servicio militar (pónganse verdes de envidia los vetados de ser congresistas por no tenerla), del Chaco Central, hoy argentino, y el Chaco Boreal, hoy paraguayo. Era potosino el Litoral; luego la décima estrella de nuestro escudo se convirtió en un departamento perdido en 1879.
Es bueno recordar que los dos delegados de Santa Cruz llegaron tarde, quizá luego de espolear a muerte un par de caballos. Los delegados paceños votaron por anexar al Perú la flamante república, origen tal vez de las pretensiones limeñas apagadas en la Batalla de Ingavi, en 1841. Me intrigaría el por qué un distrito entonces ‘peruanófilo’ es hoy la capital de hecho del país, si no supiera de la contienda de fin del siglo 19 entre Sucre y La Paz. Fue el detonador de la insurgencia indígena aymara, que aprovechó de la lucha para hostigar, rematar y quizá achicharronar a infelices de ambos bandos, sin importar si era tira y afloja de interés criollo de mineros argentíferos y estañíferos.
Para qué llorar sobre la leche derramada. Hasta hace poco me condolía de la bella ciudad de Chuquiago, cautiva de su siamesa, El Alto, cada vez que los aymara alteños taponaban sus vías con alguna manifestación. Hoy hilo ovillos más finos, pero no por eso menos ominosos. Tienen que ver con espejismos que se proyectan al fantasioso escenario mundial, y apariencias que el Gobierno actual persiste en embutir al imaginario boliviano. Por ejemplo, arrecian titulares de su convocatoria a defender derechos de la Madre Tierra. Ya lo había hecho antes. En 2008 se presentó como defensor de los derechos de indígenas, calificados como “reserva moral de la humanidad”. Un año después, propuso un referendo mundial de cinco preguntas para salvar a la Madre Tierra.
En uno de sus viajes, afirmó que “es necesario reforzar la agricultura familiar, campesina y comunitaria”. Mi sardonia acota: ¿será con regalos de tractores para cultivar surco-fundos? Añadió que “se debe dar prioridad a lo que producimos localmente” (ya no será necesario importar harina de trigo). A su “el comercio internacional debe ser un complemento de la producción local”, añado que dejemos de exportar gas y minerales, y veamos si alcanza para satélites con sobreprecio.
Enhebren el espejismo de que Evo Morales es adalid de la Pachamama, con el daño ambiental de los derrames mineros en cursos de agua que desfogan en el río Pilcomayo. Hasta Argentina y Paraguay, que comparten la cuenca platense del río, manifestaron su preocupación. El Gobierno se apuró en declarar que un “estudio oficial concluyó que las colas y el contaminante” (de la mina Santiago Apóstol, cercana a afluentes del Pilcomayo) “no alcanzaron las aguas del río”. Un poco como argüir que las ratas mineras no mondaron el queso de las entrañas de la Madre Tierra.
La realidad es otra. De las 450 cooperativas y empresas mineras potosinas, el 80 por ciento no tiene licencia ambiental y funciona ilegalmente. ¿Era mentira el estudio independiente de la Comibol, según el cual las empresas mineras que desechan sus aguas podridas a afluentes del Pilcomayo, causan un alto nivel de contaminación? Se perjudican tres departamentos del sur –Potosí, Chuquisaca y Tarija- infectados por residuos de plomo, plata y zinc. Lo peor para los que se llenan la boca con los ‘originarios’, es que no son quienes consumen mariscos; las empresas mineras botan sus residuos tóxicos a la cuenca de ríos vecinos, el agua envenenada es usada por los campesinos para regar sus cultivos de haba, papa, cebada y trigo, que luego venden en las ferias del lugar. No son afectados solo los indígenas chaqueños Weenhayek, que viven de la pesca y cuyos sábalos contaminados son consumidos en casi toda Bolivia.
¿Es doble moral, es doble discurso, es hipocresía? Qué importa. Pero por lo dicho, no creo que los tiempos de confrontación hayan pasado, dando paso a una era de conciliación, como discursea Evo Morales. Es puro electoralismo populachero. Sospecho que si obtiene una arrolladora mayoría congresal en octubre, volvería a las andadas de ordenar a su corte de levantamanos para hacer de la República de Bolivia un mamarracho de apariencias y espejismos.