ArtículosIniciosemana del 3 de NOVIEMBRE al 9 de NOVIEMBREWinston Estremadoiro

La caballería boliviana en son de yaraví

Así hubiera el Gobierno publicado minúsculos desmentidos, me regodeé en una noticia curiosa. El Presidente perpetuo habría gastado $15 millones de dólares en comprar caballos argentinos para los nueve regimientos de caballería del ejército. No me enteré de la respectiva licitación pública requerida por ley, ni sabía que había tantos regimientos a caballo, escribí.

Un amigo se acordó de su padre, ‘burrero’ en tiempo de haciendas e hipódromo cochabambinos donde los pudientes exhibían y hacían correr sus cuadrúpedos. La sociedad por acciones del Hipódromo puso lama con mezcla de cascajo en la pista y se enfermaron los caballos. El papá de mi amigo tenía más de seis equinos importados de Brasil; entonces un conocido piola que había comprado en Chile una tropilla a precio de gallina muerta le convenció de comprarse uno: tenía anemia infecciosa equina, enfermedad mortal de fácil contagio. Murieron sus caballos y se esparció la enfermedad. Resultado de tal epidemia, “en los predios del Hipódromo están enterrados media centena de caballos”, me dijo mi amigo. Pensé que tal vez sería mejor destino, al que la donación de Patiño acabe como propiedad de pocos, que ya han vendido pedazos a un supermercado, a una clínica, construido una lujosa sede social ‘privada’, y alojan a unos cuantos ‘sunichos’.

Metiendo la cuchara en el desaguisado del Club Hípico y la Octava División de Santa Cruz de la Sierra, con respecto al alojamiento de tamaña tropilla, cavilé que son muchos 1.500 equinos en cuatro hectáreas, que comen heno quizá también de pampas argentinas; orinan y cagan, aparte de que hay que bañar y cepillar antes que las garrapatas los desangren. Tantos rijosos potros parados hocico con cola en cuatro manzanas urbanas: ojalá que no hayan yeguas, pobrecitas, en el tropel. ¿Y qué si salen a galopar por el vecindario? Como en las paradas militares, no faltaría uno que depositase bosta en la calle, que no es inodora caca de ángel, por si acaso. Con razón vecinos de la zona plantean un parque de arboledas y banquetas, a los que ahora se adhieren ‘movimientos sociales’. Apuesto que ni un regimiento de policías militares podrá impedirlo. Ni Club Hípico ‘fufurufo’ ni Escuela Militar obsoleta, me adhiero.

Me acordé de la invasión de Polonia por Alemania en 1939, que empezó la II Guerra Mundial. La caballería mecanizada de tanques Panzer nazis despanzurró a la caballería polaca, en lo que fuera postrer embate de la romántica forma de guerra de siglos pasados. Después recordé a los soviéticos: aguantaron la arremetida de la Blitzkrieg, entrenando perros cargados de explosivos para correr y morir despedazados debajo de los tanques nazis. ¿No sería acaso más heroico a que los degüellen los ‘Ponchos Rojos’ en Achacachi?

Mi suspicacia con gastos a dedo, más aun si son de todopoderosos aplacando a los dueños de los fierros, me impulsó a mayores averiguaciones. Me dijeron que un pura sangre argentino se conseguía por cinco mil dólares. ¿Para qué está la Internet? Miré precios, con foto, certificaciones de raza, vacunas y todo, en España y Argentina. En la una, los pura sangre variaban entre $765 y algo más de $4.463 dólares; en la otra, los ofrecían a partir de mil dólares hasta poco más de $3.500. Después me enteré que ni siquiera de requerían pura sangre. Bastaba y sobraba con caballos Fina Sangre, que además son más baratos. Nada parecido a diez mil dólares por caballo, tal vez con premio y todo, para la futura Escuela de Caballería Marceliano Montero, a ubicarse en la mancha urbana de la pujante Santa Cruz de la Sierra.

¿Cuántos hospitales se equiparían con quince millones de dólares?, pregunté a un amigo médico. Bueno, tres de segundo nivel para poblaciones intermedias. Uno de tercer nivel como el Viedma, listo para ocuparse, construcción y equipamiento incluidos, costaría unos doce millones de dólares; por $15 millones se le pondría una división completa de diagnóstico por tomografía. Más aun, “por 15 millones de dólares se podría construir y equipar un hospital de cuarto nivel, es decir con todas las especialidades de la medicina, una bomba de cobalto y los equipos de tratamiento contra el cáncer incluidos, que alivien un atestado Hospital Oncológico donde cuesta un montón de dinero someterse a un tratamiento de radiación”, me dijo.

Me refugié en Jenny Cárdenas, cantante y musicóloga, no por deleitarme en su música o conocerle personalmente, sino por un artículo suyo vinculando el yaraví andino y el bolero de caballería, ambos ramas de nuestro variopinto ancestro criollo y mestizo. El uno llamado también ‘triste’ y el otro con la cadencia solemne de despedir a quienes partían a defender la patria. Son versión musical boliviana del heroísmo sin sentido de tropas de caballería de siglos pasados. Pensé en la desastrosa carga de la caballería inglesa en la batalla de Balaclava en 1854, de la que su poeta Tennyson escribió no sé si glorificándola o lamentando la triste futilidad de la guerra: “¿Cómo podría palidecer su gloria? ¡Oh, la salvaje carga que hicieron!”.

Se me vino a la cabeza la imagen de obsoletos tanques austriacos y unas centenas de caballos argentinos del ejército boliviano, enfrentando a tanques Leopard alemanes en una imaginaria invasión chilena en el altiplano. Aunque triste y asqueado, definitivamente prefiero parques a caballos, talleres a satélites, hospitales a mentirosas casas del pueblo.

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