DIPLOMACIA SONÁMBULA
El tema ferroviario es un viejo lamento que viene desde hace años, pese a que tuvo sus épocas doradas con el auge de los minerales que iban hacia el Pacífico, y, a mediados del siglo pasado, cuando la generación diplomática de la posguerra del Chaco, la más brillante en muchos sentidos, rompió el cerco a que estaba sometido el país por el oriente con la construcción de los trenes que vincularon a Santa Cruz con Brasil y Argentina. Era el tiempo de “la tierra de contactos” que anunciaba una amigable Bolivia, “bisagra” o prometedora “nación puente” entre sus vecinos y no el “país tranca” en que nos hemos convertido, que tanto menciona, con razón, el embajador Agustín Saavedra Weise, y que ha reiterado hace poco, en un encuentro internacional de logística caminera, el presidente de la Cámara de Exportadores de Santa Cruz, Wilfredo Rojo.
Un país pobre como el nuestro tiene, por ejemplo, dos sistemas ferroviarios que no están conectados entre sí. Son los viejos ferrocarriles de la plata y del estaño que van hacia el Pacífico, y los trenes de la llanura que alcanzan grandes puertos del Atlántico. La construcción del tramo Aiquile-Santa Cruz hubiera permitido no sólo unir los dos océanos a través de Bolivia, sino también articular sus dos sistemas de occidente y oriente. De los 3.800 kilómetros de construcción que debió tener el Santos-Arica, faltó construir alrededor de 450 para vincular ambos puertos. Con la renuncia a culminar la tarea, los ferrocarriles en el valle cochabambino quedaron sin destino, victimas del abandono. Tal como quedó el ferrocarril de Santa Cruz a Trinidad que se rindió allá por el Yapacaní. O como el triste fracaso del tren de La Paz al Beni que agotó sus fuerzas en el paso de la cordillera. O como el dificultoso Madeira-Mamoré cuyos rieles se levantaron hace poco en la selva amazónica.
Esto de los trenes ha venido a nuestra memoria a propósito de las declaraciones del presidente peruano Ollanta Humala, quien ha informado que, con una multimillonaria inversión china, se construirá un ferrocarril transcontinental que conectará Brasil con Perú sin pasar por Bolivia. La razón, según el presidente Humala, es el “interés nacional” de Perú. Ese “interés nacional” peruano significa que los formidables convoyes atestados de granos salgan hacia el oriente por sus puertos del norte y no por los del sur.
¿Quiere Perú perjudicar a Bolivia? Eso ha sido lo que se ha preguntado la gente aquí. Los políticos han visto en Humala un gesto inamistoso. Pero no nos hemos puesto a pensar que el mayor interesado en la construcción de la vía es Brasil, por sus masivas exportaciones al Asia. Es a Brasil a quien hay que convencer de que cambie de parecer. Para Brasil el tramo más directo (y más barato por lo avanzado que está) sería naturalmente llegar al Pacífico por Bolivia. Es decir, volver al Santos-Arica y rearmar todo lo que al parecer es más lógico.
Por supuesto que a China le interesará cualquier proyecto que llegue al Pacífico, tanto por su importante comercio con Brasil, cuanto porque se adjudicaría la construcción de una obra de ingeniería millonaria. Mucho más que el satélite desaparecido en el espacio. No creemos que China tuviera ninguna dificultad en financiar la construcción del tramo faltante entre Cochabamba y Santa Cruz si a Brasil le pareciera bien. Y a Brasil no puede parecerle mal volver sobre este emprendimiento si sabemos que el enorme potencial agroindustrial de nuestro vecino en el Mato Grosso y Rondonia es colindante con Santa Cruz.
Ahí tiene que entrar en acción la diplomacia boliviana, que, a decir verdad, ha sido el punto más flojo del gobierno actual. Con una diplomacia sonámbula, que actúa dormida caminando vacilante por la cornisa más alta y hablando incoherencias, todo se complica. ¿La Cancillería estaba enterada de la construcción del FF.CC. de marras? ¿Informaron nuestros embajadores en Lima, Brasilia y Pekín sobre el proyecto? ¿Informó por lo menos uno de los tres que se iba a construir el tren Brasil – Perú?
Si no es así estamos lucidos. Nos aferramos al ALBA cuando sabemos que eso no sirve para nada y, además de negarnos a participar en la Alianza del Pacífico, donde está Perú, S.E. llama “lacayos del imperialismo” a sus mandatarios. Es decir que insulta juntitos a Humala, Bachelet, Peña Nieto y Santos. Como si estuviera en un sindicato cocalero. ¿Vivimos una diplomacia sonámbula o hipnotizada? Si la Cancillería no estaba informada del emprendimiento ferroviario, pero, además, quien dirige las relaciones internacionales es S.E., la verdad es que muy poco se puede esperar.
Con la celeridad del caso habría que invitar a la señora Rousseff a visitar Bolivia. Hay que animarla a venir venciendo su negativa a lo largo de todo su primer período, oscurecido por el empecinamiento con el senador Pinto, por la fuga del fiscal Sosa, y por desaires de S.E. que cayeron mal en Itamaraty. Es hora de rectificar absurdos caprichos, de dejar la majadería de que nos hemos convertido en una potencia continental y de pensar en los beneficios del comercio y la integración en vez de la construcción de plantas nucleares.