ArtículosIniciosemana del 22 de DICIEMBRE al 28 de DICIEMBRE

La clase social que Marx olvidó

Por Marcos Aguinis | LA NACION | Miércoles 17.12.2014

«El 14 de marzo, a las 2.45 de la tarde -dijo Friedrich Engels a los pocos admiradores que se habían reunido dos días después en ese año de 1883 en el cementerio de Highgate en Londres-, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos solo y, cuando volvimos, le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre. Es imposible calcular lo que el proletariado militante de Europa y América y la ciencia histórica han perdido con este hombre. Pronto se sentirá el vacío que ha abierto la muerte de esta figura gigantesca.»

Es verdad, sus estudios e investigaciones fueron realizados con la ambición de un científico que anhela ser objetivo pese a los escollos de la subjetividad. Pero ocurre que la ciencia es un laberinto empedrado de misterios y teorías que parecen inobjetables y pueden ser más adelante corregidas, refutadas o complejizadas. La ciencia no es dogma, aunque muchos marxistas cometieron el error de convertir sus investigaciones y sus sueños en una teología. Hoy Marx sigue siendo respetado, pero también es merecedor de críticas honestas.

Entre sus aportes se distingue la lucha de clases como el motor de la historia. Fue inspirado por la dialéctica de Hegel y en su espíritu oscilaba el anhelo profético de la redención mesiánica, que encarnó en la multitudinaria clase del proletariado industrial. Para Marx, la clase social es una forma de estratificación que ata a un grupo de individuos por el hecho de compartir características comunes que los vinculan social, cultural o económicamente, sea por su función productiva, su poder adquisitivo o por la posición que ocupan dentro de la burocracia. Estos vínculos pueden generar o ser generados por intereses o motivaciones que se consideran comunes y que tienden a reforzar la solidaridad interpersonal.

En otras palabras, la sociedad de clases constituye una división jerárquica basada principalmente en las diferencias de ingresos, riquezas y acceso a los recursos materiales. Pero -esto es muy importante- las clases no son grupos cerrados y un individuo puede moverse de una a otra. Para Marx, la adscripción a determinada clase está determinada básicamente por criterios económicos, lo cual marca una diferencia con otros tipos de estratificación social, como los basados en castas, etnias, jerarquías litúrgicas u otras razones que, en principio, no son económicas, aunque la adscripción a un determinado grupo pueda conllevar condicionantes económicos.

Para Marx, las clases sociales también se entienden por su «conciencia de clase», basada en la creencia de que tienen una comunidad de intereses. Aparecen así como estructuras antagónicas en un contexto histórico de conflicto. En sus textos, ha efectuado una minuciosa descripción de las clases sociales que cobraron relevancia a partir de la Revolución Industrial, el gran ascenso de la burguesía y la multiplicación demográfica del proletariado. Pero no alcanzó a visualizar otro grupo de individuos provenientes de diversos sectores, con historiales variopintos, enlazados por comunes intereses económicos, una singular hipocresía ética, largas uñas para apoderarse de los aparatos burocráticos y convertir el Estado en un instrumento de sus ambiciones. Para ser claro, opto por llamarla la clase social de los delincuentes.

Esta clase social crece y prospera donde flaquean las leyes de la democracia. Se apodera de los recursos que, con enorme esfuerzo, fue construyendo la civilización desde los fundacionales tiempos de Hammurabi, Moisés y los genios de las antiguas culturas griega y romana. Destroza los instrumentos de la igualdad ante la ley y no esquiva ninguno de los recursos que proveen los instintos perversos. La clase social de los delincuentes quiere todo el poder y toda la riqueza. Siempre «va por todo».

Prospera con rapidez en los regímenes totalitarios, de derecha o de izquierda. Con afeites apenas convincentes, también emerge en los regímenes sólo autoritarios, casi siempre se agrupa en torno a una figura central, ante la que se arrodilla y obedece de forma acrítica, completamente sometida, sin dignidad ni vergüenza. Esta clase de los delincuentes conforma una elite a la que se le permite cualquier desaguisado. Suele tejer alianzas internas y externas de todo tipo, entre las que no se les tiene asco al crimen, la mentira, la droga u otros tizones del infierno. Gracias a su anatomía piramidal y el tejido de estrechos vínculos que genera el intercambio de privilegios y favores -además del secreto en que deben mantenerse ocultas sus fechorías-, se brindan un apoyo interno recíproco, impúdico y calculado. En nuestra vapuleada Argentina hay casos por demás evidentes, como la indeclinable protección a Amado Boudou, Ricardo Jaime, Lázaro Báez y otros cuyos nombres hasta producen sarpullido en muchos adherentes del partido oficialista. Pero así funciona esta clase social que Marx no alcanzó a incorporar en sus obras.

Muchos casos del extremo a que ha llegado esta clase han existido en las monarquías absolutistas, la Italia fascista, la Alemania nazi, el régimen colaboracionista de Vichy, las cavernas del maoísmo, los asesinatos de Pol Pot, las historias criminales del castrismo y, con edulcorantes apenas operativos, en el autoritarismo «inmaduro» de Venezuela y la semidictadura de Nicaragua.

Manipulan los fondos públicos de forma indiscriminada. Por esa razón crece la desigualdad social, una minoría de empresarios «amigos» se apropian de las obras públicas, escasas decisiones se ajustan a la ley y prevalecen los caprichos del que está un escalón más cerca del ídolo. El enriquecimiento ilícito de quienes integran la clase social de los delincuentes no es objeto de investigaciones serias ni penalidades justas, sino de maniobras que garanticen su impunidad. Como dijo Karl Marx, están hermanados por la forma de adquirir sus rentas y tener una clara «conciencia de sí misma».

Otro dato mayúsculo es su defensa del Estado como garantía de la justicia, la inclusión, la productividad y el bienestar de las mayorías. Mentira. El Estado es el instrumento del que se apropia la clase social de los delincuentes para narcotizar al pueblo y hacerle creer que trabaja en su favor. Pero no es así. Trabaja a favor de quienes integran esa clase llena de codiciosos con cara de ángeles. Sólo a favor de esa clase. Manipula y distorsiona la información, tergiversa las estadísticas, hipnotiza con eslóganes y no cesa de enriquecerse a costa de todos. Por esa razón siempre quieren que el Estado, en vez de ser el controlador ecuánime del mercado, sustituya al mercado, para que el grueso de las riquezas caiga sobe sus cabezas como una lluvia de oro.

La democracia se jibariza bajo el dominio de esta clase social hasta el extremo de quedar reducida sólo a las elecciones, ya que los poderes Judicial y Legislativo son objeto del mayor sometimiento posible. Incluso el Poder Ejecutivo queda en manos de pocos o de sólo uno. La clase social de los delincuentes tampoco deja que las elecciones sean puras. Impone el fraude mediante los aparatos de propaganda facciosa permanente que paga el conjunto de la sociedad. Además, utiliza el soborno mediante el disfraz de los subsidios. En efecto, no aspira a resolver el drama de la pobreza, la desocupación, los «ni-ni», el descrédito mundial ni la peste de la inseguridad, sino a mantenerlos mediante subsidios inacabables y corruptores, con máscaras de falsa solidaridad.

Ojalá Karl Marx hubiera vivido en estos tiempos para agregar algunas páginas que describan mucho mejor que este artículo las pústulas de esa clase social que en sus tiempos no llegaba a los niveles del strip tease que ahora exhibe.

Ver más

Artículos relacionados

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Botón volver arriba