«Las mujeres tienen siempre más coraje»
El universo de Arturo Pérez-Reverte La cobertura de tantas guerras le cambió su mirada sobre la vida. Dice que hacen más daño los estúpidos que los malvados. El mundo Femenino , la soledad y las redes sociales bajo la lupa del reconocido novelista. Periodista y escritor español, tiene 63 años y fue durante 21 corresponsal de guerra. Desde 2003 es miembro de la Real Academia Española. Está casado y tiene una hija que es arqueóloga marina.
Visión. “La mujer tiene una memoria biológica del desastre más intensa que el hombre. Al haber estado muchos años en silencio pariendo hijos, cosiendo, siendo rehén del hombre, ha generado una lucidez especial”.
Conseguir un tiempo a solas con Pérez-Reverte es el deseo de muchos argentinos devotos de sus novelas. ¿Cómo es y qué piensa este periodista y escritor de habla hispana tan famoso fuera de sus libros?
Los personajes de tu nueva novela, Hombres buenos, quieren de algún modo cambiar el mundo. ¿El mundo se puede cambiar ?
Hubo un momento en que el mundo se podía cambiar. Había cierta inocencia. En el siglo XVIII había revoluciones, gente que quería cambiar el mundo. Muchos con buenas intenciones. Después te haces mayor. La vida te deja mal parado, con marcas y te das cuenta que el mundo no es tan fácil de cambiar. Que hay in-culturas deliberadas, analfabetismos forzosos, hay gente que prefiere la tranquilidad de la resignación a la aventura del cambio. Y todo eso te va templando las ideas.
¿Vos quisiste cambiar el mundo?
Creo que no he querido cambiar. Yo empecé como reportero. Era muy lector y los libros me llevaron a viajar, conocer amigos, guerras, aventuras y todas esas cosas que a los 20 años te importan.
¿Y qué te dejo estar involucrado en tantas guerras como estuviste? ¿Qué te marco?
Me dio una mirada sobre el ser humano. La adrenalina, la violencia, todo eso me fue templando. Descubrí palabras como compasión, caridad, solidaridad. Cuando era más joven, era más cruel. Lo que vi de ruin, y también de noble, de bondad y de honor en el hombre me ha formado. De la guerra, del mar y los libros aprendí un montón de cosas que me han servido para mi vida. Y aprendí también de las mujeres, más que nada.
¿Qué viste en la guerra?
He visto padres abandonar a sus hijos, mujeres renegar de sus maridos, familias enteras que culpan a los otros para salvarse. La guerra le quita al ser humano todo su barniz; al que es bueno lo hace más bueno, al que es malo lo pone peor. La guerra para un joven que mira es un continuo aprendizaje. Yo llegué a las Malvinas, a Sarajevo, a un montón de sitios. La ecuación libros, guerra, vida fue nutritiva intelectualmente.
¿Cómo son las mujeres en la guerra?
La mujer tiene una memoria biológica del desastre más intensa que el hombre. El hombre está más aturdido por el fútbol, la guerra, los amigos, el bar, el sexo. La mujer, al haber estado muchos años en silencio pariendo hijos, cosiendo, siendo rehén del hombre, ha generado una lucidez especial. En situaciones extremas, cuando viene el dolor, la mujer tiene siempre mucho más coraje. El hombre tiene la valentía del momento, pero la mujer tiene el coraje de la resistencia. Una de las lecciones es que las mujeres son las que mejor aguantan el dolor real de la vida.
¿Se puede aprender de situaciones tan límites?
Claro que se puede. Nadie es el mismo cuando termina de leer un libro. Por supuesto, la guerra te cambia, las crisis en el ser humano lo hace comprender cosas que no entendía. El valor de la amistad, de una palabra, de un vaso de agua, un cigarrillo. Te enseña que somos afortunados cuando lo somos. Que hay reglas. La vida tiene reglas, el horror tiene reglas, la realidad también.
¿Y cuando pasa el tiempo, no volvés a preocuparte por una pavada?
Desde luego te aburguesas, pero hay cosas que ya no cambian. Te deja una mirada de la vida y ciertas costumbres. Todavía llevo el pelo corto y las uñas cortas como un soldado. Y hay otras cosas que llevo dentro, he aprendido a interpretar silencios. La guerra me dejó más completo, más perceptivo, más lúcido.
¿Cuál es el problema más grande de la humanidad?
La estupidez. Y cuando linda con el fanatismo, ya es grave, devastador. Hacen más daño los estúpidos que los malvados. Un malvado puede ser inteligente. Un estúpido es estúpido, aunque dialogues, no entiende. Y si, además, se basa sobre un libro, la Biblia, el Talmud, el Corán, lo que sea, es peor.
¿La educación es el único remedio posible?
Sí. Fanáticos, estúpidos e ignorantes van todos al mismo grupo. Solamente la educación permite que el pueblo sea lúcido y dueño de su destino. Sin educación todo es un espejismo. Son dictaduras encubiertas.
¿Cuándo empezaste a aprender de las mujeres?
El día que tuve una hija. Tú pones en una cuna a un niño de 6 meses y es un pedazo de carne con ojos. Una niña ya mira, te agarra la mano, está viendo cómo seducirte. Esa lucidez la encontré con mi hija. Siempre recuerdo una escena a los 7 años, todavía ningún hombre la había engañado, pero ella ya sabía que los hombres somos despreciables. No por educación, sino por instinto. Está en su memoria genética. Ese día comprendí cosas que no había comprendido.
¿Por ejemplo?
La espalda silenciosa. ¿Qué he hecho? Silencio. Y tú duermes sin saber qué ha pasado. Y entonces un buen día te dice “aquel día…” y pa, pa, pa. (Risas). Es una falta de comprensión por parte del hombre de leer sus miradas, los silencios de las mujeres, sus dolores, sus estragos. La mujer es socialmente conciente de su fecha de caducidad en relación a la sociedad. Una mujer tiene 40 años para hacer y después de los 40, si no ha conseguido un estatus social, de belleza, económico, está sometida a un montón de injusticias. El hombre tiene mecanismos que le permiten sobrevivir: los amigos, el fútbol, el bar. Las mujeres, todas, hasta la aparentemente más feliz, tiene rincones de oscuridad, de soledad, estragos de vida que solo ella conoce. Participar de eso como hombre te hace mejor persona, más lúcido. Te educa. La mujer educa mucho.
La mayor parte de los hombres no presta atención a lo que le está pasando a la mujer.
No. Miramos las tetas, no a los ojos. Tenemos nuestra memoria genética, hemos sido cazadores, preñadores de hembras para continuar la especie. El hombre tiene estas tendencias que la educación no ha conseguido borrar. Cuando aprendes a mirar a los ojos, descubres los silencios. Nadie maneja el silencio como la mujer. Habla con el silencio de forma muy elocuente. Si estás atento, a veces, consigues captar algo.
Hacés mucha valoración del silencio. No está valorado el silencio en estos tiempos.
Hay una cosa curiosa. Si hay dos personas discutiendo, uno está hablando y el otro no escucha, está esperando para meter su bocadillo. Es un diálogo de sordo. La gente no aprecia el silencio.
Quizás ocurrió siempre pero ahora se ve más la necesidad de la “primera persona del singular”
Eso de Facebook, de estar mostrando lo que uno hace en el día a día, me parece tóxico. Una cosa es mostrar fotos a los amigos, pero el continuo querer transmitir tu intimidad, nos saca de lo que es la relación normal de un ser humano con otro. Estar todo el tiempo con Wathsapps o correos quita tiempo para la lectura en el bus. El aparatito nos absorbe y dejamos de lado los libros que nos alimentan. Va a ser muy poco agradable dentro de 50 años. No me preocupa porque ya no voy a estar aquí. Vamos a ser incultos, pero hipercomunicados. Estamos comunicando basura. Nada de ideas. Hay que saber irse; eso lo aprendí en la guerra.
¿Cómo es eso?
Hay un momento en que ya lo has hecho. Has tenido tus hijos, tus amigos, tu memoria, tu felicidad, tus estragos, el mundo cambia tanto que ya no puedes seguirlo. Entonces hay que saber cuál es el momento para retirarse. Sin dramatismos. “Señores ha sido un placer”. Creo que es así la vida. Es imposible adaptarnos a todo lo que está ocurriendo.
¿La cultura nos obliga a estar al día?
Te permite saber que todo ocurre y que va a seguir ocurriendo. Yo leo desde que tengo 8 años y tengo una biblioteca de 30 mil libros en mi casa. Yo soy lo que he leído, más lo que he vivido, más lo que escribo, esa es mi vida. Si me pidieran un consejo -yo nunca los doy- es que busquen la serenidad, busquen envejecer serenamente con el dolor, la enfermedad y el paso del tiempo como parte del juego. Y mientras, vive con lo que hay, y lee para saber que no hay nada nuevo. Todo acaba y todo pasa.