Consejos para vejetes
Un entrañable amigo me manda emails desde Salta. Consabidas panaceas nutricionales probando que lo bueno engorda, hace daño, es ilegal o embaraza (lo último no me toca, gracias a Dios); reflexiones sobre la vida, valiosas más por hermosos paisajes que comparto con mi nieto; mujeres desnudas, rosas que miro impasible tanto por menguantes ganas, como porque no son de mi jardín y no gozaré del perfume de sus pétalos espléndidos. El otro día mi condiscípulo dio en el clavo. Envió un mensaje sobre Alzheimer, mal que mucho angustia a vejetes (yo primero), siendo que la más de las veces las goteras de achaques se deben no tanto al tío alemán, sino al primo italiano Franco Detterioro.
No pude resistirme a probar sus recomendaciones. Eran secuelas de un descubrimiento científico de la neurociencia, revelando que el cerebro, esa otra frontera que poco conocemos, posee extraordinaria capacidad de crecer y mudar el padrón de sus conexiones. Sin embargo, la rutina ocupa el 80 por ciento de nuestro día a día. A pesar de lo ventajoso de reducir el esfuerzo intelectual, tiene el perverso efecto de limitar al cerebro.
La Neuróbica es una nueva forma de ejercicio, proyectada para tener el cerebro ágil y saludable. Mejora la concentración, entrena la creatividad y la inteligencia, creando nuevos y diferentes padrones de actividad de las neuronas. Bueno, pensé, soy nada afecto a ejercicios aeróbicos, ¿por qué no probar la “aeróbica de las neuronas”? El desafío de esta nueva forma de ejercicio es hacer todo aquello contrario a la rutina, obligando al cerebro a un trabajo adicional. El Alzheimer puede ser un monstruo cruel, así que poco costaba hacer los ejercicios propuestos.
Empecé por usar el reloj en la muñeca derecha. El problema surgió cuando me preguntaron la hora y mire automáticamente a la izquierda. Le miraba de reojo el escote a la joven preguntona, y ella me puso cara de “¿este viejo rabo verde es pelotudo o tiene Alzheimer?”
Continué con la recomendación de cambiar el camino para ir y volver del trabajo. Como no brego en ninguna oficina, cambié de ruta para caminar a la casa de un condiscípulo donde tendríamos una tenida. “Qué raro”, pensé, “no está abierto el portón”. Toqué el timbre y salió un sorprendido dueño de casa. “El almuerzo es la próxima semana”, me espetó.
Decidí no ejercitar la neuróbica fuera de casa, que me causa tantos bochornos. En China practican caminar de espalda en los parques. Opté por estirar las piernas diez minutos de cada hora, caminando en retro por la casa cuando estuviese solo (no me creyesen chocho). Pisé un juguete del nieto y ¡cataplún!, fémur dislocado. Tuve que esperar a que regresara mi esposa de un rummy, para que me ayudase a levantarme. ¡Putos chinos!
Esa noche intente dormir en el lado de la cama que no estoy acostumbrado. Forcé a mi consorte a dormir en el lado opuesto, y en la madrugada fría de junio me caí del catre queriendo abrazarla con mi brazo izquierdo. En la mañana siguiente dije, ¡ah!, éste es fácil, ya que soy ambidiestro: cepillarse los dientes con la mano contraria a la de costumbre. Maneje el cepillo con la zurda y puse el dentífrico en la áspera superficie para limpiar la lengua. Monjas de mierda, que me forzaron a usar la mano derecha porque la izquierda era del demonio, pensé.
Descarté el siguiente ejercicio: mirar la hora en el espejo. ¡Casi ni veo la hora en mi reloj y quieren que la mire en el espejo! Vístase con los ojos cerrados, aconsejaban. Mi atormentadora soltó una carcajada al ver que me puse el calzoncillo al revés, con la abertura en el poto. Para colmo de mis vergüenzas, me calcé calcetines de distinto color…
En la nochecita quise estimular el paladar con cosas diferentes. Serví unas nueces de macadamia sin percatarme de que estaban con cáscara y me descaliché un diente. Rabioso, probé dos botellitas de grapa en vez del whisky con agua que acostumbro. Tal fue la curda que tuve que subir gradas en cuatro patas para acostarme.
A la mañana siguiente, después de una ducha y un par de cafés estaba como nuevo, salvo un leve temblor en las manos. Intente manejar el ‘mouse’ con la izquierda, y la tembladera hizo borrar un archivo de fotos: ¡mi hija me va a matar!
Por último, con la mano izquierda intenté mandar este mensaje a mis amigos. Quizá cometí pecado mortal, porque usando el ‘ratón’ con la otra mano, confundí archivos y envié a mi querido Hermano Damián una de las damas empelotas que manda mi amigo que vive en Salta.
¡Qué me importa!, pensé frustrado. De todas maneras un asteroide chocará con nuestro planeta en septiembre y se acabará el mundo, según dice algún erudito evangelista. ¡A la porra con los ejercicios!