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Mi amigo Cuqui, el cura y el capitán

El otro día desperté a la agonía de un amigo. Estaba en la cárcel por pensiones y vaya que uno va a generar dinero siendo de la tercera edad, y conseguir trabajo estando en chirona, a menos que disponga de capital para alquilar cubículos 2 x 2, como el suyo, con las cucarachas andando por ahí y las pulgas saltando a las pocas visitas en pos de sangre nueva por allá.

En su última madrugada sobrevinieron los vómitos, le llevaron a Emergencias del hospital público engrillado de los tobillos, como si pudiera escaparse. Un galeno amigo habló con sus cancerberos y logró que le esposaran una muñeca a la que fue su postrer lecho. Trataron de reanimarlo en la camilla del pasillo donde se atestaban los infelices que no merecieron cama, porque no disponían de ellas. Fue demasiado el concurso de acreedores de su deteriorada salud: una infección generalizada, una diabetes de polizonte, un riñón bloqueado, una bronconeumonía de incógnito, y un paro cardiaco del que no pudieron reanimarlo los golpes eléctricos.

Preocupados primero, apesadumbrados después, deambulábamos unos pocos amigos, una hija y la candidata a la soledad de la viudez. Impasible, contemplé a un médico regañar a una niña que cuidaba un bebe, por dificultar el parqueo de su carro. Pensé en accidentes de buses y médicos copando heridos como arañas de ocho patas, tal vez futuros clientes de sus consultas privadas. Desembuchaban su carga los autos de alquiler y partían raudos tocando bocina en un hospital, maldita sea.

Si tuviera la imaginación de un novelista, diría que mi amigo fue bendecido, ¿o maldecido?, por la buena facha, la buena ropa y la buena billetera: le atrajo una caterva de adulones que se beneficiaban de sus generosos excesos; en tiempos malos le negaron préstamos y le dieron la espalda: ni le visitaron en la cárcel. Qué importa, porque lo más doloroso de la muerte es que siendo irremediable no tiene vuelta atrás.

Me apego a la controversia entre el Padre Mateo y el capitán Quintana. El cura se atrevió a pedir el 10 por ciento del presupuesto nacional para la salud. El Ministro de turbios logros retrucó que el hombre de sotana quería matar gente, porque el Gobierno destinaba 11,5 por ciento al gravitante rubro. Otro ministro y el Presidente mismo le contradijeron citando cifras diferentes, todas relativas, por no decir falaces.

 ¿Cuánto del presupuesto nacional se destina al sector salud? El Padre Mateo pide 10 por ciento; el capitán Quintana arguye 11,5 por ciento, ni mencionar los porcentajes citados por ministro y Presidente. El Presupuesto General de la Nación inscribe 4 por ciento. Más importante aún, ¿cuánto se necesita? Algún amigo médico habla de 15, otro de hasta 35 por ciento. La respuesta más razonable la dio un galeno: lo importante es hacer sostenible la inversión, entre 16 y 20 por ciento.

Pero son relativos los montos en época de vacas gordas a las que parece habituado el Gobierno, comparados a la porción de la torta en tiempos de vacas flacas que se avecinan. Encima, en este régimen y los anteriores, el sector salud es de poca prioridad contrastado a megalómanos emprendimientos, como un satélite sobrevaluado que rinde mayor rédito político engrupiendo a la plebe de que Bolivia es una potencia espacial. Total, los bolivianos somos ‘supermachos’ -¿o ‘agachados’?- y aguantamos todo, según el léxico del gran caricaturista mexicano Rius.

¿Cómo se puede atender mejor la salud de los bolivianos? Un aspecto cuantitativo deficitario es el desglose de la atención en niveles. La primera trinchera son las postas sanitarias y pequeños consultorios rurales. Un segundo nivel son hospitales pequeños, que atienden áreas como ginecología, pediatría, cirugía general y medicina interna. El tercer reducto son nosocomios que atienden casi todas las especialidades. Un cuarto nivel son hospitales que tratan cáncer y otras dolencias graves.

Si constituyen una cadena, ¿de que sirve cuando en el campo llegan tuberculosos y la enfermera de la posta tiene solo aspirina para darles? ¿Curará consultar por computadora y satélite a un bebé con tos de ahogo? Si en un hospital de ciudad principal no hay camas, ¿habrá algo más que un teléfono entre el Oncológico y el hospital público, o habrá que derivar al canceroso a una clínica privada?

Encima hay un aspecto cualitativo deficitario de fondo: la motivación de servir, elemento clave del juramento hipocrático. A menudo los médicos prefieren ‘especialidad’ en el hospital de segundo nivel de la Comala de Juan Rulfo en México o de tercer nivel en Pelotillehue, Chile, a curar a desnutridos semejantes en Payoco, Oruro. Los elementos menos calificados atienden las aldeas y los poblados rurales. En la ciudad sobran los galenos, pero escasean en sus periferias de migrantes.

Por lo dicho, me adhiero a la campaña del Padre Mateo en pos de mayores inversiones en el campo de la salud. El presupuesto nacional destinado al sector salud debería ser un tercio, y calladitos el capitán, el ministro y el Presidente. Estaré en espíritu en las caminatas del Padre Mateo, mientras mi alma deambula de luto por mi hermano Luis Eduardo Dorado Erdland.

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