Álvaro García Linera apoya un reciente artículo suyo sobre “las clases medias” en una lapidaria afirmación de Zavaleta: “son las más ignorantes, racistas y antinacionales del continente”, dijo de ellas el ya fallecido escritor. García Linera afirma que estos epítetos (“ignorantes”, “racistas” y “antinacionales”), suscitados en la obra de Zavaleta por la “generación” de las clases medias que hicieron la Revolución Nacional, siguen siendo epítetos pertinentes para la generación posterior, que fracasó en la lucha por el socialismo a fines de los años 60 y, posteriormente, se adhirió al neoliberalismo; excepto porque uno de sus segmentos (aquí sin duda alude a Carlos Mesa y sus seguidores) no fue ignorante, sino culto. García Linera cree, en cambio, que una tercera generación, la actual, no corresponde con la descripción de Zavaleta, puesto que ha decidido seguir a un “indio”, Evo Morales, y defender el proyecto de “indianización” de la sociedad boliviana.
El de Zavaleta es, por supuesto, un exabrupto. Probar que las clases medias bolivianas son “las más… del continente” resulta empíricamente imposible. Sería como tratar de demostrar que los habitantes de tal país son los mejores amantes o que tienen el mejor oído musical de América Latina. Así de ridícula resulta en ocasiones la retórica zavaletiana, lo que no impide que la izquierda tome sus boutades como altísima ciencia social.
Hay que ignorar el superlativo, entonces. Pero aún queda preguntarnos el porqué de este ensañamiento con las mismas clases con las que Zavaleta ocupó el poder al final del periodo movimientista y, en el caso de García Linera, las mismas que intentaron realizar, primero, el programa que su partido, el Movimiento al Socialismo, aplicaría años después, y las mismas que, en una siguiente “generación”, lucharían con las armas que García Linera también levantaría para realizar el mismo objetivo, el socialismo.
Para responder a esta pregunta necesitamos primero discutir en torno a otra, más de fondo. Es la siguiente: ¿Se puede generalizar de esta manera respeto a cualquier colectivo, y en especial a unas clases tan diversas como volubles, tan diferenciadas internamente, como lo son las clases medias, y hacer calzar sus múltiples peculiaridades, actitudes y humores con la univocidad y simplificación de un anatema? Solamente dentro de un discurso propagandístico. Y es que ni Zavaleta ni García Linera son propiamente pensadores, sino propagandistas de talento.
Una ‘clase’ e incluso unas “clases” constituyen artilugios intelectuales: son conceptos usados por los marxistas para hacer generalizaciones de psicología social que la mayor parte de las veces terminan siendo impertinentes. Las asociaciones que realmente se dan en la realidad social rara vez coinciden con la categoría ‘clase’; son de otra índole, que no es fundamentalmente económica: hablo de naciones, de nacionalidades de alcance regional y cultural, de grupos que se forman por interés, ideología, creencia religiosa y posición política, esta última determinada por la coyuntura histórica. El enfoque clasista al que se sienten inclinados los marxistas por la creencia del fundador de su corriente sobre la primacía unilateral de la economía sobre las demás esferas del quehacer humano los ha llevado a incontables errores y crímenes. Errores como la suposición de que los obreros europeos no se habrían de dividir en fracciones nacionales al estallar la Primera Guerra Mundial, porque la definición de clase sería más fuerte que la inclinación nacionalista. Y crímenes como la eliminación física o psicológica, en la Unión Soviética y los otros países del “socialismo real”, de todas las personas que no fueran o se reivindicaran de la clase obrera.
Aun suponiendo que usemos “clases medias” en un sentido diferente del marxismo, esto es, para referirnos a los sectores educados de un país, como parece ser en este caso, igualmente solo por una confusión marxistoide pudiéramos atribuir a estos segmentos sociales una determinada personalidad (a saber: ignorante, antinacional, racista), es decir, una ‘esencia’, que en el mejor estilo escolástico fuera una atribución congénita de esa cosa llamada “clases medias”, que a estas solo les quedase desenvolver en el curso de su vida, cumpliendo así su ‘causa final’ o destino. En otras palabras, dado que la esencia de las clases medias es ser “ignorantes, antinacionales y racistas” –como se deriva delargumento de autoridad, esto es, de la opinión de un maestro, Zavaleta–, entonces estas clases están condenadas a actuar necesariamente como tales hasta el fin de sus días. Un marxista ortodoxo diría: ‘por su papel en el proceso productivo’. Un marxista zavaletiano, en cambio, creería que esto se debe a la sucesión y la dirección de los ‘momentos históricos constitutivos’ que modelaron esta esencia clasista a lo largo del tiempo.
Al mismo tiempo, la ‘esencia’ indígena es, según este tipo de razonamiento, ‘nacional, sabia e igualitaria’, y por esto, para darle esta orientación a Bolivia, sería menester “indianizarla”.
No es necesario insistir en que las esencias sociológicas son una patraña. Lo muestra el propio García Linera en el escrito que estamos analizando, cuando cae en la “falta de sistematicidad” que sin embargo echa en cara a los (demás) intelectuales de clase media. En efecto, este autor, como hemos visto, anuncia que la tercera generación de clases medias, la actual, por alguna razón que no hace constar, se libra de la esencia “antinacional, racista” y de la “ignorancia”, y sigue el camino opuesto. ¿Repentina iluminación? ¿Transformación de la esencia por obra de algún cataclismo histórico? ¿O prueba de que el determinismo (económico o histórico) tiene patas cortas, pues pronto se topa con la necesidad de que al menos un grupo de individuos no esté determinado, para que así cumpla la tarea de acabar con las condiciones de posibilidad de tal determinación?
García Linera quizá diría, en clave zavaletiana, que en la última década se produjo un ‘momento constitutivo’ que transfiguró las clases medias en lo contrario de lo que eran. Pero en ese caso, ¿por qué en el último año las clases medias –con la excepción muy previsible de los segmentos que reciben beneficios directos del gobierno– han vuelto a tornarse en contra del “indio” y la “indianización” de la sociedad, como prueba el referendo constitucional del 21 de febrero de 2016? ¿Triunfa el anatema de Zavaleta sobre el optimismo de García Linera respecto del ‘momento constitutivo’ que se hubiera dado de 2006 en adelante? ¿No ha habido tal ‘momento constitutivo’? ¿O se está pensando mal todo el asunto y no es correcto esencializar a los colectivos humanos?
La historia, mirada con “sistematicidad”, nos muestra que así es. Cuando García Linera dice que las “clases medias” traicionaron la Revolución Nacional al subordinarla a la política norteamericana, en realidad se está refiriendo solo a un grupo conformado por hombres de las “clases medias” (abogados, economistas, empleados), esto es, el MNR, el cual también incluyó a dirigentes obreros y campesinos, y algunos miembros de las élites oligárquicas. Mucha más importante fue la participación de las “clases medias” de los 50 y 60 en Falange Socialista Boliviana, formación en la que quizá estaba pensando Zavaleta cuando lanzó su citado anatema. Un grupo a favor y otro en contra de la Revolución Nacional, uno a favor y otra en contra de las relaciones privilegiadas con Estados Unidos, ¿con cuáles “clases medias” nos quedamos? Por otra parte, García Linera señala que las “clases medias” (el MNR) destruyeron la Revolución, sin recordar que primero la hicieron. Este olvido no es casual, sirve para confirmar a Zavaleta, quien en la Formación de la consciencia nacional también atribuyó la autoría de la Revolución a obreros y campesinos, mientras la escamoteaba de la dirección clasemediera del MNR. Y no es el único que le impone el ‘argumento de autoridad’: este también hace necesario que García Linera diga que la generación posterior a la del MNR, es decir, la representada principalmente por el MIR, fue una generación “frustrada”, que trocó “los sueños de una revolución armada continental por la prosaica realidad de los dólares preferenciales, las comisiones de las empresas públicas privatizadas y la sumisión a los caprichos hollywoodenses de los embajadores norteamericanos”, dejando de lado, muy convenientemente para su tesis, que: a) el MIR fue mucho más que un partido de clase media, fue un partido popular, con militantes de todas las ocupaciones y todos los niveles de ingreso, y b) la misma generación que se hizo partidaria del neoliberalismo fue la que recuperó la democracia a un costo físico y psicológico enorme. Pero, claro, acordarse de los miristas que murieron enfrentando a las dictaduras militares no hubiera servido para ilustrar que estos debieron haber sido, para darle gusto a Zavaleta, “antinacionales, racistas e ignorantes”.
A fin de vilipendiar a las “clases medias” (a los grupos que formaron parte de ellas), García Linera llega a decir que
En los 60, el racismo de las clases ascendentes [las movimientistas] es el mismo que el de las clases decadentes del gamonalismo abatido (son primas-hermanas). Es así que mientras las últimas consideran a los indios como seres inferiores que necesitan ser educados y civilizados para acceder a la ciudadanía, las primeras (encaramadas en el poder sobre los hombros de los mineros armados) piensan lo mismo, solo que camuflan su rechazo a cualquier tipo de consideración de los derechos colectivos de los pueblos indígenas, detrás de un supuesto “mestizaje” fallido.
Decir que el intento de mantener separados sexualmente a los blancos y los indígenas, como no confesaban pero daban por sentado las élites de antes de 1952, es “el mismo racismo” que el proyecto mestizador de la Revolución, el cual suponía –en lugar de descartar– la mezcla sexual de las razas, equivale a quitarle todo sentido a la palabra “racismo”. Peor aún el considerar que la negación de los “derechos colectivos”, una posición ideológica cierta o falsa, pero respetable, resulta racista.
Por último digamos que la descripción del gobierno de Mesa que hace García Linera, siendo en mi opinión certera, solo corresponde, en la realidad, con el comportamiento del mesismo, no con el de las “clases medias” en general, cuyos otros grupos pensaban de una manera visceralmente contraria al entonces presidente, ya fuera por derecha, porque consideraban que Mesa cedía ante la presión del MAS y se hacía populista, ya fuera por izquierda, porque querían derrocar al gobierno para acelerar la llegada del MAS al poder.
Podríamos continuar desmontando el esquema de interpretación clasista-esencialista de la historia que emplea García Linera, pero ya no nos parece necesario. Su pobreza y error son los mismos que los del método sociológico holista u colectivista que no dejan de usar los marxismos, método que poco tiene que ver con la ciencia, así como con el sentido común. Estos mandan tomar en cuenta de igual manera a los individuos, los grupos que estos conforman y las asociaciones mayores (clases, pero también bloques coyunturales y nacionalidades) a las que estos se adhieren, concibiéndolos como un sistema de elementos y relaciones, un sistema siempre cambiante y siempre conflictivo. De ahí la dificultad de hacer historia, en el sentido pleno del término, dificultad que en cambio no existiera si todo pudiera resolverse con la aplicación de un marco de interpretación tan pobre y absurdo como el de Zavaleta, y en general todo los teóricos que han hecho del anatema en contra de las élites bolivianas una explicación simple, cómoda y cobarde de los problemas del país. Porque así como no es posible decir que la decadencia del gobierno del MAS es un simple resultado de la falta de carácter de los dirigentes blancoides y clasemedieros de este partido –pese a lo que el paternalismo antropológico quiera creer–, ya que las masas indígenas y campesinas, y sobre todo sus dirigentes, se hallan fuertemente comprometidos con esta decadencia, en el pasado tampoco fueron exclusivamente las “clases medias” las que se vendieron al neoliberalismo y se corrompieron, sino que la doctrina neoliberal y la corrupción resultaron adoptada y cohonestada, respectivamente, por amplias capas de la población boliviana, desde muy arriba hasta muy debajo de la pirámide social. Nada de esto puede comprender el marxismo, y tampoco el marxismo zavaletiano, cuyo poder heurístico también es pobrísimo, como muestra este trabajo de García Linera sobre las tres generaciones de “clases medias” que hemos comentado.
Fuente: molinafernando.wordpress.com