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Anti-historia de la política diplomática

Escribió Von Klausewitz que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Me hace culpable de anteponer instancias bélicas bolivianas, todas perdidas en liza excepto aquella del experimento de Ernesto Guevara, el mítico Ché, cuyo fracaso en Ñancahuazú desdijo su maestría en el arte de la guerra revolucionaria. El ejército nacional ganó la contienda, pero la perdió en mesa para congraciarse con Fidel Castro y su régimen comunista en Cuba. Ojala que el último estertor de tan ilusa imposición sea la “Escuela Antiimperialista” en Warnes.

Pero “craro”, diría la guaraya. Hugo Chávez dio petrodólares venezolanos de arranque, y Fidel la obsoleta estructura ideológica a este Gobierno socialista de dientes para afuera. Amén de centenas, dicen, de médicos de una mano de barniz académico en sus “Misiones”, que apuesto no son gratuitas. Ese rancio almodrote de ideas marxistas, leninistas y maoístas, salpimentado del picoso egocentrismo que en Cuba suministró Fidel y se llama castrismo, y en Bolivia lo provee Evo Morales y alimenta un impostor de títulos esperanzado en prorrogar su cargo. El de Evo y, de paso, el suyo.

Hoy quizá me toca enmendar mi torpeza. Digo quizá porque los suplementos patrioteros citan cinco territorios perdidos por tratados diplomáticos; en realidad son dos: a Argentina y Perú. Ambos países tal vez interesados en llevar Bolivia de vuelta a Buenos Aires o Lima, y reconstruir inmensos virreinatos españoles. Imaginen lo que hubiera sido una Argentina bioceánica con dos millones y pico de kilómetros cuadrados adicionales, o una Lima fortalecida con una confederación binacional Perú-boliviana. No se hubiese perdido el mar a Chile y las fragatas blindadas chilenas que alteraron el equilibrio naval entre Valparaíso y El Callao se llamarían Antofagasta y Santa Cruz. Ni el Acre, la mitad de curso del río Madera y el Alto Paraguay se hubiesen cedido a Brasil, que para vapulear a Francisco Solano López en Asunción requirió aliarse con Buenos Aires y Montevideo en la Guerra de la Triple Alianza.

En efecto, el manchón negro del Chaco Central boliviano nunca existió. O si existió, una Argentina fortalecida con la Guerra de la Triple Alianza había confirmado su posesión casi veinte años antes de la supuesta cesión nuestra en 1889. En ese año, se prefirió ceder la Puna de Atacama a Argentina antes que a Chile. En 1925, cedieron casi 11.000 Km2 al sur de Tarija. Hoy pudieran delimitar con medios modernos la línea imaginaria entre los ríos Bermejo y Pilcomayo, que tiene a Yacuiba en triángulo estrecho y quizá concedió territorio boliviano con subsuelo rico en petróleo.

El laudo arbitral de 1909 sobre el llamado Purús se concedió al Perú. Se confió al Presidente de Argentina, quien prefirió al país no colindante tal vez porque esa era entonces una norma geopolítica. De todas formas, el territorio era un apéndice muerto, una lengüeta, toda vez que ya se había vendido el Acre a Brasil, consolidando una inmensa jungla perdida, lo más importante de la cual quizá era el acceso a mitad del curso del río Madera allende las cachuelas. Pero los diplomáticos bolivianos, a diferencia del Barón de Rio Branco, quizá no sabían de mapas ni de Amazonia.

Ya lo he dicho, las guerras con Chile y Paraguay fueron conflictos avisados. En suma, de tener influencia diplomática para torcer la renuencia de los diputados paraguayos, deberíamos quedarnos con el Tratado Ichazo-Benítez de 1894, una línea que partiendo del paraguayo Fuerte Olimpo dividía el Chaco hasta Magariños en el río Pilcomayo. Hubiésemos conservado Puerto Pacheco y Bolivia sería potencia platense con acceso al Océano Atlántico por la Hidrovía Paraguay-Paraná, sin la anegadiza Punta Man Césped ni pedir permiso a Brasil para cruzar el tramo brasileño, también cedido, entre Puerto Quijarro-Corumbá y el hito tripartito en Bobrapa.

Las otras tres pérdidas territoriales fueron sucesivas concesiones a vecinos que se aprovecharon de su centrismo altiplánico, su desidia y su imprevisión, alimentando sus propias previsoras prepotencias para ganar guerras de conquista o extorsionar amenazando de ellas y continuar su política expansionistas. Bolivia se aplazó en cuanto a capacidad diplomática y previsión bélica. En cuanto a la una, tal vez porque es débil la formación de enviados que a menudo son refugio de políticos abusivos en el país, ignorantes de la realidad en las naciones que visitan y las prioridades del país.  En cuanto a la otra, qué pueden esperar de militares que ascienden de grado por promociones degolladas, se venden a gobiernos a cambio de corruptelas y adoptan falsas posturas antiimperialistas quizá sin conocer de paridad bélica, o de resistencia a un invasor con la heroica materia prima que es el pueblo boliviano.

Por eso, exhorto a que no envenenen la visión histórica de la juventud con mentirosos mapas enlutados, soslayando quizá que es importante adecuarse a circunstancias de la nación para salir adelante y progresar. De poco sirve el llanto de Boabdil, aquel moro que en 1492 rindió Granada, sí, la tierra soñada por Agustín Lara. Su madre le recriminó diciendo que “no llores como mujer lo que no supiste defender como hombre”.

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