Cuando yo era muchachito jamás pisé un restaurante y no sé si existían. No es como hoy, que los restaurantes están llenos de niños los fines de semana. Comía locro, majadito, yuca, y bife con arroz y huevo frito, como todos los de mi edad. Cuando ya fui mayor iba con papá, mamá y mis hermanos, a dos locales que todavía existen y eso es mucho mérito: al “Fogón” y a “La Bella Nápoles”. Muy buena carne en el primero y deliciosos ñoquis a la boloñesa con peceto en el segundo. Luego, que recuerde, estaba “La empalizada”, y el super restaurante de Caíto Flores, “Floresca”, bueno y caro, para personas con billetera gorda. No existía mucho más, aunque mi memoria puede fallar.
Sin embargo, el cruceño empezó a tomarle gusto a comer fuera de su casa, desde hace unos cuarenta años más o menos y los restaurantes se han colmado de personas de toda edad. Además de que nuestro clima incita a salir a la calle. No solo le hemos tomado agrado a la comida de los chefs, sino que también al vino, algo que en mis épocas de jovenzuelo yesca, se desconocía. En Santa Cruz, los de mi edad bebíamos cerveza paceña que era cara, y cruceña que, barata, te provocaba penurias en la micción, según decían. El otro trago era el “culipi”, un alcohol endiablado al que se le daba color y algún aroma, que costaba un peso, (cuando la cerveza costaba cinco) y con tres pesos quedabas deambulando por las calles en busca de tu casa. “La Pata de la Víbora”, “La Puñalada” y “El Trampolín del Pirata”, eran los lugares malevos, junto a El Arenal, donde rematábamos los trasnochadores. En “La Pata de la Víbora” vendían, al amanecer, unas empanaditas que sabían a gloria, y que tenían algo que no descubrí jamás, ni quisiera descubrirlo ya, pero que te daban la sensación de haberte tragado un tatú entero. Y para comodidad de los dueños, había una mesa de billar, sin bolas ni tacos, que solo servía para echar a los ebrios que no podían estar en pie.
Existen ahora en Santa Cruz centenares o miles de restaurantes, fondas, churrasquerías y pollerías, que sería muy difícil hasta de censarlas. Hay horas en que parte de la ciudad huele a comida. “Michelangelo” y “La Suisse”, deben ser de los que más clientes han disfrutado en sus mesas. “Michelangelo” por su cocina internacional, pero, sobre todo, por su inigualable “sapore italiano” y su oferta de vinos, que lo han convertido en un ícono en la ciudad, durante 35 años, de la mano del chef Carlos Suárez Bello. Y “La Suisse” porque ya lleva un cuarto de siglo en Santa Cruz haciendo el deleite de sus comensales con variadísimos platos fruto de la experiencia del chef Marcus Ruegg. Y hace no menos de 40 años que yo era fiel huésped de ese naciente restaurante de escasas mesas, en la Avenida Arce de La Paz, cuando mis aficiones iban por la “fondue” que era novedosa y estupenda.
Si de carnes hablamos, existen buenísimos asadores en Santa Cruz, pero sería imposible recordarlos a todos. La excelente carne cruceña ha hecho que ni siquiera la gente exija, como hace algunos años, los magníficos cortes argentinos. “El Arriero”, que llevan tan bien, Jorge Adriázola y su esposa María Lonsdale, debe ser, seguramente, el más visitado de la ciudad por la invariable calidad de su carne, aunque, repetimos, la cantidad de churrasquerías de primera son muchas, algunas más antiguas.
Entre “La Cocina de Inés”, propiedad de la chef Inés España, “La Casona”, del amistoso alemán Axel, y “Zanella”, manejado por el italiano Cristian, tenemos tres restaurantes donde se encuentra un yantar de clase. Más internacional lo de Inés, con una exquisita preparación y cuidado de sus platos, que son variadísimos y donde el ossobuco es mi preferido. Y “La Casona”, germana como su dueño, aunque también se puede comer un salmón de primera clase. Pero son los codillos de cerdo, el goulach, las salchichas, el imperdible chucrut rojo, y una variedad grande de sopas muy ricas y de cervezas alemanas y nacionales, lo que entusiasma. Y “Zanella” que ofrece menús italianos y españoles, donde la paella, hecha de diversas formas, es la reina; pero también las diversas tapas, los camarones, el pulpo, y las magníficas navajas o navajuelas, tan sabrosas, con tanto aroma a mar, y tan poco conocidas en nuestra ciudad.
Por supuesto que tienen puertas abiertas también la cocina camba, con el infaltable majadito, pastel de gallina, patasca, capirotada, pipián de pollo, sopa tapada y otros platillos que ya nuestros nietos no conocen. En “El Aljibe” hay un buen menú cruceño y ni qué decir de “La Casa del Camba” donde no faltan la tamborita y música en vivo para animar a los comensales. Y en cuanto a la comida colla, en Santa Cruz se la puede gozar tan bien como en la afamada Cochabamba o como los manjares altiplánicos, porque no falta la sopa de maní (apropiada por los cruceños), los picantes diversos, el fricasé, el sillpancho, el queperí, el chicharrón, la paleta de cordero y otras delicias. “La Casa del Colla”, “El Rincón Vallegrandino”, “La Barca”, son tres de los muchísimos lugares de comida andina que se pueden encontrar en la ciudad.
No faltan tampoco la cocina japonesa, china, árabe, coreana, india, en esta ciudad que, en los últimos años, se ha convertido en el centro gastronómico de mayor importancia en el país, aunque sin desmerecer a los espléndidos restaurantes que aparecen regularmente en La Paz y que son motivo de excelentes comentarios.