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Entendiendo la reelección en El Salvador

Por: Román Sandino

Fuente: Boletín semanal N.º4 de Colombeia

Es posible que no se equivocara Bukele cuando declaró a El Salvador el primer «partido único en un sistema plenamente democrático».

«Ahora no hay nada que pueda frenar a Nayib Bukele», han declarado los medios de comunicación y los opositores salvadoreños sobre la reforma constitucional que, entre otros aspectos, habilita la reelección indefinida en El Salvador.

Nuevas Ideas la plantea como una forma de «entregar al pueblo lo que ha pedido»: continuidad en el proyecto bukelista de encarcelación masiva, militarización y vigilancia reforzada en todo el territorio, que le permitió acabar con el reino del terror del crimen organizado en el país.

Si bien un sector nada callado de la sociedad salvadoreña se pronuncia en contra de Bukele, todas las encuestas de fiarse apuntan en otra dirección, como también los comicios pasados cuando, incluso en desafío abierto a la Constitución, un sin precedente 84.6% de los salvadoreños resolvieron renovar su presidencia.

Tampoco ningún opositor supone un desafío para Bukele. No hay prospectos ni dentro ni fuera de los remanentes del viejo bipartidismo ARENA-FMLN. Es posible que no se equivocara Bukele cuando declaró a El Salvador el primer «partido único en un sistema plenamente democrático».

Si bien los más cínicos ya hablan de un fraude electoral, lo cierto es que Nuevas Ideas no lo necesita y, más bien, sería dañino para su legitimidad.

La reforma amplía el periodo presidencial a seis años, pero el actual periodo se recorta por dos años. Habrá elecciones en 2027 para alinear la elección de diputados, alcaldes y otros funcionarios con la presidencial, según la bancada de Nuevas Ideas para «ahorrar» fondos públicos, aunque no se puede ignorar que facilita su propia gobernanza.

Es una declaración de fe en la inmensa popularidad del proceso bukelista. Si bien los más cínicos ya hablan de un fraude electoral, lo cierto es que Nuevas Ideas no lo necesita y, más bien, sería dañino para su legitimidad. Una operación de tal envergadura es imposible de ocultar y no hay razón para ejecutarla, teniendo esencialmente cero peso cualquier alternativa opositora a la vista.

Pero es cierto que en dos años muchas cosas pueden cambiar. Ni siquiera sabemos si Bukele será el candidato, aunque objetivamente es lo más sensato para el partido. Él mismo expresó, antes de las últimas elecciones en 2024, su reticencia a un segundo mandato por motivos personales, pero bien pudo haber sido aquello una mentira de campaña.

El problema de las pandillas en El Salvador fue mina de oro para el bipartidismo. No se resolvió en gran medida porque prometer acabar con las pandillas resultaba más políticamente ventajoso que resolverlo en realidad.

Esta mina le daría el dominio completo de la política salvadoreña por lo menos los siguiente veinte años a quien la explotase y ese fue Bukele.

La innovación, y la clave del éxito de Bukele, fue convertir la resolución del problema en lo más políticamente ventajoso al anular los contrapesos y trabas que la democracia salvadoreña tenía fijadas para prevenir la inestabilidad del siglo pasado. Por eso triunfó donde el expresidente Francisco Flores y su «mano dura» fracasaron.

En esencia, Bukele logró alinear el interés de su partido con el de la población, destapando una nueva mina de capital político que siempre estuvo al alcance de quien estuviera dispuesto a pandear y quebrar el consenso de la república del 92.

Esta mina le daría el dominio completo de la política salvadoreña por lo menos los siguiente veinte años a quien la explotase y ese fue Bukele.

El problema que ahora encara Nuevas Ideas es que no tiene a nadie con el mismo nivel de popularidad, con el mismo carisma ni con la fuerza de liderazgo que ha demostrado Bukele. Y siendo un partido de tan amplio espectro, corre el riesgo de fragmentarse sin él presente.

Fragmentado es más plausible que pueda remontar alguno de los partidos tradicionales o bien uno ascendente que logre unificar a la oposición, y estas reformas de hecho ayudarían a tal partido, pues quien obtenga la mayor cantidad de votos ahora se llevará la presidencia en una sola vuelta. O sea, ni siquiera hace falta el cincuenta más uno.

La confianza de Nuevas Ideas en su propia hegemonía, o al menos en la incapacidad de la oposición de retarla, ha de ser, pues, inmensa, y no sin razón. Pero es el exceso de confianza suelo fértil para la indulgencia.

El régimen de Bukele es joven todavía, impetuoso y como nada que se hubiera visto antes en Centroamérica o quizá en el continente entero. Pero al mismo tiempo mantiene una mitología tan conocida, tan gastada incluso, y se sustenta de una ideología populista tan vieja como peligrosa.

Mantener los logros y expandir sobre la fundación creada por Bukele requerirá brindarles institucionalidad, cimientos capaces de hacerles superar la figura de Bukele, reproducir su liderazgo, mejorar el accionar del partido y aplacar las faltas, que tampoco han sido pocas aunque sí menos notables por la calidad de los logros.

Podría incluso tomar una hoja del manual de las dictaduras militares salvadoreñas del siglo pasado, que cambiaban de regencia, pero nunca atentaban contra la asunción fundamental del régimen militar, lo que hizo sobrevivir a esa oligarquía más que cualquier otra dictadura sin una singular figura monopolizando el espacio político.

Sin ese trabajo esencial, una vez se aparte Bukele del poder, sólo quedará la nostalgia en el mejor de los casos, la ignominia en el peor.

Román Sandino

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