
Introducción
La psicología contemporánea de la personalidad se encuentra, como bien señala Echavarría (2010), en una encrucijada entre el reduccionismo empírico y una antropología filosófica aún sin integrar; pese a los esfuerzos por describir empíricamente los rasgos del comportamiento humano persiste una insuficiencia explicativa respecto a lo que verdaderamente constituye a la persona. Partiendo de esta constatación se propone aquí, como hipótesis, que la noción de personalidad sólo adquiere sentido pleno cuando se la entiende como una síntesis ontológica que presupone una metafísica de la persona, tal como la propone la tradición tomista; para sustentarla se integrarán los planteamientos de Allport sobre la individualidad biológica y psicológica con los desarrollos teóricos de Echavarría sobre las causas de la personalidad, la distinción entre persona y personalidad y la dimensión moral del carácter.
La insuficiencia del empirismo psicológico en la comprensión de la personalidad
Allport fue uno de los primeros autores en plantear una psicología de la personalidad que no se redujera a la mera medición de rasgos observables; en los primeros capítulos de La personalidad: su configuración y desarrollo sostiene que el carácter distintivo del ser humano es su individualidad irrepetible, producto de una combinación única de factores hereditarios, bioquímicos y ambientales; Allport, frente a la tendencia de la ciencia psicológica a buscar regularidades y generalizaciones, defiende una aproximación idiográfica que atienda a la configuración singular de cada individuo.
Sin embargo, como señala Echavarría (2010), incluso el enfoque de Allport permanece atrapado en una ambigüedad conceptual, pues confunde —o, al menos, no distingue con suficiente claridad, entre persona y personalidad—, lo cual tiene consecuencias teóricas graves pues impide una comprensión adecuada de lo que está en juego cuando se habla del “yo” humano; el intento de Allport de evitar términos “valorativos” como carácter en favor de un lenguaje supuestamente “neutro” conlleva una pérdida del horizonte ético y ontológico de la psicología.
La propuesta tomista: las cuatro causas como marco integrador
Echavarría (2025), para superar estas limitaciones, propone una reinterpretación tomista de la teoría de la personalidad a partir de las cuatro causas aristotélicas (material, formal, eficiente y final), propuesta que tiene el mérito de proporcionar un marco explicativo que no es meramente empírico ni exclusivamente filosófico, sino ontológicamente integrado.
La personalidad, desde esta perspectiva, es un compuesto estructurado por:
- una causa material (materia ex qua) que incluye las disposiciones, hábitos y tendencias psicológicas del sujeto.
- una causa formal que se identifica con la estructura interna que organiza y da unidad a esos elementos.
- una causa eficiente que puede ser interna (el alma, la agencia personal) o externa (educación, cultura, acontecimientos).
- y una causa final, que apunta al telos o propósito último de la vida humana.
Lo crucial de este enfoque es que no considera estas causas como independientes ni yuxtapuestas sino como mutuamente dependientes, lo que permite comprender la personalidad, no como un mero agregado de rasgos, sino como una totalidad ordenada hacia un fin.
Persona y personalidad: distinción ontológica necesaria
Una de las aportaciones más relevantes de Echavarría (2010) es su distinción entre persona y personalidad; en la tradición tomista, persona se refiere al subsistente individual de naturaleza racional mientras que personalidad es el modo en que esta sustancia racional se expresa en el mundo psicológico y conductual; esta distinción permite evitar tanto la identificación reduccionista de persona y personalidad —propia del empirismo psicológico— como la separación extrema que convierte a la persona en una mónada inobservable.
Echavarría (2010) muestra que esta distinción tiene implicaciones clínicas y filosóficas profundas; desde el punto de vista clínico permite concebir al paciente, no como una suma de síntomas, sino como una unidad ontológica dotada de dignidad; desde el punto de vista filosófico permite reconocer que la personalidad no es una realidad cerrada sino abierta a la autotranscendencia moral y espiritual.
La dimensión ética de la personalidad: vicios, virtudes y madurez
Echavarría (2020) critica la neutralidad moral pretendida por la psicología positivista y recupera la tradición aristotélico-tomista que concibe la ética como una ciencia del carácter. La personalidad madura no puede ser definida sin referencia a una jerarquía de bienes y a la virtud como principio organizador de las disposiciones internas del sujeto; así, el estudio de la personalidad debe incluir necesariamente una evaluación moral de los hábitos del individuo. Esto remite a la causa final como principio explicativo.
La tesis de que los vicios son inconexos mientras que las virtudes son conexas —según la formulación clásica— es matizada por Echavarría (2020) a partir del pensamiento de Santo Tomás de Aquino, ya que ciertos vicios pueden articularse entre sí cuando tienen un mismo objeto apetitivamente desordenado —lo que, valga añadir, permite su estudio científico—. Esta concepción dota a la psicología de la personalidad de una herramienta teórica para comprender, no solo el desarrollo moral, sino también las patologías del carácter.
La responsabilidad personal y la dimensión antropológica
Finalmente, Echavarría (2013) insiste en que la comprensión clínica de la personalidad requiere una antropología robusta que integre libertad, intencionalidad y responsabilidad moral; la reducción del sujeto a un objeto de estudio fisiológico o estadístico impide comprender su capacidad de autodeterminación, base de toda posibilidad terapéutica y educativa.
La psicología de la personalidad, desde este punto de vista, no puede prescindir de la filosofía; no se trata de superponer arbitrariamente discursos sino de reconocer que el objeto de estudio, el ser humano, exige un abordaje multidimensional pues la persona no es solo un organismo, ni un conjunto de disposiciones, ni un haz de conductas, sino un sujeto capaz de conocimiento, amor y libertad.
Conclusión
La hipótesis defendida, en síntesis, permite integrar los aportes de la psicología empírica con una filosofía de fondo que no los niega, sino que los potencia; la tradición tomista tal como es actualizada por Echavarría (2010, 2013, 2020, 2025) ofrece un marco teórico privilegiado para una psicología de la personalidad verdaderamente humanista que sea capaz de articular lo singular y lo universal, lo descriptivo y lo normativo, lo natural y lo espiritual.
Esta integración no es sólo deseable desde un punto de vista teórico, más aún, es indispensable para una praxis clínica, educativa y formativa que respete la dignidad y complejidad de la persona humana; en este sentido, la psicología de la personalidad encuentra en la metafísica tomista, no un lastre del pasado, sino un horizonte de futuro.
Carlos Andrés Gómez Rodas, Doctor en Filosofía y Miembro de la Red Latinoamericana de Filosofía Medieval y de la Sociedad de Filosofía Medieval
Referencias
Allport, G. (1974). Psicología de la personalidad. Paidós.
Echavarría, M. (2010). Persona y personalidad. De la psicología contemporánea de la personalidad a la metafísica tomista de la persona. Espíritu LIX(139), pp. 207-247.
Echavarría, M. (2013). Personalidad y responsabilidad: La clínica de la personalidad desde una perspectiva antropológica. En Polaino Lorente, A. & Pérez Rojo, G. Antropología y psicología clínica (pp. 53-75). CEU Ediciones.
Echavarría, M. (2020). Personalidad y mal moral. La conexión de los vicios. Espíritu LXIX(159), pp. 71-94.
Echavarría, M. (2025). The Four Causes of Personality. A Thomistic Approach to Personality Theory. Scientia et Fides 13(1), pp. 233-256.