Otra vez 23 de marzo…
‘‘Los hechos se encargarán de comprobar nuestras afirmaciones cuando el mal no tenga remedio. […] nuestra conciencia y buena fe nos obliga a demostrar la verdad, descorriendo el velo provincialista que cubre los ojos de nuestros compatriotas del occidente’’ (Santa Cruz de la Sierra, Memorándum de 1904).
Como todos los años, el 23 de marzo es una fecha lamentable, lamentable porque como es costumbre muchos medios de comunicación, el gobierno y algunos ‘patriotas’ nos inundan de campaña mediática sobre un hecho que debe ser olvidado, o al menos recordado con el fin de no olvidar que seguimos siendo gobernados por la misma élite andino-estatalista que regaló el territorio costero; sí, que regaló el territorio para luego lamentarse patéticamente durante años que llegan hasta el presente, lamento que en definitiva no traerá nuevamente el territorio perdido, y lo que es peor, no conseguirá hacernos avanzar en lo más mínimo.
No faltará el periódico que haga posar una modelo semidesnuda en las costas del litoral. No faltará el mensaje presidencial o de sus allegados que nos invita a estar alertas; sí efectivamente, alertas por problemas que no existen, y olvidarnos de lo que verdaderamente importa. Bueno, así hacen con sus coplas o declaraciones cantinflescas del pollo, la papa, la coca cola, la cocaína; perdón quise decir hoja de coca. Pero en efecto, son personas sumamente inteligentes, pues consiguen que la gente se ría y se divierta, mientras problemas de gran calibre se acrecientan.
¿Por qué será que nos cuesta tanto decir que el mar lo perdió la élite retrógrada que ha gobernado Bolivia durante toda la nefasta historia republicana, y ahora disque plurinacionalista? Una élite hambrienta egoísta que solo se ha dedicado a robar, a desmembrar el territorio y sobre todo a vender la idea de país, país que nunca ha sido y nunca lo será.
En 1904 no quisieron escuchar a los cruceños que sí conocían de trabajo, geopolítica y economía. Prefirieron como siempre, catalogar el memorándum cruceño como un escrito sedicioso, que por cierto no es más que una exquisita muestra del sentido común de quienes no estaban idiotizados por el poder neocolonialista que se encuentra en las montañas. Quizá les avergonzó que personas sin los medios necesarios puedan con la pluma y el papel poner de forma tan clara la testarudez, avaricia, y por qué no decirlo, la imbecilidad que vive atormentada en su trono del fracaso con miedo de ‘los cambas separatistas’; muchas veces el orgullo es dañino, y ese momento es una prueba de ello.
Actualmente las cosas no han cambiado, esa élite que ha gobernado Bolivia y que lo sigue haciendo, ha hecho un cambio de títere muy astuto; cambio que se diferencia por el color de piel y vestimenta, pero representa la misma manera chabacana y juglaresca de hacer política. Representa la oxidada esfera de poder sudamericana que usa la historia para fabricar mentiras, ocultar fracasados e ineptos y destilar odio contra quienes no comparten esa visión tan vacía de ver la vida.
Estos señores, que se dan el lujo de autodenominarse como progresistas son el ejemplo más claro del conservadurismo sudamericano, que lleva el espíritu colonialista decimonónico más vivo que nunca, y que por eso les resulta tan difícil quitarse las ataduras que los hace esclavos de la mentira y el odio hacia ellos mismos. Es más, seguramente si pudieran se pondrían los atuendos afrancesados que vestía Simón Bolívar, gran imitador de los europeos y hermano gemelo de los que se siguen jactando de las consecuencia de sus actos.
Si las cosas han cambiado, ¿por qué se siguen despotricando contra las propuestas de nuevos modelos administrativos que se invita a aplicar desde las regiones? ¿Por qué se persigue y atormenta a quienes piensan diferente, a quienes trabajan y dan trabajo? ¿Por qué se usa la historia para mentir, y no así para conocernos y encarar el futuro con determinación?
Pobre de aquella disciplina tan hermosa, que brinda a los hombres la posibilidad de ser libres, pero que si es manipulada esclaviza e idiotiza. Sergio Antelo no lo pudo haber dicho mejor: «Esta fue una patria que construyó la mentira. Los monarquistas se encapucharon de republicanos para fundar su propio negocio. Y los falsarios siguen construyendo su propia patria con su propia máscara, que no es la nuestra. Es hora de hablar con nuestro propio rostro, el rostro que nos robó la máscara».
Valga la redundancia, pero en definitiva las cosas no han cambiado, y el brillante historiador estadounidense, John Fagg, nos lo deja claro: ‘‘[…] el poder gobernante fue en gran parte una alternativa de caudillos blancos y cholos derrocándose unos a otros. Una vez en el poder, los sucesivos presidentes era probable que se dedicasen al pillaje del escaso tesoro, y sometiesen los tribunales y congresos a sus propósitos. Nueve constituciones fueron proclamadas y violadas. ’’.
Es momento de aceptar que seguimos anclados en un momento de la historia que debió ser concluido hace mucho, es momento de no tener miedo a proponer nuevos modelos de administración (repito: no tener miedo), modelos que rompan verdaderamente los esquemas estatalistas y centralistas que heredamos de los disque ilustrados. Es momento de ser valientes o arrepentirnos y callarnos para siempre ante los bellacos que representan el atraso y la mediocridad; Ballivián, Belzú, Linares, Melgarejo, Daza…: realmente una lista sinfín de desequilibrados en la que cabría introducir a los del siglo XX y contemporáneos.
Tan cierto es que las cosas no han cambiado, que si Bolivia recuperara el Litoral los innombrables lo regalarían nuevamente en un dos por tres ¿Vamos a cambiar las cosas o vamos a seguir tragando falacias y canalladas? Una salida al mar del progreso es mirar el futuro con ansias de desarrollo, sobre todo desarrollo personal, no con una mirada que busca alimentar el chamanismo que ensalza una hoja, y defiende una élite que no está acorde a los tiempos que vivimos, pero que es muy sagaz y se sabe camuflar con tendencias que emergen sin un norte claro y que solo trae desorden, caos y desinstitucionalización de lo poco que hay institucionalizado.
22 de marzo, 2012