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MIRANDO DE ABAJO

El poeta y las decepciones

Quisiera por un momento alejarme del Gólgota boliviano, aspirar el aroma de los olivos y no el de la crucifixión, hablar del gusto que me embarga por el Premio Reina Sofía al poeta Ernesto Cardenal. Pero es difícil. El tema tiene la recurrencia del cáncer.

Cardenal siempre fue un magnífico poeta. Me tocó de manera especial un libro que no he visto más: El estrecho dudoso, ingreso mítico, brumoso, al pasado mesoamericano. Todavía suenan los tambores del Gran Cú, en mi memoria, escuchados desde el campamento de Cortés en la Noche Triste. La idea de unir los mares, Caribe y Pacífico, a través del istmo nica, como se había previsto, tema tratado por más de un autor y con características casi surreales.

El escritor combatiente, aislado, isleño, en isla, desde su reducto de Solentiname. Voz de denuncia, versos de lucha. En la juventud, la nuestra, por arte de contactos habíamos conseguido un casete con grabaciones sandinistas, donde con ritmo tropical detallaban cómo armar y desarmar un ametrallador. Los tiros formaban parte de la música. Esa violencia se bailaba porque era violencia enternecedora. El 19 de julio de 1979 fue día de fiesta, cayó Managua. El hijo del inspector de urinarios, Tachito, hijo de Tacho, Somoza, veía derrumbarse su dinastía de oprobio y crimen. Pronto, aunque tarde para un pecado que merecía inmediatez, Anastasio Somoza Debayle sería convertido en papilla por un bazookazo según cuenta Jorge Massetti en El Furor y el Delirio. Poca muerte para tremendo cabrón.

Pero la historia da vueltas, y la soledad del poeta se hace cada vez más evidente. Igual a muchos, vio desvirtuadas la epopeya y tragedia de su pueblo. Volvió a ser contestatario. De acuerdo a las características que ha ido tomando la “revolución” latinoamericana de convertirse en monarquía hereditaria, en eterna presidencia, Nicaragua contempla hoy una suerte de somocismo reeditado. Por todo el continente que se anegó en sangre por la libertad, los nuevos amos pululan y con ellos sus crías: mujeres, vástagos, hermanos, allegados que por gracia divina suponen justo heredar el poder y la opulencia. El pueblo, en la tierra de Cardenal, habla de la “piñata sandinista”, que cree que apaleando al país se le va a sacar hasta el jugo, mientras los ávidos padres de la patria se engolosinan con los haberes que caen del bulto.

Cardenal está solo. Le han quedado sus versos. Y guardamos la imagen de algo que proponía convertirse si no en paraíso, al menos en algo bueno. También estamos solos. Por donde se vea los buitres devoran el cadáver de sus naciones, lloriqueando como el tonto de Correa, en Ecuador, o con rictus de novelón en Cristinita I, reina, que prepara a su bien cebado delfín, Máximo I, por los siglos de los siglos.

Me alegra, Ernesto Cardenal, este premio, como me alegra tu honradez que no compraron los otros. Quería hablar de poesía pero no puedo eludir los fuegos fatuos de nuestra triste realidad.
21/05/12

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