Hace mucho tiempo (1995) publiqué en “Presencia Literaria” un artículo en el que trataba el proceso de aculturación que estaba sufriendo el departamento cruceño, y de manera especial Santa Cruz de la Sierra. En él decía que los dos grandes protagonistas de este proceso eran la cultura cruceña y la andina, con una cada vez mayor influencia de otras culturas, sobre todo a través de los medios. Planteaba este proceso como un partido de futbol en que la cultura cruceña juega de local con todas las ventajas que esto supone. Han pasado casi 20 años y la pregunta que entonces me hice sigue vigente: ¿Nosotros ₊ ellos = nosotros? ¿Podemos hablar de nosotros?
Todo proceso de aculturación supone violencia. En la mayor parte de los casos no se trata de violencia física, sino psicológica; violencia que es generada en la mayor parte de los casos por la resistencia a aceptar ciertas cosas, o por el contrario, tener que dejar otras. A fines de los 80 la antropóloga Stearman decía: “Aunque todavía los cambas son el grupo numéricamente dominante, gran parte de los collas no acepta la dominación cultural camba. Por lo tanto, muchas de las costumbres andinas del sector migrante no sólo las mantiene sino que se aferra a ellas… Así, algunas tradiciones andinas como el tipo de peinado, el uso de la pollera y la presencia de chicherías son más importantes en Santa Cruz de lo que normalmente serían en las alturas”.
Creo sinceramente que estamos jugando muy mal de locales. Pareciera que de dueños de casa nos hemos convertido en inquilinos. Nos ha pasado un poco lo de los “nuevos ricos”, nos avergonzamos de nuestro pasado de “pobres” y hemos empezado a aparentar lo que no somos. En otras palabras, nos han estado corriendo con la vaina del sable, pues hemos empezado a creer que son verdad todos los mitos que se han creado en torno a los cruceños: camba flojo, camba excluyente, camba frívolo, camba ignorante. Nos hemos emborrachado, como los nuevos ricos, y hemos confundido, por ejemplo, hospitalidad con permisividad; alegría con frivolidad que raya en la amoralidad; etc. Sé que lo que estoy escribiendo suena muy duro, pero creo que es necesario que enfrentemos la realidad.
La ciudad, nuestra Santa Cruz de la Sierra, no tiene dueño, sólo inquilinos. Si tuviera dueños que de verdad la amaran, no permitiríamos que fuera violada permanentemente. La ciudad es violada cuando vienen los comerciantes de ropa de invierno y los alasiteros a imponer su voluntad: donde quieren, como quieren y cuando quieren. La ciudad es violada cuando grupos políticos, empresariales o de la laya que fueran se aprovechan para beneficiarse y enriquecerse. La ciudad es violada cuando la educación y la cultura no son prioridad. La ciudad es violada cuando las calles se convierten en bares y cantinas. La ciudad es violada cuando no respetamos las leyes municipales vigentes.
Creo que es tiempo de rectificar. Los cruceños hemos recibido una herencia sagrada: la lucha secular de nuestros antepasados por hacernos visibles ante el país y el mundo, para ser protagonistas de nuestra historia. La rectificación es por parte de todos, porque todos somos culpables de este estado de cosas ya sea por acción o por omisión. Es tiempo no sólo de ponernos la camiseta –para seguir con el símil del partido de futbol—sino también de sudarla; es tiempo de dejar de lado el nomeimportismo que nos está destruyendo. Cuando volvamos a ser dueños de casa y ejerzamos como tales tal vez podamos hablar de nosotros.