REENCUENTRO CON CHIQUITOS
Hace pocos días tuve una experiencia maravillosa que hoy quisiera compartir con ustedes que leen mis artículos semanales: después de casi ocho años me reencontré con Chiquitos.
Mi relación con Chiquitos es de larga data; la familia de mi abuela paterna, los Rivero Suárez, es oriunda de San Javier. Gracias a eso en mi niñez y temprana adolescencia pasé muchas vacaciones en casa de mi tío Miguel Rivero, situada en la plaza y que actualmente es la Sede Ganadera. A pesar de mis pocos años, fue amor a primera vista. Recuerdo con emoción la primera vez que ví el paisaje chiquitano desde la ventanilla del avión (era el único medio, pues no había camino), emoción que volví a sentir muchas veces más, pero de manera especial el lunes pasado. Aunque estaba acostumbrado a la iglesia de San Andrés (la que fue demolida para dar paso a la actual, que era de grandes proporciones y de estilo chiquitano), la de San Javier siempre me sobrecogió, tanto por las dimensiones del edificio como por el hermoso claustro en el que jugábamos al atardecer.
Mi segundo encuentro con Chiquitos fue a través de la documentación que fui encontrando en el Archivo General de Indias de Sevilla. Sin embargo, las misiones de Moxos acapararon mi atención y fue tema de mi tesis de licenciatura. El tercer encuentro fue definitivo. Cuando regresé a Santa Cruz de la Sierra, después de una larga ausencia, tuve la suerte de conocer a don Plácido Molina Barbery. Uno de los temas frecuentes de nuestra tertulia era Chiquitos. Me contó con lujo de detalles su enamoramiento de Chiquitos y el largo y trabajoso tiempo que le llevó fotografiar sus templos, gentes y paisajes; de su penoso peregrinar ante las autoridades locales y nacionales para que hicieran algo para no perder este patrimonio (“Eran cartas al lucero del alba”, decía con tono nostálgico). Mientras tanto, había entrado en escena el obispo del Vicariato de Ñuflo de Chávez, Mons. Bösl, quien tomó la decisión de restaurar los templos y trajo al arquitecto suizo Hans Roth para hacer el milagro. Se trataba de un proyecto de enormes proporciones, que a pesar de las dificultades se puso en marcha. Un buen día –en medio de la euforia del resultado de las primeras restauraciones- don Plácido me lanzó un desafío:”¿Por qué no propone los templos de Chiquitos para que UNESCO los declare Patrimonio Cultural de la Humanidad?”. Aunque al principio me pareció una locura, acepté el desafío de don Plácido. Busqué la colaboración de un joven arquitecto que durante sus estudios en Córdoba (Argentina) se había prendado de Chiquitos, Virgilio Suárez Salas. Juntos preparamos el dossier, que se complementó con un pequeño video. Todo esto fue hecho a “nuestra costa y misión”, como decían los primeros pobladores de estas tierras. Cuando el dossier estuvo completo lo presenté a la Cancillería y luego lo mandé personalmente a nuestro representante en París. Aunque a partir de este momento los representantes bolivianos se hicieron cargo del caso, seguí el trámite muy de cerca hablando con las personas adecuadas para conseguir el apoyo, que no fue tarea fácil, pues algunos decían que la arquitectura maderera era “de segunda”.
La declaratoria se consiguió. UNESCO no sólo nominó los bellísimos templos, sino los seis pueblos, pues el argumento que usé fue que se trataba de “pueblos vivos”. Sin lugar a dudas fue un gran logro, pero pronto me di cuenta de que no era suficiente, que habíamos encontrado un tesoro, pero teníamos que hacerlo fructificar. La solución la encontramos con un reducido grupo de personas, en las partituras musicales que se habían encontrado durante el proceso de restauración y que con excelente criterio Hans Roth había centralizado en Concepción, creando así el Archivo Musical de Chiquitos. El enamoramiento lleva a hacer locuras; fue así que concebimos crear un festival internacional de música que tuviera como objetivo la conservación y difusión de la música de ese riquísimo archivo y, al mismo tiempo, iniciar un proceso de apoderamiento de esta cultura por parte de la comunidad local, departamental y nacional; la promoción turística de la región fue consecuencia de estos objetivos fundamentales.
El Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca Misiones de Chiquitos nación con buena estrella. En poco tiempo se posesionó como uno de los festivales más importantes y el más grandes en su género, y situó a Chiquitos en la geografía internacional de la cultura. Poco a poco el hecho de poseer un patrimonio cultural tan importante y ser parte de un festival de tal envergadura hizo que aumentemos nuestra autoestima. En medio de esa euforia, durante el segundo festival se me ocurrió inventar el verbo “barroquear” para involucrar al mayor número de personas en el proceso y a difundir, tanto a nivel local como nacional e internacional, el la teoría de que quien conoce Chiquitos corre el peligro de enviciarse y trata de regresar muchas veces.
El reencuentro que he tenido coin Chiquitos no ha sido ni una búsqueda del tiempo perdido ni una mirada nostálgica y enfermiza al pasado, ha sido una afirmación de presente y un mirra hacia adelante con optimismo. Pero sobre todo me ha servido para recordar que llevo a Chiquitos en el corazón.