Apuntes sobre el stalinismo criollo
A partir de 1952 una mixtura de nacionalismo y socialismo ha sido la tendencia probablemente mayoritaria de los intelectuales, de los estratos universitarios y de los partidos de izquierda. Su importancia radica en el hecho de que hasta hoy, en pleno siglo XXI, la situación ha variado poco. Pese a todos su matices y diferencias internas, ha sido un movimiento social de amplio espectro favorable a un acelerado desarrollo técnico-económico, a la acción planificadora del Estado y a una reforma «progresista» de los campos educativo y cultural. Aunque la praxis cotidiana del entonces partido gobernante, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR, 1952-1964), estaba ya muy influida por el anhelo de preservar el poder y gozar de él, no hay duda de que esta corriente ideológica era tomada muy en serio como la doctrina que inspiraba las acciones y los objetivos del futuro. Esta fue la atmósfera donde creció intelectualmente René Zavaleta Mercado, el pensador más promisorio de aquella tendencia.
En Bolivia estas corrientes nacionalistas, como en gran parte de América Latina, menospreciaban la democracia liberal-representativa y el legado individualista de la cultura occidental. Sostenían en cambio que había un proyecto superior, al que había que subordinar todos los esfuerzos: la modernización acelerada dirigida por un Estado centralizado y poderoso, pero restringida a sus aspectos técnico-económicos. En aquella época ─ y hasta ahora ─ los militantes de las izquierdas asociaron la democracia liberal y el Estado de Derecho con el régimen presuntamente oligárquico, antinacional y antipopular que fue derribado en abril de 1952. En el plano político-cultural este programa nacionalista promovió el renacimiento de prácticas autoritarias y el fortalecimiento de un Estado omnipresente y centralizado, aunque de funcionamiento poco eficiente en la praxis.
Pese a todo su talento, Zavaleta Mercado no practicó una actitud crítica con respecto a estas ideas prevalecientes, ni posteriormente dio señales de una distancia irónica o lúdica frente a ellas. Para él las libertades individuales, el Estado de derecho y el pluralismo ideológico eran fenómenos muy secundarios. Lo importante para Zavaleta era «el derecho del Estado» de disponer sobre todos los recursos materiales y humanos en pro de las grandes metas históricas. Estas últimas eran definidas por una pequeña élite de iluminados, que, sin consultar a las masas, definía en nombre de estas el futuro de la nación. Casi todos los movimientos izquierdistas de aquel tiempo (¿sólo de aquel tiempo?) creían que encarnaban las necesidades ineludibles del desarrollo histórico, y que, por lo tanto, tenían el derecho de imponer sus designios y propósitos al resto del país. En realidad Zavaleta aceptaba tácitamente los valores básicos de la cultura política de su época, una inclinación que compartía con otros intelectuales importantes, como Sergio Almaraz y Marcelo Quiroga Santa Cruz. Todos ellos otorgaron poca importancia a los fenómenos de la vida cotidiana y a la mentalidad prevaleciente, ya que esta constituiría el «factor subjetivo» o la «superestructura ideológica», que sería barrida del horizonte social por los procesos materiales de la revolución triunfante.
La carencia de valores y procedimientos democráticos en el socialismo realmente existente (cuyo ejemplo más cercano y llamativo era y es Cuba), la dignidad ontológica inferior atribuida al individuo y el uniformamiento de las pautas de comportamiento en los regímenes totalitarios no concitaron ninguna protesta de parte de estos intelectuales. Desperdiciaron una brillante oportunidad al no criticar las dictaduras del socialismo real y al apoyar explícitamente regímenes autoritarios como el de Fidel Castro. Con la autoridad moral e intelectual que poseían, Almaraz, Quiroga Santa Cruz y Zavaleta Mercado habrían realizado una labor encomiable y hasta titánica ─ que hubiese sido apreciada en todo el continente ─, si hubieran cuestionado los rasgos inhumanos de los regímenes socialistas en Europa Oriental y el Tercer Mundo) y la cultura política autoritaria en los movimientos de izquierda y en los sindicatos, todo esto sin renegar de sus posiciones y anhelos progresistas. Ellos pensaron la revolución y el socialismo como metas al alcance de la mano, y no se preocuparon, al mismo tiempo, por los efectos de la cultura política convencional ni por los avatares del ciudadano común y corriente en el ámbito institucional, práctico y cotidiano. Hasta hoy encontré un solo estudio que analiza esta temática. Walter I. Vargas publicó su brillante ensayo «René Zavaleta Mercado: un retrato intelectual» (CIENCIA Y CULTURA, Nº 24) en mayo de 2010, que, previsiblemente, ha pasado desapercibido.
Llegué a estas reflexiones leyendo una carta de René Zavaleta Mercado dirigida a Mariano Baptista Gumucio, datada en 1962, cuando el MNR, el partido de ambos, estaba en el apogeo de su poder (publicada en NUEVA CRÓNICA Y BUEN GOBIERNO, Nº 100, febrero de 2012). Me llamó la atención el título que este periódico atribuyó al documento: La descomposición del MNR. Se trata, obviamente, de una preocupación ética, como tal legítima e importante. Pero Zavaleta mismo dedica muy pocas líneas a esta problemática («Nadie pierde la ocasión de hacer trampa…»); casi todo el documento se refiere a un tema muy serio, que la redacción del periódico no quiso resaltar. El autor expone sus ideas normativas sobre el desarrollo deseable para Bolivia y los métodos para lograrlo. La meta por excelencia resulta ser «la marcha hacia la industria pesada». A este fin se deben subordinar, de acuerdo a Zavaleta, todas las actuaciones del Estado. Hay que restringir el consumo masivo de la población, por ejemplo, y hay que limitar las obras de infraestructura social. Estas últimas son aludidas por Zavaleta mediante expresiones claramente despectivas como «cloacas» y «escuelitas». Las naciones que no propugnan una industria pesada como meta normativa son calificadas como despreciables (Paraguay: un «paisillo agrícola»; Argentina: una «semicolonia gorda»). Y como método para disciplinar a la población Zavaleta afirma que no hay que descartar el terror porque sí.
Todos estos elementos pertenecen al acervo del stalinismo en la primera mitad del siglo XX y fueron usados generosamente en los regímenes del socialismo real. La Unión Soviética fue elevada en pocos años al rango de una gran potencia industrial y militar, con los costos en vidas humanas que son bien conocidos. Numerosos intelectuales de izquierda en todo el mundo aplaudieron este modelo de desarrollo, que parecía generar una magnífica evolución técnico-económica, exculpando sus rasgos totalitarios (el terror) a causa de ese éxito. Los pensadores progresistas bolivianos siguieron mansamente esa rutina. Pero: ¿Están por ello exentos de toda crítica? ¿Y resulta ser este paradigma histórico tan recomendable? Su implementación en Bolivia hubiera sido con toda seguridad más desordenada y más folklórica que en la Rusia de Stalin, pero la gente pensante, incluyendo en primer lugar los izquierdistas, hubiera pertenecido a las primeras víctimas del stalinismo criollo.
En Bolivia y a comienzos del siglo XXI la mayoría de los aportes en ciencias sociales no contribuye eficazmente a explicar la pesada herencia de épocas y culturas anteriores y menos aun a aclarar los desafíos del futuro. Influidos, aunque sea parcialmente, por Zavaleta Mercado, los intelectuales izquierdistas producen una crítica demasiado general del imperialismo y la globalización, lo que, en el fondo, encubre su inclinación a preservar convenciones premodernas y rutinas anti-éticas. Sus esfuerzos teóricos no han logrado reducir la escasa capacidad de acumulación cognoscitiva en el ámbito universitario. Sus creaciones más refinadas, por otra parte, no han previsto ni atenuado el surgimiento de jefaturas carismáticas de marcado carácter arcaico y el despliegue de dilatados fenómenos de corrupción en el seno del régimen populista-revolucionario.
Lo que Zavaleta no hizo ─ y eso lo honra ─ es combinar, por razones de oportunidad electoral, el marxismo dogmático tercermundista con ideologías indigenistas e indianistas y con las corrientes del movimiento étnico-cultural. Hoy en día tenemos una situación en la que el marxismo clásico, de cuño libertario, humanista e individualista, ha sido reemplazado por oscuras invocaciones a la etnia, la tierra y el colectivismo, y la inspiración crítica y analítica del llamado socialismo científico ha sido sustituida por el fárrago postmodernista. En todo caso estamos muy lejos de lo necesario: una posición genuinamente crítica.