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MORDERSE LA COLA

Roberto Burgos Cantor

Estos días del siglo XXI, más que un inicio de época parecen una posdata alargada de los cien años que quedaron atrás, si es que de verdad están atrás, con sus esperanzas heroicas y sus fracasos dolorosos.

La vida y sus reiteraciones obstinadas juegan con las ambiciones humanas, tan endebles y pasajeras. ¿Podía alguien conjeturar que en plena conquista de adelantos científicos, de separación entre las creencias y las reglas sociales, una parte de la humanidad fundiera la regla moral, religiosa, infalible y la norma jurídica de convivencia, inapelable? No solo ocurre en las civilizaciones cuyo cielo prometido es la sublime puerta.

Se pueden aumentar las preguntas y será posible sentir como las fracturas del mundo y las sociedades ponen a prueba la fe, las convicciones, la ambición, y un pensamiento que ayude en la comprensión del disloque ya que las soluciones no están a la vista ni interesan a nadie.

¿Entonces cómo no ver que en los afanes de gobernar, dicen gobernar, por períodos cada vez más largos en las democracias de aquí y de allá, sobrevive la naturaleza de las monarquías y su aspiración de intemporalidad por soplo divino?

Es curioso porque hubo reyes que se retiraron en vida a recogimientos monásticos y dejaron corona y cetro impelidos por la oscura conciencia de que el poder gasta, el poder hace feos a sus ejecutores, y ahora el poder enferma, no de los males mentales que poseían a los dictadores sino de expresivos agobios que atacan a la sangre, a la garganta, a la entrepierna, a la lengua, a los coliflores de la cabeza, a los pulmones que según los chinos regulan las melancolías. Ya se sabe para los poetas y enamorados es la tuberculosis, desde antes de Kafka. Para los mandamases es el cáncer.

Es de entender que quizá el concepto de gobernar en las democracias no implica mandar y cumplir. Por fortuna. Para infortunio su impedimento está en los dueños de la riqueza, en la sobrevivencia de privilegios que determinaron una forma de vida que se resiste a los cambios que requieren la justicia y la igualdad. Toda riqueza, si se investiga con ánimo desprevenido, guarda un pecado mortal. Con intención se dice pecado ya que fue adquirida conforme a normas. Comprar un empleo. Recibir una concesión sin mérito. En fin, las loterías de la desigualdad. El llamado poder irrigaba sus simpatías arbitrarias, su reciprocidad por favores personales.

El demorado esfuerzo por construir sociedades con horizontes nobles genera impulsos de continuidad. En otros el deseo de seguir para apuntalar la monstruosa deformación.

Sin embargo el pueblo, lo que llaman pueblo no siempre con respeto, resuelve por su cuenta. Y sin conflicto considera que es mejor malo conocido que bueno por conocer. Tiene fundamento la sentencia antigua. Los reinados soportables fueron los largos. No por sometimiento del pueblo, sino porque la suma de años enseñó al soberano y poco a poco aprendía el arte desconocido de gobernar.

O, quién sabe, el pueblo voz de dios, descubrió que los gobiernos breves, para bien y para mal, son la mejor forma de dominaciones abominables. Así Venezuela y Cuba y los que seguirán.

(11102012)

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