DESPUÉS DEL CENSO: REALISMO Y SURREALISMO CENSUAL
El 21 de noviembre 2012 será fecha a recordar por muchos años. El Censo, una actividad de Estado a cumplirse por ley rigurosamente cada diez años, se realiza finalmente después de once. En esta ocasión, más como resultado de la presión de la sociedad e instituciones estatales subnacionales, que de la voluntad del propio gobierno central. Al final se hará, ajustado a los intereses políticos e ideológicos del gobierno, hasta donde se ha podido. De ahí la inquietud, y hasta la suspicacia que acompaña al actual proceso censal, ¿cómo tomará el gobierno del MAS los resultados? La experiencia de siete años es de un comportamiento totalmente manipulador de los cambios administrativos, en toda circunstancia, y siempre a su favor más que a favor de la realidad de todos. Qué hará con los números del Censo 2012, es la incógnita.
El anterior de 2001 dejó insatisfechos a pueblos y regiones, ya que la manipulación de los datos y la “reinterpretación” en función a nuevas presiones, terminó por desvirtuar los resultados. La cantidad de ciudadanos y su distribución en el territorio nacional, no era todavía plurinacional sino multiétnico y pluricultural según la definición de la anterior CPE, salida del Censo, no fue respetada. La distribución de recursos y de participación política según el número de representantes en la Asamblea Legislativa, fue boicoteada.
La consecuencia inmediata de un censo, es constatar objetivamente que la población de Bolivia ha crecido o ha disminuido. Los intensos movimientos migratorios sufridos por diversas razones respondían en especial a los índices de pobreza, la falta de empleo y de oportunidades, al boom de las economías en países vecinos, EEUU y en especial Europa. Todos ellos captaron el interés en cientos de miles de ciudadanos bolivianos que contando con cierto grado de preparación profesional, se sentían capaces de buscar reconocimiento en otra parte. Esto es uno de los aspectos más graves: el recurso humano mejor calificado, aunque sea en trabajos manuales y oficios, abandonaba al país. El fenómeno fue tan intenso que afectó la calidad de los trabajos y lo escaso de mano de obra calificada disparó los precios. Sólo de Santa Cruz partía uno y dos aviones diarios a diferentes destinos, con intención de no retorno.
Una estela de corrupción funcionaria dejó el negocio de los pasaportes. Inmigración se convirtió en un “chaquito” apetecible por toda clase de empleados venales, al punto que conseguirlo era cuestión de coima o de favores de “gente con mucha influencia”. Como resultado, para unos fue causa de enriquecimiento y para otros fue la fuente de líos y hasta de cárcel. La migración de 200.000 a países de Norteamérica, 400.000 a Europa, más del millón a Argentina y Brasil, está lejos de ser un cuento de hadas, aunque haya que agradecerles gran parte de la bonanza que vivimos. La tragedia golpea fuerte. El número multiplica la tragedia, con intensidad diferente. Pueblos enteros vivieron y viven los beneficios, pero también los coletazos: familias separadas, rotas, y muchas abandonadas, dejando a menores a cargo prematuramente de las responsabilidad de cuidar y mantener hermanos o familiares mayores. La ruptura de la familia boliviana se ha de reflejar en crisis sociales.
Un trabajo serio que recoja y evalúe el precio afectivo, emocional, psicológico y material de la migración desde el país, está todavía ausente. Ya no se trata de las tradicionales salidas del país por razones políticas, que siempre las hubo; las migraciones de los años noventa y dos mil fueron diferentes. Las migraciones masivas por razón de trabajo hacia el norte argentino o hacia el oriente boliviano, en época de zafra, tenían la característica de ser temporales o estacionarias. Sin embargo, la migración que pudo haber afectado el Censo 2001 y, sobre todo, el de ahora, reflejará la migración que se convirtió en gran porcentaje en migración definitiva. Es la historia de lo que el país ha perdido.
Puede que haya sorpresas a partir de los resultados, pero puede haber más sorpresas a partir de lo que haga el gobierno con ellos. Necesita sus banderas ideológicas. De entrada ha minimizado y hasta negado la importancia a la “identificación” cultural de la mayoría de los bolivianos. La realidad de la calle, ratificada por varios estudios: la mezcla de razas, de étnias, de pueblos, de culturas, es lo característico de Bolivia. Los “mestizos” son alrededor del 70 % de la población boliviana, sea ésta República o Estado Plurinacional. Esto es evidente en el Oriente, dos tercios del territorio nacional, donde curiosamente viven la mayoría de los pueblos originarios de Bolivia. Esto es sustentable, como también es indiscutible que el componente originario, indígena, pesa más en el Occidente, donde los descendientes de quechuas y aymaras llenan las calles. Perdida la bandera indigenista por la actuación del MAS en gobierno, intentará retomarla a partir del Censo, porque la necesita para el discurso cara al 2014, cuya campaña ya está en marcha. ¿Cómo hará para sumar 10.000.000 de bolivianos con solo 2 o 3 de indígena originarios? Pronto se develará el misterio.
La división ha sido el arma que ha utilizado más eficazmente el MAS para gobernar. De los resultados otra filigrana previsible es la de multiplicar entidades administrativas; grupos de recién llegados configuran una “nueva” realidad demográfica. No en vano ha movido gente oriunda andina, con muchos incentivos ajenos a otros grupos y poblaciones, hacia el oriente. Aparecerán “enclaves”, ojalá no sean para más problemas en el Oriente. Si hoy hay cerca de 300 conflictos de límites por territorio, ¿cuántos podrán ser en el futuro? Desestabilizar municipios no afines al MAS y, hasta gobernaciones, conociendo artimañas habituales en los últimos años de los inquilinos del poder. Son algunos ejercicios posibles de realismo y surrealismo en esta danza “censual”.
Imagen: opinion.com.bo