Racismo oculto en nociones alienígenas
En un ágape social el otro día, tuve que tragar, tolerante y sonriente, de que el origen de colosales restos arqueológicos de civilizaciones diversas se debía a la inteligencia superior de seres llegados de otros mundos. Está de moda la astroarqueología, versada en restos de civilizaciones externas a la Tierra, indicios de inteligencia extraterrestre y pruebas de ella. Claro, no se tiene que cavar y cepillar artefactos, en la rama antropológica de la arqueología tradicional que es más sudor y paciencia que ciencia basura y “bestsellers”. Luego de beber un sorbo de mi copa, me zafaba con la liviandad de aparentar asombro, tarareando que “los marcianos llegaron ya, y llegaron bailando chachachá”.
El zafe era recurso para librarme de una perorata antropológica mía sobre conceptos básicos del estudio del hombre (y no complazco necedad de feminismos de moda, con redundar “y la mujer”, a menos que demuestren que los varones son de Marte y las féminas, de Venus). Inquietaba que mis contertulios escaparan con el pretexto de rellenar sus vasos, si empezaba a disertar sobre difusión cultural, invención paralela o innovación como alternativa del origen de restos arcaicos. En la sobremesa, de oyente quedaría algún vejete haciendo digestión ruidosa, si peroraba que la creatividad humana y herramientas sencillas han legado tales logros; de la forma de innovación cultural que es la “tentation” en inglés, traducida por mí como “intento repetido” –prueba y error– para no confundirla con la tentación, siempre asomada por ahí en lances usualmente carnales.
La ciencia es basura cuando un suizo busca explicaciones extraterrenales para ángulos rectos de bien pulidos y pesados restos pétreos en Pumapunku (Tiahuanaco), o un azerbaiyano atribuye a venidos del espacio las herméticas juntas de imponentes pedregones en Sacsayhuamán (Cusco). Sólo marcianos pudieron construir y trasladar los inmensos Moais de la Isla de Pascua dice algún gringo, o un impasible inglés se asombra de cómo llevaron bloques graníticos a cámaras mortuorias en las Pirámides de Egipto. Hoy con fantasías hollywoodenses y tantas nociones apocalípticas bajadas de la Internet, es natural que levanten polvareda (y mejoren ratings) los augurios del fin de los tiempos del calendario maya.
Y vaya que el History Channel levantó una nube de tierra con su serie “Ancient Aliens” (Antiguos alienígenas), que está en su quinta temporada. Juntó obras de culturas antiguas, saliendo por la tangente comodona de unirlas con declaraciones de falsos científicos, que las atribuyen a astronautas venidos de otros planetas. Es más digno de atención mediática atribuir origen extraterrenal a vestigios de grandes civilizaciones, que buscar publicaciones donde algún parco y serio arqueólogo documentase su evolución.
Saltó al ruedo y se puso al frente Chris White, productor de la película “Ancient Aliens Debunked”, Antiguos alienígenos rebatidos. En tres horas refutó punto por punto la “teoría de antiguos astronautas”, de la que algunos de sus más conocidos proponentes son Erich von Daniken y Zecharia Sitchin. No, Giorgio Tsoukalos (el apellido es griego), Tiahuanaco no fue construida por los aymara, ni tiene 12.000 años de antigüedad. Mediciones irrefutables de carbono 14 ubican su construcción en el 500DC, dijera lo que dijera el polaco Poznanski. Mil años separan a sus constructores, posiblemente puquina, de la edad de oro del Imperio Incaico, que encontraron los vestigios en ruinas. Quizá entonces los aymara ni habían alcanzado la fase de señorío, cuando fueron sojuzgados, a sangre, fuego y bodas forzadas, por los quechuas.
Por mi parte, reflexiono y postulo que subyace el racismo en atribuir origen extraterrestre a restos colosales de civilizaciones pretéritas en diversas partes del mundo. ¡Cómo podrían construir pirámides los morenitos de Egipto! Tienen que haber sido extraterrestres, no narizones emplumados que fueran los maya, quienes levantaron pirámides colosales y desarrollaron la astronomía como base de su asombroso calendario. ¿Cómo hombres andinos pudieron erigir petroglifos en Nazca, monolitos en Tiahuanaco o la fortaleza de Sacsayhuamán?
Oculta, e implícita, está la noción decimonónica de razas superiores e inferiores. Poco importa, y menos saben, que tal fuera racionalización ideológica que justificaba, y quizá paliaba sentimientos de culpa, por desmanes crueles del colonialismo europeo sobre pueblos marrones, amarillos y negros, que fueran colonizados en el hemisferio descubierto por Colón, y en Asia y África. ¿Acaso se les ocurre conceder a algún cabezón de Ganímedes el origen de algún monumento europeo?
El hombre es lobo del hombre, decía Hobbes. El avance tecnológico permite que un blanco con un Winchester acabase con más pieles rojas, que las flechas de éstos atacando carretas de pioneros huyendo de hambrunas, o intolerancias religiosas, europeas. Un africano es tan mortífero con un AK-47 en Sudán como un ruso reprimiendo chechenos, o un serbio matando bosniacos. Sin embargo, a los pringados por la ideología del hombre superior, les recuerdo que el racismo, o sus variantes actuales –el prejuicio en base al color de la piel o el racismo en reversa de las vendettas históricas– son justificativos ideológicos de la explotación del hombre por el hombre.
Cultivar la tolerancia y reprimir el prejuicio es atributo de sabiduría, razono. Pero como cotizan muy poco en este mundo cínico, mejor tarareo “ricachá, ricachá, ricachá, así llaman en Marte al chachachá”.
(30112012)