Santa Cruz: la casona
“La Casa Tomada” es como se llama un famoso cuento de Julio Cortázar, publicado en 1951 dentro del volumen “Bestiario”. Hablamos de uno de los textos más influyentes de la literatura hispanoamericana del siglo XX.
Dos hermanos viven en una antigua casa colonial de gran tamaño, ocupan sus horas en actividades tranquilas (tejiendo, leyendo, limpiando) y no pasan ningún tipo de contratiempo, hasta que un día extraños ruidos empiezan a apoderarse de la casa, ellos atemorizados se van replegando a lugares donde la vivienda todavía está libre del abominable y desconocido invasor. Creen que pueden evitarlo, pero llega el momento en que la vida se torna insoportable y terminan abandonando la casa, con una resignación propia de personas sin aspiraciones e ideales.
Aquella parsimonia que muestran los personajes del cuento la podemos asociar fácilmente con elementos de nuestra metrópoli cruceña, y en realidad, con la de cualquier urbe latinoamericana. Los males que padecemos, como la inseguridad, la injusticia, la insolidaridad, en definitiva, la falta de cohesión social, son elementos que en vez de hacernos unir fuerzas, nos aíslan y provocan que desconozcamos nuestros serios problemas de convivencia. Resulta escalofriante pensar que estamos actuando de esa manera: construyendo muros que creemos impenetrables, mirando únicamente donde nos conviene y viviendo en burbujas que algún día explotarán dramáticamente.
Pareciera que a nombre del crecimiento estamos empeñados en destruir valores ciudadanos que son producto del dolor y el sacrificio. No entendemos que muchos de esos valores -por ejemplo la cooperación- son claves que en su día nos permitieron alivianar la inequidad y nos convirtieron en referentes de desarrollo humano y autodeterminación.
No es momento de achicopalarnos ante las circunstancias políticas gatopardianas. Hay que seguir construyendo, a nuestro modo y para todos (a pesar de la vorágine del odio y la corrupción), una nueva institucionalidad capaz de hacer frente a nuestros problemas, por medio de la educación, la cultura y el apoyo al talento escondido. El otro camino es encerrarse, seguir haciendo dinero sin crear riqueza verdadera y perdurable, y finalmente abandonar nuestra casa por haber dejado que se convierta en un caos inhabitable.