Me divirtió mucho ver, a raíz de la renuncia del Papa, una caricatura de los hermanos Castro comentando el asunto. Decía Fidel (lo repito de memoria, quizá no exacto) algo como “¡Qué bobo, cómo puede renunciar!” Y su hermano añadía: “¡Y tan joven!”. El hábil artista que la dibujó y le puso texto hablaba del eterno drama de tener entre nosotros aquellos que obteniendo un cargo, cualquiera, hacen lo posible por soldarse él, siempre a costa de todos. Desde míseros segundones, mal llamados rectores -recuerdo- en una villa deleznable, la nuestra, hasta los que apuntan arriba, sin darse cuenta que los tiros en esa dirección rompen tejados y traen lluvia.
Las razones de Ratzinger no me interesan. Ha sido tan oscura la iglesia que se puede dudar de sus acciones y actores. Cierto que si no hay “gato encerrado”, es loable que un hombre en tan alta posición sea capaz de dejarla para retirarse a lo suyo, el estudio según afirma. Con esto han quedado mal parados los nuevos libertadores de la América Latina que se niegan incluso a morir, cruzando dedos en último reflejo muscular, para llevarse con ellos el tesoro. Piratas modernos, pero faltos completamente de esa aura romántica que circunda incluso a los más feroces “caballeros de fortuna”. Si hasta para ello hay que tener garbo, no reproducir la patética imagen del usurero Fagin en las páginas de Oliver Twist como lo hacen.
¿Qué induce a estos sujetos a desterrar de sí lo más preciado, la individualidad? No sé; no he buscado acerca de si hay relación entre sexualidad y poder, pero que las sillas presidenciales producen orgasmo a ciertos especimenes de la fauna no hay duda. Y si no la silla, el taburete, para los que se acomodan a espaldas de los que pesan. Complicado panorama que debe incluir taras, decepciones, complejos, angustias, deseos insatisfechos, manías, perversiones, soledad, aislamiento. Vale, pero que el resto tenga que pagar porque de pronto estas personas sienten haber alcanzado una ansiada plenitud, no. Así no.
Cada quien elige lo que le parece mejor, y nadie puede dar lecciones al respecto, mas cuando el problema que se presenta es de orden colectivo, allí donde alguien avasalla al resto, hablamos ya de una penosa enfermedad que igual al cáncer debe ser extirpada en favor de la salud pública.
No hay manera de eludir el tema, aunque no quería vilipendiar más al semi occiso de La Habana, cuya muerte para mí viene con beneplácito. Si por ello he de recibir el infierno, que venga, no voy a andarme con vueltas. Éste, ambicioso hasta la cumbre, observen cómo terminó. No dudo que le gustaría quedarse, lagrimearle un poco más al crucificado para que no le quite el juguete. Todo tiene su fin, y a veces muy triste como su caso. Fue monarca y hoy piltrafa, trapo sucio que manipulan los buitres alrededor. Grandeza que no existía, que ni siquiera permite acabar en paz. Se disputan el remanente de Chávez un chofer de bus y un golpista fracasado, sin contar los que apuestan por encima. Él ya no importa, el non plus ultra de la revolución dejó de ser tal; no tiene amigos. Hasta dónde alcanza su desdicha que incluso le endilgan la devaluación. Desde el vano del panteón seguirá sirviendo intereses de aprovechadores. Se creyó único, máximo, y perece casi lacayo.
Quizá Benedicto XVI supo que al faltarle fuerzas su nombre se disputaría en pelea de mastines; lo utilizarían en provechos propios. La razón es sin duda cura para el terrible mal del poder. Tozudez o estulticia impiden que algunos puedan discernirlo y aceptarlo.
Texto de digresiones. Enfermedad y poder. Grandeza y miseria. Solución y cura. Muerte y eutanasia. No debe haber nada mejor, luego de haber ejercido un cargo con exceso de responsabilidad, disponer de la felicidad de sentarse solo ante un café, en la irremplazable lujuria del anonimato.
14/02/13