ArtículosIniciosemana del 11 de FEBRERO al 17 de FEBREROWinston Estremadoiro

Recurrentes, improvisados y desmemoriados

Como en madeja de hilos de tres colores, mi hija está enredada en una tesis de doctorado en la Universidad de Salamanca, que versa del imaginario sobre la Guerra del Pacífico en Bolivia, Chile y Perú. Aparte de que pienso que es demasiado bocado, le hice notar que tales imaginarios no se sustraen a la influencia de los medios. Le envié un email donde adjunté el artículo “Chile, Bolivia y el mar” del peruano Farid Kahhat, y los reverberos de la declaración de un diputado chileno, sobre las renovadas andanadas verbales entre Evo Morales y Sebastián Piñera.

Algo de lectura en historia y doce años comentando la escena nacional, constatan que recurrentes somos los bolivianos. No es lo mismo que ser ocurrentes, algo que podría calificar a los cariocas de unas carnestolendas caninas con cerveza de sabor a carne; tampoco sería lo mismo que la fiesta de la carne del carnaval, permitiese a los canes “cruzar” a su gusto en el Sambódromo. Ser recurrentes se nota en reiterar lo mismo, una y otra vez, como perro que corretea su cola, en pomposas declaraciones y supuestos golpes de timón de los mandamases. Revela la improvisación en el manejo de asuntos de Estado y ocurre a lo largo de nuestra penosa historia. El tema del mar es un claro ejemplo.

¿Qué mayor ejemplo de improvisación boliviana que las relaciones con Chile? Aparte de que en tiempos que no había Canal de Panamá, la bahía de Valparaíso era el primer puerto de reposte de marinos ingleses luego del agitado cruce del Estrecho de Magallanes, Chile adquirió experiencia navegando desde Valparaíso a Lima, para llevar los ejércitos transandinos de San Martín a liberar el Perú de los españoles. Le serviría para navegar dos veces –una fallida, otra exitosa- con ejércitos que aborten la Confederación Perú-Boliviana.

Fue pan comido ocupar Antofagasta, puerto nombrado por una finca de Melgarejo y poblado por rotos laboriosos camino a los bolivianos minerales de Caracoles, con tropas transportadas en blindados que cinco años antes el Congreso boliviano había negado adquirir de astilleros ingleses. Improvisación fue que en 1879 la nación no tenía camino, ni siquiera telégrafo, en Antofagasta, Mejillones o Puerto La Mar, este último nombrado así en la bahía de Cobija, cuando a partir del 14 de febrero de 1879 desembarcaron tropas chilenas en esas radas. Fue correr a pata o en caballo a puntear el telégrafo de la peruana Arica, tradicional puerto de los minerales bolivianos, para avisar del atropello a La Paz. El imaginario boliviano cree que a Hilarión Daza le importó más festejar los carnavales: quizá había mascaritas listas para el “pepino”, entonces y ahora.

Somos desmemoriados al soslayar que el país nació con costa en el Pacífico y accesos marítimos por el río Amazonas y el Río de la Plata. La una fue arrebatada por Chile en 1879. El segundo se desdeña por ridículo pachamamismo: abriría el país al Atlántico por la Hidrovía Ichilo-Mamoré y esclusas en las hidroeléctricas del río Madera. El tercero vive en la Hidrovía Paraguay-Paraná por la iniciativa de Aguirre Lavayén; duerme el sueño de los marinos sin mar en Puerto Busch, pero tiene base naval en la artificial y turbia laguna de la Angostura, ¡en la mediterránea Cochabamba!

Lo más jugoso, y pertinente a imaginarios bolivianos, chilenos y peruanos, vino en comentarios de lectores, que ahora con la magia del Internet no necesitan telégrafos, teletipos, radios o tevé para llegar en tiempo real a los hogares –bueno, a los que tienen computadoras y banda ancha, que nada tiene que ver con las bandas que truenan en épocas carnavalescas. Los bolivianos somos “marcones”, dice un chileno, neologismo que combina a los maricones que abandonamos al aliado, con los llorones por mar que somos, asevera.

Lo cierto es que una política de Estado boliviana sobre el acceso marítimo propio debería partir del hecho de que Chile no cejará en soltar el candado y Perú no soltará la llave. ¿Qué es eso del candado y la llave?, me preguntaron. Fue atinada observación referente al Tratado de 1929 entre Chile y Perú. Entre sus cláusulas de paz, amistad y límites, que devolvieron Tacna al uno y conservaron Arica para el otro, está una que prohíbe a las partes ceder a una tercera potencia territorios que eran peruanos antes de la Guerra del Pacífico. Más aún, conservaron servidumbres peruanas en el puerto de Arica, notablemente un malecón portuario y derechos sobre el ferrocarril entre Arica y Tacna. ¿Acaso no tendríamos que negociar con ambos, para evitar ser objeto del veto peruano a concesiones chilenas, y acabar frustrados? Papeles cantan es el axioma de versión actual de que los tratados se firmaron para cumplirse, sin importar que el de 1904 fuera signado con la bayoneta al cuello. Para nuestro país, empezó la triste saga de vender territorio por unas monedas, que se repitiera en el Acre con un amenazador Brasil, mientras Chile hace alarde de no vender su acervo territorial, así fuera rapiñado.

La clave de una política de Estado boliviana para accesos propios al Pacífico es Brasil. Necesita llegar al Lejano Oriente, y no alcanzarán los puertos desde Matarani a Mejillones. Bolivia es país de tránsito necesario, tanto por distancia como por los pasos interandinos. Los corredores bioceánicos por nuestro país deberían ser parte importante de una política de Estado de uncir el carretón boliviano al bólido brasileño, tener acceso marítimo propio y acabar con las reticencias decimonónicas chilenas y las picardías peruanas.

(15022013)

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