Y LLEGÓ EL CARNAVAL…
Con la rapidez con que para los mayores pasan los cumpleaños, las navidades, las otras fechas santas, así también, vertiginosamente, transcurren los carnavales. Pareciera ayer cuando, todavía muchachos, dábamos vueltas a la plaza detrás del carro de la reina, desafiando el solazo. No había más de dos o tres carros, sin ninguna fastuosidad, donde lo único que brillaba, además del sol, era la belleza de reinas y princesas.
Luego vinieron las fiestas en El Caballito, donde los más grandes se apoderaban de las mascaritas apechugando y farsanteando que daba gusto, porque las divinas no nos tiraban bola a todos. Había que conformarse con lo que se encontraba cuando había suerte o si no, mentir a los amigos para que las burlas no fueran demasiado crueles. Algunos eran estigmatizados como “salados” con las máscaras, que no era mi caso por suerte, porque siempre pillaba alguito.
La banda era la gran estrella carnavalera – como sigue siendo – porque no existían como ahora los grupos musicales con cumbias, merengue, brincao y rock. Nuestros cambas trompetistas sólo sabían de Pan con Fleco, Maraca Mateo, Once por Ciento, y el himno máximo: “Carnaval Grande”. Se jugaba con agua, barro y lo que se encontrara, pero no habían esas pinturas terribles que no ceden ni con gasolina. Hermoso como ahora era el carnaval de antes.
Con el crecimiento disparado de la ciudad, la “fiesta grande” de los cruceños cambió. El Corso, como será el de esta noche, se trasladó hacia lugares más amplios, porque el carnaval es de todos y todos quieren participar, unos brincando y otros aplaudiendo. Las vueltitas a la plaza de hace años se convirtieron en una farándula multitudinaria, luminosa, seductora, que provoca deleite. Ya se anuncia la construcción de un “Cambódromo”, donde, como en Brasil, el esparcimiento y la comodidad serán mucho mayores.
El desenfreno de tres días de juerga provoca algunos desmanes que no se detienen con prohibiciones. Es verdad que el pintarrajeado de las casas produce justas protestas de sus dueños, igual que el maltrato a los edificios públicos. Ahora algunas manzanas del centro estarán cerradas a las comparsas como única forma de evitar que el entusiasmo sobrepase los límites del buen gusto.
Pero el carnaval no muere. Sin necesidad de decretos gubernamentales ni de adular, siempre ha sido un patrimonio cultural cruceño. No necesitamos la bendición de nadie. El carnaval es imparable como Santa Cruz.