ArtículosInicioSusana Seleme Antelo

Incontinencias verbales e s ignorancias presidenciales

Entre unas y otras, el  presidente Evo Morales siempre deja dudas sobre su condición de estadista. Su verborrea puede producir hilaridad, pero ante todo produce indignación, como  cuando insta a los cocaleros a que dejen de usar condones para promover la explosión demográfica,  pues Bolivia es un país poco poblado.  Esa incitación es una afrenta a las mujeres,  es violar el derecho a decidir sobre sus cuerpos y el derecho a convertirse en  madres cuando lo decidan, no por mandato político que amenaza a convertirse en política de Estado.

Esa convocatoria remacha su visión patriarcal y machista: el hombre centro del universo. De ahí su convicción de pensar a las mujeres como meras paridoras y reproductoras del género humano, sin importar su dignidad, sus anhelos, su presente y futuro, su vida privada. Además de menoscabar la condición femenina ¿no sabe el presidente que usar condones previene los embarazos no deseados y los abortos mal practicados que son la tercera causa de mortalidad materna en Bolivia? ¿Qué sabe S.E. de las necesidades de mujeres violadas, madres solteras o abandonadas, maltratadas, sin trabajo, sin acceso a la educación para enfrentar su vida y la de su descendencia? ¿Sabe algo de las consecuencias de tales condiciones sobre hijos e hijas que generan sin remedio la reproducción intergeneracional e intrafamiliar de la pobreza? ¿Sabe Morales que la pobreza se origina en la privación de activos y oportunidades esenciales a los que tienen derecho todos los seres humanos, amén de la inequitativa distribución de la riqueza?

Si no lo sabe, tampoco sabrá el presidente que  la pobreza puede ser vista desde una doble dimensión: como privación de la posibilidad de satisfacer necesidades básicas y como privación de los medios para satisfacerlas. Esa doble condición determina que las mujeres son más pobres en la medida en que carecen de recursos para buscar las formas más apropiadas de satisfacer sus necesidades, pues una proporción importante de ellas carece de educación, empleo e ingresos propios. En vez de pretender poblar Bolivia de más pobres, el presidente debiera saber  -lo debió haber sabido antes de hablar- que una política de población seria exige la planificación del desarrollo mediante una adecuada y agresiva  articulación económica. Es decir, generación de empleo productivo, digno y seguro, que garanticen calidad de vida y no el mero eslogan propagandístico “para vivir bien”.

Al parecer, S.E. tampoco sabe que la forma más eficaz de romper el ciclo perverso de reproducción de la pobreza, es decir,  de madres pobres a hijos pobres, es con educación como posibilidad de satisfacer sus necesidades básicas y como medio para satisfacerlas.  Es decir, con políticas públicas de género a favor de las mujeres que promuevan la educación de la población femenina, en la que recae gran parte de la deuda social, hasta ahora impagable.

En realidad poco sabe el presidente, pues el uso de preservativos es una de las más importantes política de Estado aplicada en muchos países y promovida por organismos internacionales, para preservar la salud pública frente a las enfermedades de transmisión sexual, particularmente el VIH/SIDA, entre otras.

Y vamos de mal en peor…

Además de incontinencias  verbales y groseras ignorancias presidenciales, el país transita de conflicto en conflicto. Como el de Oruro, a cuyo aeropuerto los adulones del presidente  le cambiaron el nombre del piloto pionero de la aviación nacional, Juan Mendoza, por el de Juan Evo Morales Ayma,  lo que generó una movilización masiva con bloqueos y huelga de hambre contra de dicho cambio, durante tres semanas, con lenguaje y acciones de violencia creciente. Finalmente ganó la presión cívica y popular y ese aeropuerto conservará su antiguo nombre. La pregunta obvia es si los hombres del oficialismo interpretan ese mensaje de rebeldía como un rechazo a políticas de imposición autoritaria, sobre todo cuando la rebelión se gestó en una de las  regiones andinas,  otrora más afín a Morales y los suyos.

En toco caso,  no es solo el cambio de un nombre, es la intención de cambiar la historia de Bolivia, o borrarla a cualquier costo, mientras Morales, quien dijo no tener competencia en aquel conflicto, se solaza en el culto a su personalidad. Ya tiene un museo con su nombre, en Orinoca, pueblo del Altiplano donde nació. También quiere tener un aeropuerto, ya no el de Oruro, pero tendrá el de Chimoré, como le han asegurado sus afiliados de la Federación Sindical de Cocaleros del Trópico de Cochabamba, de la cual es presidente hace 17 años.  Lo sugestivo de ese aeropuerto, que tendrá carácter internacional, es la cercanía a la zona productora de hojas de coca, teniendo el de Cochabamba a escasos kilómetros 121 Km., lo mismo que el de Santa Cruz de la Sierra,  a 224 y ambos también internacionales.  ¿Para qué, entonces un aeropuerto en Chimoré? Morales y los cocaleros debieran explicar el sentido y el objetivo del millonario emprendimiento, cuyo valor asciende a $us. 36.6 millones.

Amén de museo y aeropuerto ¿qué más querrá,  el autócrata Morales para satisfacer su narcisismo político?  Nada menos que una tercera re-reelección, violando la Disposición Transitoria Primera (inciso ii) de la Constitución Política del Estado -cuya aprobación costó tres muertos- que  textualmente: “Los mandatos anteriores a la vigencia de esta Constitución serán tomados en cuenta a los efectos del cómputo de los nuevos periodos de funciones”. Y van dos como manda la ley: de 2006 a 2010 y de 2010 a 2015.

En democracia nadie llega al poder para quedarse, como anunció hace siete años Morales, apenas iniciado su primer mandato en 2006: “No somos inquilinos, llegamos a Palacio para quedarnos” dijo entonces. Sin embargo, nadie se queda hasta la que las velas no ardan ni con “maniobras envolventes”, el ‘vice’ dixit, que no es otra  cosa que una mentira disfrazada, ni mandatos políticos contra la autonomía de las mujeres. Morales y los suyos sí son “inquilinos” en el Palacio de Gobierno, como los son todos los gobernantes que respetan la alternabilidad democrática en el ejercicio del poder, como saludable medida frente a tentaciones prorrogables de manera autoritaria y sine die. Creer lo contrario, es ir de mal en peor.

Decir  la verdad, en tiempos de engaño, pensaba Goerge Orwell, se convierte en un acto revolucionario, como lo fue el de Oruro.

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