¡Viva Santa Cruz!
Mientras Santa Cruz crece y progresa, crece el miedo. Asesinatos, violaciones, robos, atropellos, abusos contra pequeños/as, los bocinazos interminables, la agresividad de los conductores, la violencia del Estado. ¿Vamos camino a la paranoia? Sentir o sufrir esta violencia no es lo mismo a ser picado por una cascabel o atropellado por los jochis, no es el susto ante la aparición del jucumari o ser sorprendido por el aleteo inesperado de unas parabas, ni es comparable a la espera del jichi en la laguna.
Santa Cruz paga el costo del progreso. ¿Vale la pena? Muchos antes de nosotros se han preguntado lo mismo. Por las calles pavimentadas corren motos y “transformers” cargados de balas y malas intenciones. Es la ciudad más grande y más poblada de Bolivia; entre las de mayor crecimiento a nivel mundial. Suena halagador. Pero es difícil comprender y aceptar un asesinato a medio día, en pleno centro de la ciudad, donde el tráfico se ahoga y parece no haber espacio para otro motorizado, con la gente medio corriendo en todas direcciones. El progreso está mal medido solo con metros de cemento y el número de rascacielos.
“Soltá la bolsa, carajo”, oyeron los transeúntes a uno o dos metros de distancia. Nadie hizo el ademán de defender al muchacho, defensor hasta la muerte de un dinero que ni siquiera era suyo. Los guardias se metieron en “sus” empresas. La tropa de cambistas se ocultó, como cuando hacen una fechoría. De veras. Aterroriza el silencio en medio de tanto ruido agotador; aterroriza la soledad, más que las balas. El silencio, la soledad, hasta la oscuridad del bosque son preferibles a la indiferencia de la gente frente a la desgracia del joven asaltado en plena vía pública: una viuda, un niño huérfano, y una familia deshecha. No es el único. Ocurre en la plaza principal como en cualquier otro lugar alejado de la ciudad. En este caso el monto de dinero sugiere una organización detrás del golpe. Pero en otros, asaltan y matan por nada. Las pandillas reinan en los barrios y pocos son los vecinos arriesgados que enfrentan su presencia al menos saliendo a la calle. Esperar a los policías, puede llevar más tiempo, agotar la paciencia y hasta convertirse en algo peligroso.
¿La permisividad penetrando en la conciencia ciudadana ha dado lugar a esta indiferencia suicida? El dolor ajeno, movilizador hasta de heroísmos en otros tiempos, ya no conmueve. Quizás porque nos hemos acostumbrado a presenciar durante horas espectáculos similares en la pantalla chica, ventana abierta al mundo de los grandes escenarios de ciudades y países donde ocurre de todo y donde parece a nadie extraña ni parece importarle. La gente muere como moscas. Pero, eso, no era la Santa Cruz hospitalaria, donde todo el mundo era bien recibido y atendido. Donde si algo malo llegaba a pasar, era algo extraordinario. Hemos olvidado la solidaridad, exigida, pensamos, por la cultura de una población de frontera, donde a todos le hacían falta los demás, hasta para sobrevivir. ¿Ya no es así? Hay hasta quienes se sienten autosuficientes y se encierran en condominios donde, en teoría, no les falta nada. ¿Les importa el mundo de afuera?
La tendencia mundial es a la urbanización. Pero, ¿qué pasará con nuestras raíces? En las provincias, en los pueblos se encuentra la diferencia. En la tranquilidad de San José de Chiquitos se festejan los 452 años de la Fundación de Santa Cruz. Con sus mejores trajes, los caciques con bastón y camijeta; las mamas de tipoy, igualito la Reina, suena mejor que Miss. Desde la Plaza, inauguraron los dos kilómetros y pico de pavimento para conducirnos al lugar donde el Capitán Ñuflo de Chávez fundara la ciudad originaria a los pies del Riquío, levantada como imponente muralla verde, y a orillas del Sutó. Santa Cruz la Vieja, una romería obligatoria para los cruceños, está en pleno trabajo de excavación arqueológica rescatando las cuarenta manzanas de la ciudad gobernadora de Mojos y Chiquitos. La fachada de la iglesia está imponente con la incorporación peatonal de la calle adyacente y como parte de la plaza, cubierta con laja de piedra chiquitana. Los coches duermen en las calles. Las casas tienen las puertas abiertas. La gente camina con tranquilidad. Se nota el profundo mestizaje. ¡Eso es Santa Cruz! Preciosa la interpretación de la Orquesta de Talento Juveniles, porque eso son, talentos. Ni el ruido de un inesperado petardo les hizo romper el ritmo. Niños de pocos años hicieron la noche representando la llegada de don Ñuflo y el Acto de la Fundación. Solo interrumpió el festejo la chilchina en esa noche de serenata a Santa Cruz. Un espanta flojos fue suficiente para que los encargados de los equipos de música levantaran pilchas. A los quince minutos todo había pasado, pero Los Salmones, el plato fuerte de la noche, se habían ido. A lo mejor fue una jugada de los dioses amparando el Barroco Misional. No hubo ningún alboroto. Como tampoco lo hubo el veintiséis, el día siguiente, cuando el Alcalde continuó con aplomo los festejos aunque no llegara presidente ni vice, quienes estuvieron anunciando su llegada minuto a minuto para finalmente denunciar la imposibilidad de aterrizar el helicóptero por razones climáticas. Lenguaje del centralismo. Por suerte había un día hermoso,soleado, cielo sin mancha y azul claro como “el cielo más puro de América”.
Santa Cruz autónoma. Así nació y lo seguirá demostrando día a día. Tanto para los festejos como para el trabajo se guía sola. La cooperación, por el buen trato, se consigue de muchas formas. La pavimentación de la avenida a Santa Cruz la Vieja se hizo gracias a un saldo del tramo Río Tinto a San José, dinero de la comunidad europea, razón por lo que la cifra estaba en Euros y no en Dólares. Ahora, la Cuna de la cruceñidad, está a un tiro de piedra. Los servicios de apoyo irán apareciendo. Mientras tanto, un año para festejar. ¡Viva Santa Cruz!, la tierra que me acogió al nacer, me dio su cultura y su luz.