“La derecha no tiene cerebro”
Hay discursos callejeros agresivos que tienen el claro propósito de enfervorizar a las masas en favor de quien las arenga; son, con frecuencia, parte de las características de algunas campañas electorales. Mientras más radical y agresivo es el orador, se cree que será más fácil captar, entre las turbas enardecidas, nuevos fanáticos. En ese intento, al entusiasmado predicador político se le escapan palabras mal dichas, juicios torcidos, acusaciones injustas y la clara intención de clasificar a los ciudadanos como buenos y malos, como acertados y equivocados, como amigos y enemigos; esta es la percepción totalitaria de un mundo dividido en blanco y negro.
Esto viene a cuento porque un encumbrado dirigente del oficialismo, en un reciente acto convocado para celebrar la fundación del partido gobernante, dijo que “la derecha no tiene cerebro”. Sin entrar en el afán, tan generalizado como inútil, de encontrar diferencias entre las diversas tendencias de la derecha, del centro y de la izquierda, resulta claro que lo dicho por este personaje fue, simplemente, un insulto sin causa ni destino honroso.
Las etiquetas que se pegan a las ideologías son engañosas. Si se las acepta como válidas, se tendría que uniformar en la izquierda a estalinistas, maoístas, castristas, senderistas, montoneros, socialistas del siglo XX, etc., junto a otras gamas –distintas unas de otras– de la llamada izquierda democrática. Otro tanto se aplica a las “derechas”, pues se pretende englobar a todos los de la “derecha” como nazi fascistas –tiranos, por cierto, y ya en extinción–, esto aunque los liberales modernos no tengan ninguna afinidad con las autocracias y, por el contrario, defiendan las libertades democráticas.
Si a los liberales –vistos antes por la izquierda tradicional como reaccionarios a los que arrollaría la rueda de historia– se les llama descerebrados, es una prueba más de que el fanatismo y de la tendencia poco digna de crear malos estereotipos políticos, lleva siempre a la intolerancia que, lamentablemente, ya está entre nosotros.
Lo que se distingue con nitidez, es el neopopulismo. Fácilmente se le advierten –pese a los diversos grados de extremismo y de calendarios de ejecución– designios comunes: eternizarse en el poder y ejercerlo absolutamente, sin contrapesos y sin oposición crítica. Por supuesto que esto no es nuevo. Pero, cada vez que desde el poder se lanza un denuesto, se pone en evidencia que se va radicalizando el autoritarismo.
(03042013)