Crónicas de Santa Cruz
Empezaré afirmando mi criterio de que Mariano Baptista Gumucio es un producto de la más selecta cultura nacional, que, a su vez, la difunde a lo largo y ancho del país, sin contar con más medios que los de su propia capacidad y tesón. No serán suficientes los reconocimientos que le hagan a este notable intelectual, porque, por su propia sencillez, no busca protagonismo de ninguna naturaleza, sino proporcionar mayor ilustración a su patria.
Proveniente de una familia de abolengo cultural y político, que sería ocioso explicar en tan breve espacio y que se conoce sobradamente, con Mariano y su familia me une una estrecha amistad que comenzó hace siquiera un cuarto de siglo, cuando él dirigía el periódico paceño Última Hora y yo lo colaboraba con algunas notas.
Luego fuimos durante breve tiempo colegas de Gabinete, y después me cooperó como director de Canal 7, cuando me desempeñaba como Ministro de Informaciones, y debimos pasar las de Caín, sin un centavo, endeudados hasta la coronilla, y sin poder ni soñar con el derroche millonario que dedica a la propaganda el actual Gobierno.
Pues bien, entre los muchos libros que ha escrito Mariano Baptista, tengo en mis manos una compilación suya que titula “Santa Cruz vista por cronistas y autores nacionales y extranjeros, siglos XVI al XXI”, una verdadera joya para quienes se interesan por la historia cruceña desde la fundación de la ciudad hasta nuestros días, que en algo más de 300 páginas entrega un mosaico fantástico de escritos sobre lo que fue el pueblo viejo hasta su despegue hacia el progreso.
Lorenzo Suárez de Figueroa, Juan Pérez de Zurita, Francisco de Viedma, junto a los más modernos D´Orbigny, Castelnau, René-Moreno, Hetzog, Bayo y Segurola, y los contemporáneos Finot, Céspedes, Serrate, Milliet, Botelho, Mesa, Roca, Alcides Parejas, Paula Peña, Manfredo Kempff Mercado, además de otros autores, describen a Santa Cruz con la visión del lugareño en algunos casos y la de los forasteros en otros. Lo notable es que si se leen los fragmentos de las crónicas sobre nuestro pueblo, es innegable que se encuentran extraordinarias coincidencias, casi se podría decir que un denominador común.
Las coincidencias son que Santa Cruz era una “república de mujeres” donde la cruceña se destacaba no sólo por su incomparable belleza sino por su incansable trabajo al lado del esposo y su activa participación en la vida social. Dicen varios cronistas que en nuestra villa había mucho más mujeres que hombres, lo que no es posible por las leyes de la propia naturaleza. Lo que sucedía, afirman, es que los varones o trabajaban en labores de campo y se ausentaban, o se habían alistado en los ejércitos de la Independencia o se habían trasladado a Charcas, los menos, para convertirse en doctores en la universidad. Pero es criterio general que la mujer cruceña, con su lindura, era el eje de ese mundo ahora lejano y tan sacrificado.
El orgullo racial era otra de las características de los viejos cruceños que se ufanaban de un criollaje hispánico del que se sentían parte y que los llevaba a tomar distancias con el indígena andino y las etnias nativas en general. “Los enemigos del alma son tres: Colla, camba y portugués”, cita René-Moreno, recordando esos tiempos. El hablar solamente español era otra de las características de ufanía cruceña.
El afán de descubrir nuevas tierras, heredado de los españoles, era otra de las peculiaridades del cruceño, quienes, según cita Tórrez López, “… (habían) conquistado para la civilización casi dos millones de kilómetros cuadrados de tierras bárbaras en las pampas bravas y las selvas ásperas del corazón de América…”. Es evidente que desde el pequeño y pobrísimo pueblo, partieron recuas de mulas y pesados carretones tirados por bueyes a desentrañar los lejanos confines de la inmensa llanura verde.
Mas la juerga, el ocio, los juegos de azar, están presentes en un par de cronistas como algo deplorable. Al parecer, no todo eran bondades en la vieja ciudad y los hombres eran proclives a la holgazanería y el vicio. El alemán Hertzog, opinaba en 1908 que el cruceño era, en general, de complexión débil, falto de carácter, y muy vanidoso. Pero en lo que difiere con otros viajeros de manera sorprendente, es que ni siquiera encontraba en las mujeres de Santa Cruz tanta hermosura, porque, según él, no habían “verdaderas bellezas como lo afirma la fama” y que las muchachas se marchitaban “tan rápido como la amapola con el sol”. Tal vez alguna decepción amorosa lo hizo sentirse ofendido a Hertzog y de ahí sus ácidos comentarios.
Lo interesante de esta compilación de crónicas de Mariano Baptista es que, en pocas páginas, el lector puede perfectamente tener una visión cierta de lo que fue la Santa Cruz, colonial, republicana e independiente, en esa su indeclinable lucha por subsistir, por superar su aislamiento, por integrarse al resto de la nación. Una batalla desventajosa que continúa librando en pleno siglo XXI, frente a un Gobierno como el actual, que lo único que le interesa de Santa Cruz es el absurdo sometimiento al pachacutismo, sus votos electorales, y muy poco más.