El fútbol, para ser serio, tiene que ser juego
La víspera del partido de fútbol entre Bolivia y Venezuela, para ventaja nuestra en la altura de La Paz, departía con unos condiscípulos en un asado en que el único friolento era el parrillero, yo, condenado a quemarme por delante y helarme por atrás. El resto se sentó en un recinto con estufa, no sea que por exposición al frío del invierno, alguno agarrara una “plumonía”, afección que sin ser neumológica afecta a los viejitos leño verde: no sé si fue por el calorcito del brasero o el de las libaciones, pero cundió el aire caliente de las glorias idas, casi siempre libidinosas.
La excepción fue uno que a viva voz encargó una carta airada a publicarse en el periódico, si es que el resultado futbolero era adverso a la camiseta verde. Sí, aquella que juega más o menos: más encaja goles y menos los mete. Conocido el empate con Venezuela y la pérdida de opciones en cancha según la aritmética de bar, como la esperanza es lo único que se pierde, quedaban los pases mágicos de algún yatiri para clasificar al Mundial brasileño. Dejamos todo pendiente hasta conocer el score en Santiago, donde que gane Bolivia era tan improbable como fuera la victoria en la refriega que enfrentó a un grupo de vecinos bolivianos con medio millar de soldados chilenos en Calama, en 1879. Como tantas veces, jugamos como nunca y perdimos como siempre.
El lunes llegaron el periódico dominguero y el del día en cuestión. De yapa, recibí el diario de a peso que a veces es más picoso. Resaltaba la frase vicepresidencial que instaba a ‘que los boten a todos’, quizá al calor de salir frustrado del estadio. La retruca del entrenador aludido, vascongado bigotón, sugirió al ‘todólogo’ de 25.000 libros leer a Dante Panzeri y su “Dinámica de lo impensado”.
Confieso que ni sabía de Dante Panzeri. Lo atribuyo a que de púber devoraba revistas argentinas, hasta el partido donde un equipo boliviano vapuleó a River Plate, y un mal perdedor mediocampista mostró peludas nalgas a la tribuna. La revista bonaerense graficó la hecatombe como “Pozo negro en La Paz”, con indígenas arreando llamas y cholitas irrigando calzadas con micciones callejeras, estereotipos tan sesgados como creer que todos los argentinos son petiteros porteños. Perdí interés en el balompié, tanto que cuando mi universidad gringa organizó un equipo de fútbol entre los extranjeros, preguntado en qué puesto prefería jugar, escogí el de “infielder” izquierdo, más apropiado para el béisbol.
Para conocer algo, ya no se tiene que leer en el libro gordo de Petete en alguna biblioteca. Bastó un par de teclas y ¡zaz!, se abrió casi un cuarto de millón de fuentes informativas. Así me enteré del analista argentino y su modesto “este libro no sirve para nada” de apreciación de su obra. Panzeri insta a no tomar el fútbol como tema de especulación filosófica, lamenta su falsa profesionalización, la comercialización del deporte y critica el rebuscamiento en palabrejas de comentaristas deportivos.
Quizá la parafernalia futbolística sigue el molde estadounidense, donde concilian deportes y shows de millonarios segundos de publicidad televisiva. Pero en el fútbol el resultado se decide por lo imprevisto aún, y porque “el chico del barrio se despertó con buen pie”. También con buen estado físico y el ñeque para jugar noventa y tantos minutos, como evidencian los goles en minutos adicionales: ¿acaso Chile no metió su tercer gol en el alargue?
Sacó roncha el Vicepresidente que recomendó ‘botar a todos’. Algún fanático oficialista de escasa ortografía y convencido de que leer libros no rinde tanto como patear pelota (o seguir la carrera de “llunk’u” político hasta llegar a ministro), pueda haber entendido que era instructiva para el voto consigna. Tal vez los hinchas bolivianos están podridos de entidades que enriquecen dirigentes y envilecen jóvenes futbolistas, no sin antes ensoberbecerles con trago, mujeres y contratos en equipos de afuera. Urge una renovación de abajo hacia arriba. Fomentar a los iluminados que crean escuelas deportivas. Ensalzar a los que creen en el ‘mens sana in corpore sano’ y sacrifican fines de semana viendo a sus chiquillos jugando fútbol. Depurar a mandamases que han hecho del deporte un lucrativo negocio de tramposos.
Sea como fuere, quizá tocó un nervio en el aludido perdidoso de partidos y prestigio, con quien debería empezar la depuración en el fútbol boliviano. No se haga mala sangre y sonría el bigotón camino al banco a depositar veintitantos mil dólares mensuales de suculentos honorarios. A mí me recordó el arribo del militar alemán para dirigir tropas bolivianas, antes notable por inculcar disciplina de orden cerrado en paradas marciales al son de bandas prusianas: mandó a soldaditos bolivianos a la moledora de carne y a envolventes cercos, quizá por emular en el Chaco ofensivas y trincheras de la gran guerra europea.
Ojalá que la renovación del fútbol boliviano no sea como el cacareado proceso de cambio que vive el país. Poco sirve el ejemplo de un mandatario futbolista que “le mete nomás” con goles de favor y asienta rodillazos sin tarjeta roja. Igual, de nada servirá el malgasto en programas megalómanos de financiamiento oscuro en canchas, coliseos y estadios, que se resquebrajarán o se vendrán abajo porque los contratistas corruptos mezclaron el cemento seis a uno o elevaron estructuras con alambres en vez de fierro de una pulgada. ¿Quién curará penosas quemaduras de pasto sintético en niños que ni tienen “chuteras”, menos rodilleras?
(20130620)