ArtículosInicioPercy Añez Castedo

La ideología de la destrucción

No hace mucho hablábamos con sana envidia sobre lo ejemplares que eran algunos municipios, cuyos alcaldes que gozaban de un tremendo apoyo popular, eran testimonio del buen obrar, eran ejemplo de lo que debe ser un funcionario público. El orden, la limpieza y el progreso eran factores que resaltaban a la vista del visitante.

Desde que se empezó a usar artimañas jurídicas para acusar sin fundamento y destituir autoridades, muchos municipios de todo el país se han convertido en santuarios del desorden, del caos, de la incertidumbre, del bloqueo y ralentización de las obras públicas tan necesarias en lugares que tienen necesidades básicas estructurales.

Resulta verdaderamente inaudito que se perjudique de esta manera a la población, que suficiente tiene lidiando con la precariedad del día a día. El golpe que se está asestando contra la débil institucionalidad es indignante, pero más indignante es que se burlen de la voluntad popular de una manera tan sinvergüenza, provocando que ésta pierda su valor, imprescindible en un régimen democrático.

Municipios cuyas administraciones eran dignas de imitar se han convertido en botines de vividores, que a punta de violencia están incubando odios y provocando el alejamiento de la sociedad civil de sus legítimas competencias ciudadanas. Sin duda, combatir la corrupción es fundamental, pero el mamarracho jurídico, carente de sentido común, que se han inventado, es una broma de mal gusto para el ciudadano que solo quiere trabajar y prosperar sin trabas ni conflictos innecesarios.

A diferencia del perro del hortelano, que ni come ni deja comer, los partidarios de la ideología de la destrucción y la violencia, están comiendo ellos solos -de una manera repugnante-, demostrando que no les interesa el equilibrio ni los contrapesos, vociferando y mezquinando el pan a los que piensan distinto. Lejos de eliminar la lacra de la corrupción, la están fomentando, creando administraciones alejadas de los problemas reales y con nula vocación de servicio. El partidismo retrógrado parece estar ganando la batalla, y no imaginamos siquiera el peligro que aquello representa para nuestra libertad, nuestros recursos y nuestro futuro político.

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