La juventud contra los símbolos del poder
Por: Luis Nassif
Uno a uno, los principales agentes políticos del viejo modelo se inclinaron a la voz de las calles, de la muchachada del Movimiento Pase Libre (MPL).
Primero, los grandes órganos de los media. De “pandilleros”, “guerrilleros urbanos”, pasaron, no más que de repente, a jóvenes idealistas, la voz de la clase media etc.
Después, los gobernantes. De las declaraciones taxativas contra lo que reputaban “bronca” a declaraciones afables y la garantía de que las protestas podrían continuar.
En medio del alarido desconexo surgieron dos voces referenciales del viejo modelo – los ex-presidentes Fernando Henrique Cardoso y Lula – avalando las protestas. Se siguieron las declaraciones de la presidente Dilma Rousseff, de consideración por el movimiento.
Hay un corre-corre febril de interpretación de las manifestaciones, cada cual pretendiendo arrimar la brasa a su sardina.
Pero, innegablemente, el movimiento fue contra toda la estructura de poder existente – del Ejecutivo a los grandes grupos de media, del Congreso a los grandes partidos políticos y también a los pequeños (manifestantes quemaron banderas del PSTU y PSOL). Hubo hasta para a UNE (Unión Nacional de los Estudiantes), que desapareció.
En la última manifestación, el lunes pasado, los jóvenes no estaban solos. Muchos padres, profesionales liberales, operarios públicos, trabajadores, personas oxidadas desde hace décadas por las manifestaciones callejeras, se adhirieron al movimiento.
Finalmente, ¿contra qué es el movimiento? Es contra todo. Y no se considere que ese “todo” signifique un anarquismo inconsequente. Significa que el molde institucional del país no cabe más en el organismo social brasileño.
Es algo cíclico, ahora acelerado por el fenómeno de las redes sociales.
Tras la elección de Franco Montoro como gobernador de São Paulo, hubo explosiones populares en el centro y en el frente del propio Palacio de los Bandeirantes. Demócrata ejemplar, Montoro llevó balas perdidas, resultado de la impaciencia de quien no aguantaba más el cuadro institucional anterior.
Algún tiempo después, aquella impaciencia resultó en la campaña de las “directas, ya”.
El segundo movimiento fue en la campaña de los “caras pintadas”, que acabó en la caída de Fernando Collor. La explosión ocurriría de cualquier manera. Había una nueva generación en la calle, una rapacería que no hubo participado en las luchas contra la dictadura, pero sedienta de participación.
Aunque hasta el último momento Collor mantuvo respeto por la Constitución, su porte arrogante caló hondo en la joven clase media que se formaba entonces.
Y ahora, se ve el tercer movimiento.