Los milagros del papa Francisco
Primer milagro del papa Francisco. Medio en broma, medio en serio para muchos hay uno muy evidente: conseguir que millones de brasileros amen a un argentino. Algo nunca ni soñado. El Pontífice vino a Río de Janeiro con objetivos pastorales, a reafirmar en la fe a toda una nación, con muchos problemas, de pobreza, de injusticia, de desigualdad; el país ha mejorado enormemente, se ha avanzado de forma notoria, pero, sobre todo, Brasil es parte importante del mundo católico. Uno de los países con mayor número de fieles católicos en el mundo y, al mismo tiempo, identificado con admirables valores humanos, de alegría contagiosa al encarar la vida y un orgullo a flor de piel por sentirse parte de un proyecto “o mais grande do mundo”. Tiene las condiciones y las capacidades.
Con sencillez, Francisco los metió a todos en unos días de oración, de meditación, de interesarse por la salud espiritual del mundo, y lo hizo haciéndolos partícipes de su actividad en la capital carioca y otros centros que visitó, a través de sus homilías, con sus bromas y sus acciones. No olvidó lo fundamental, el acercarse con enorme cariño a los sacerdotes, religiosos/as, gente de clausura y, al final, con tres millones de jóvenes venidos de los rincones más alejados del planeta, para conocerlo, para compartir esas jornadas de oración.
Eran, fundamentalmente, latinoamericanos, del continente de la esperanza. Una experiencia extraordinaria para los asistentes, según sus propios testimonios, entre los cuales se contaban unos cientos de bolivianos desplazados hasta allí para asistir al acontecimiento. Evo estuvo allí, pero su agenda era política. Trató de sacar partido, todos los medios del mundo estaban presentes y el espectacular escenario de la Bahía de Copacabana nada menos que con tres millones de personas, la mayoría jóvenes.
Su intención fue desestimada, en los mismos términos como lo haría el Papa con la anfitriona, Dilma Rousseff. Dejó claro “al César, lo que es del César”. Él no era parte de la promoción del próximo Mundial de Fútbol, ni de las Olimpiadas y, menos, para apaciguar a los “indignados” que llenaban esos días las calles cariocas reclamando soluciones a múltiples problemas sociales.
Evo se conformó con una foto de refilón en segunda fila, para repetir después que el Papa “le admiraba”, y que compartía su preferencia con “la teología de la liberación”. Aunque ha insistido en los términos, no hay testigos.
La formación intelectual del presidente es notoriamente deficiente. Sabemos que parte se debe a las condiciones que vivió en Orinoca; no eran las mejores, pobreza, marginación, una época más conflictiva de lo habitual en el país habían reducido las posibilidades de superación a la niñez y juventud. Hasta emigrar con su familia al Chapare, donde desarrollaría su capacidad como campesino agricultor, hasta iniciarse en la política gremial de los cocaleros, para convertirse y permanecer hasta hoy como la máxima autoridad del sector. Es lógico deducir que su formación espiritual o religiosa sea aún más precaria y por lo tanto salta la duda si sabe a qué se refiere cuando menciona a la Teología de la liberación. Esa corriente en la Iglesia que hizo en su momento especial énfasis en la preferencia por los pobres, y de movimiento eclesiástico terminaría en parte fuera de la comunión con la misma iglesia, por los excesos y/o errores doctrinales en los que incurrió.
Al contrario, al Papa se lo conoce desde siempre asistiendo a los pobres en los barrios marginales de Buenos Aires, compartiendo con ellos hasta su afición al fútbol. Su definición, “Sueño con una Iglesia de los pobres y para los pobres” puede haber calado en la mente de políticos de izquierda; hay cierta resonancia en el discurso. Sin embargo lo que doctrinalmente está claro en la Iglesia puede que no sea asequible con facilidad para ellos. En su momento esa corriente teológica se identificó con las corrientes ideológicas marxistas, por su coincidencia en la lucha por los pobres. Los marxistas terminaron recurriendo a la violencia como medio para esa “salvación” que nunca dejó de ser terrenal, y dieron lugar a movimientos revolucionarios en su mayor parte fracasados y desaparecidos a finales del siglo XX.
La opción por los pobres de la Iglesia Católica en términos de justicia en la tierra, que acerca la salvación del cielo, se definió y separó con claridad, sobre todo en los Documentos de Aparecida, en 2007, evento que curiosamente tuvo como protagonistas a los Obispos latinoamericanos. En términos de Jorge Mario Bergoglio, su inclinación, en consonancia con la doctrina tradicional de la iglesia, es por la opción liberadora de los “pueblos” antes que por la liberación de los “pobres”. No sorprende entonces que el ahora Papa Francisco le haya donado al presidente de Bolivia nada menos que éstos Documentos de Aparecida; algo así como, estamos juntos, pero no mezclados. El dogma marxista no es compatible con los dogmas católicos. En última instancia los de la teología de la liberación terminaron “traicionando la causa de los pobres”. A la Iglesia milenaria no es fácil confundirla con fetichismos, simbolismos ni falsos mesianismos.
El empeño antiimperialista de los populistas latinoamericanos no cabe en el discurso eclesiástico, que convertiría a la Iglesia Católica en una fracción humanista de las tantas que existen en el mundo, prestando un servicio que con frecuencia antepone al pobre a Dios y a el mismo Jesucristo. De donde la tan repetida y tan sin sentido expresión de, Jesús el primer socialista, y otras monsergas. Fue un escritorio de madera, pobre, testigo de 32 minutos del encuentro en el Vaticano; nada comparable a los del Falcon Dassault de Evo. La sonrisa franca del Papa en la despedida contrasta con el ceño fruncido del Presidente. El verdadero resultado de la entrevista está por verse. La conversión de Evo sería, sin duda, el segundo milagro de Francisco.