¿Somos ingenuos, ignorantes o borregos?
Este sería el artículo del viernes anterior a la Navidad 2013, festividad en la que lo más importante no es el oropel, que como maleza ha crecido al celebrar el natalicio de uno que nació en humilde pesebre. Tampoco el atracón de la Nochebuena, que cuando menos disparará la demanda de digestivos, y cuando más pondrá en aprietos a “cocinegros”, y “cocinegras”, en redundancia que hoy compensa la desigualdad que sufre el sexo femenino. Ni el frenesí comercial aplaudido por mercaderes, que lucran con la venta de ñañacas de regalos navideños a intercambiarse; este año, además, subirán los precios debido a un doble aguinaldo electoralista, regalo de uno que quiere ganar votos sin pensar en los efectos inflacionarios para el bolsillo familiar.
Para mí, lo destacado de la Navidad debe ser la convivencia amable de familias, amigos y quizá la generosidad con el prójimo otrora invisible en calles abarrotadas de mendigos. Me forcé la bonhomía de la época para estar alegre, como canta un villancico gringo que remata en pegajoso “la-la-la”. Escribiría algo risueño, que pudiera merecer al menos una sonrisa de los lectores. Algo sencillo, porque como anota Pipo Velasco, es fácil ser humorista cuando tienes a todo el gobierno trabajando para ti.
Una equivocación en buscar canal de dos dígitos en la televisión, y que el control remoto insistiera en marcar sólo un número, me llevó a un programa de entrevistas sobre el satélite boliviano “Túpac Katari”. El anfitrión confesaba que no entendió un ápice de un lujoso fascículo que un diario paceño casi oficialista publicó sobre el tema. El experto de la Agencia Boliviana Espacial (ABE), que debe quitarle el sueño a la NASA, perdió valiosos minutos aclarando que tal emisión multicolor no le costó un peso al Estado (sí, claro…); luego peroró sobre la poca incidencia del satélite en costos de Internet, servicio que había sido el más caro del vecindario, para no hablar de países del llamado primer mundo. Una docente de enseñanza virtual indicó que indígenas de Beni y Pando accederían a cursos universitarios (con laptops impermeables a la humedad y a resbalosos pescados, pensé). El participante que quizá sabía más del ridículo satélite de $300 millones de dólares sin contar cartas y espadas, quizá tímido cuando no temeroso, habló tan quedo que apenas se lo escuchaba.
Apagué la tele y migré al Internet. Atrajo mi atención que el satélite brasileño CBERS 3 había caído a tierra, después de haber sido lanzado al espacio de la base china de Taiyuan, a 760 kilómetros de Beijing. La escueta nota del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Aviación de Brasil daba cuenta de “estimaciones preliminares” que no pudo entrar en órbita al fallar el cohete propulsor Gran Marcha 4B. ¡Alaríla!, ¿qué pasaría si algo similar ocurre con el satélite boliviano Túpac Katari? Con esa preocupación, almorcé y luego disfruté una siesta en mi hamaca.
Nuestro amado líder y gran timonel, apelativo de mi amigo Paulovich, emprendió viaje en su lujoso avión a Brasil, Venezuela y China. En el vecino país, iba a averiguar qué pasó con el satélite brasileño que se estrelló, aprovechando de asegurar entradas al Mundial de Fútbol y, en nombre de Lula y el Foro de Sao Paulo, reparar bardas con la Rousseff prometiendo un “ajtapi” de papa, chuño y quinua amenizado de baile de llameros, en vez de bandas militares. En Venezuela, indagaría de mañas pajareras y milagreras con Maduro, ¿para marear la perdiz del fantasma de la inflación como efecto del doble aguinaldo? En China, al presenciar el despegue del cohete Gran Marcha, cruzaría dedos para que no saliera “chuzo”, corriendo la suerte de más de 100.000 muertos “chuzos” en la Gran Marcha de la epopeya de Mao, su tocayo de apodo.
Como regalo navideño, Evo aumentó los viáticos de esos periplos, y encima, el Vice y algunos de los más adulones ministros, estrenarían nuevos aviones y helicópteros recién comprados a Francia. Uno, a inspeccionar parabólicas y pescar en ríos del Tipnis antes que los coca-cocaineros contaminen sus aguas con ácido sulfúrico. Otro, acompañado de sus ‘guaguachas’, miraría vicuñas en Ulla Ulla, antes que los cazadores furtivos ‘originarios’ dieran fin con los auquénidos. Luego de atiborrarse de pichones en Cliza, otro dignatario pasaría revista a buzos de agua dulce, en instalaciones de la Armada aledañas al reservorio de La Angostura, cariño mexicano del siglo pasado, que hoy no tiene agua, solo barro.
Entonces desperté, sudoroso. Había rellenado la panza con un ‘yapadito’ pucherito de dos carnes de mi ‘caserita’ Carmencita, y tamaña pesadilla fue consecuencia digestiva de semejante exceso. ¡Qué va!, era martes y había que curar la cabeza ya que el día anterior había brindado por la Feliz Navidad con mis amigos. El intercambio navideño fue regado de copas de leche, por supuesto, en razón de la Ley Seca que tiene enfrentados al sibarita Alcalde y a sus concejales, quizá cristianos –o hipócritas. En mi barra de los lunes, el problema fue la pedorrera de algunos que sufrían de intolerancia a la lactosa.
No desembolsan recursos a los hospitales para atender pobretones que requieren diálisis semanal, o parturientas que pese a tanto papo sobre atención al binomio madre-niño, se muere en los nosocomios porque su placenta no salió con el bebé. Sin embargo, hay plata para satélites de $300 millones de verdes y para comprar aviones y helicópteros para los mandamases. Y la mayoría vota por su prorroguismo en el poder. ¿Somos ingenuos, ignorantes o borregos?
(20131220)