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Cocaleros, cooperativistas mineros y otros monstruos

muhammad

Leo a Nathan Wachtel en su Dioses y vampiros-Retorno a Chipaya. Fascinantes temas que merecen ser relatados en texto aparte. Uno, el del kharisiri, nakaq, pishtako, u otro nombre que el “sacamantecas” recibe en los Andes, me ha hecho pensar en el tiempo actual, de supuesto poder indígena y retorno a los ancestros. Estos últimos son cuentos, alimentados primero por el infame canciller y luego -no menos- por el tampoco menos infame vicepresidente. La retórica es el arma de los felones, aprovechados ellos de la turba informe e inconsecuente que nutre los modelos sociales de hoy en América Latina.

Se asociaba -y continúa- al kharisiri con el hombre blanco. Wachtel dice, hablando de historias similares españolas, que posiblemente la leyenda se importó de la península, aunque afirma desconocer literatura al respecto. Sin embargo, como lo anoté en un artículo de hace décadas, en la crónica de la conquista del Mississippi por Hernando de Soto los soldados ibéricos aprovechaban la grasa de los indios muertos para aliviar heridas o encender candela. Es muy antigua la idea, sin duda mucho más que la invasión del nuevo mundo. Vendrá de un utilitarismo antropófago que muy profundo compartimos todos.

A qué viene esto, a lo de aprovecharse del otro, desangrarlo, chuparlo hasta dejarlo exangüe. El atávico temor al silencioso asesino parece haberse transformado en veneración, ahora que nos gobiernan kharisiris hábiles para dorar la píldora de sus fechorías y para hacer, mediante concesiones en dinero o cargos, que se aprueben y respeten sus acciones. Lejos está el día, a pesar de que para los míseros que caen bajo la sospecha de pertenecer al macabro gremio el fin sigue siendo terrible y brutal, en que se los vigilaba y buscaba su exterminación. El fenómeno se ha vuelto discriminador: no toca a los poderosos, se ha maquillado de tal forma que disfrazado se ha vuelto incomprensible para ese alto porcentaje de la población manejada por tales espejismos o creencias culturales.

Cuenta el antropólogo francés que en Orinoca (tierra fértil para la humanidad, sugieren), casi a fines del siglo pasado, se quemó vivo a un kharisiri (basta entender que no hubo juicio ni defensa) y que el polvo de sus huesos se echó al viento para borrarlo de la memoria. De Orinoca salió otro kharisiri que no corre tal suerte, uno más sofisticado en el sentido de la sofisticación del tuerto en región de no videntes. Me pregunto cómo pasó desapercibido, o si las facultades del espectro no son innatas sino que pueden adquirirse. En buen romance: la ocasión hace al ladrón, porque el mito no trata de otra cosa que del hurto de propiedades, de religiones, de dioses, virtudes, lenguaje, virginidad, hasta la vida y la muerte. Trata de un ratero al que las circunstancias le crearon una narrativa acorde al espacio/tiempo para hacerlo no solo asequible sino temible. La leyenda se quedó mayormente allí, en esos parámetros, no sin sufrir según anota Wachtel transformaciones: la grasa ya no servía de ungüento y sí de producto de exportación a los Estados Unidos (fatídico imperio). Algo como el “carintador” (kharina significa cortar con objeto filoso) del altiplano convertido en una especie de Batman.

Sigo con las preguntas: ¿merecen los kharisiris gobernantes interés antropológico? No, lo suyo es una actividad tan vieja y tan comúnmente extendida como vender el cuerpo. El término les cae en la acepción mencionada, la de atracador. No pasa por metafísicas ancestrales ni por disquisiciones filosóficas acerca del ser o no ser. Estos son, y basta; bien lo sabemos.

A su lado, como puntales, endebles si no los acaricia el beneficio, habitan otros grandes secuestradores de grasa, de esfuerzo y trabajo: cocaleros, cooperativistas, chuteros, una pléyade de contundentes, prácticos, capitalistas, esquizoides y bárbaros analfabetos. Ni siquiera tienen el misterio de esa sombra que se pasea en los alrededores de Sicasica, de Sabaya, de las pétreas hondonadas de los Lípez.
07/04/14

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 08/04/2014

Imagen: Zakariya al-Qazwini (1203-1283)/El monstruo de Gog y Magog

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