El estado megalómano
Es una vieja e inacabada discusión la del tamaño ideal del Estado para que este sea eficiente y asegure la vigencia del ordenamiento legal, del sistema democrático y del régimen de las libertades ciudadanas. Para unos, el Estado debe cumplir una función diversa y abarcadora: no solamente cuidar el orden público y la defensa nacional, representar a la Nación ante la comunidad internacional, dictar leyes, administrar la justicia, atender la salud y la educación, y ejecutar las obras públicas que sean de interés colectivo, sino que, para esta corriente del pensamiento, debe ser actor, principal o único en todos esos órdenes y, además, regular y participar en la economía como empresario y manejar el comercio exterior. Ese es “el Estado hipertrofiado que se convierte en megalómano, y la megalomanía es la antesala de la paranoia». (Jean François Revel. El Estado megalómano. Ed. Planeta. 1983).
¿Cuál es el tamaño ideal de un Estado eficiente, gestor del bien común y protector de la libertad ciudadana? ¿Es el Estado hipertrofiando una amenaza para la democracia? ¿Al proteger la iniciativa privada como motor esencial para la creatividad y el progreso, ¿un Estado menos expandido puede seguir políticas sociales para disminuir las brechas de bienestar entre ricos y pobres? Hay otras preguntas inevitables sobre las perspectivas de éxito de los Estados y, por supuesto, de los expandidos a todos los órdenes de la vida ciudadana, como los creados por los fascistas, socialistas, comunistas y todas las gamas del neopopulismo latinoamericano.
Es notorio que los países con Estados omnipotentes sufren, aún luego de décadas de continuada dominación extremista, severas crisis. Y esta experiencia sustenta la idea de que la hipertrofia del Estado no solamente es signo seguro de restricción de las libertades democráticas, sino que, además, es causa de sonados fracasos económicos.
Revel, en la obra citada, afirma: «Para disimular su fracaso económico (el Estado megalómano) se ve empujado a politizarlo todo, es decir, a prodigarse en contraataques, no por acción económica, sino por la intensificación de la acción política, recurriendo sobre todo a su servidor titular, la propaganda, que por vocación se lleva mal con la información imparcial”.
Pero hay más: la fiebre nacionalizadora que hace crecer al Estado, hace que se disponga de un mayor número de trabajadores dependientes, y así es posible reclutar partidarios en las empresas públicas que, en sus manos, frecuentemente pierden eficiencia.
(20140409)