GALEANO: CONTADOR DE HISTORIAS
El capitán del barco reúne a los pasajeros y a la tripulación en cubierta, en medio de la borrasca, y les dice: “estamos a la deriva, perdidos, no llegaremos a puerto porque erré la ruta y no puedo interpretar las cartas de navegación. No sé leerlas. Además, no volveré al puente de mando, porque debo confesarles que he comandado este buque sin los conocimientos suficientes. Jamás me había echado a la mar. Entre ustedes traten de hacer algo pero no cuenten conmigo. Me equivoqué, me extravié, lo siento”.
Es más o menos lo que ha sucedido con Eduardo Galeano desde el momento en que ha reconocido que su best seller “Las venas abiertas de América Latina”, no sirve para nada, que está arrepentido de haberlo escrito, que su prosa de izquierda es pesadísima, que cuando lo escribió, hace más de 40 años, no sabía nada de economía ni de política. Si esas declaraciones se hubieran publicado un 28 de diciembre, Día de los Inocentes, habríamos reído por tan ocurrente inocentada, pero hacerlas en mayo, con sus facultades mentales normales, es otro cantar: desconcierta.
Esto es algo inesperado y no sería de extrañar que en cualquier momento Galeano diga que fue malinterpretado por alguna prensa imperialista; que no quiso decir lo que dijo. Porque sus declaraciones han sido tan despiadadas, tan insensibles hacia sus seguidores, que tiene que haber dejado turulatos a muchos de los jóvenes de hace 40 años, que ahora transitan por la tercera edad (palabrita horrible) y que tuvieron el libro entre sus manos como si fuera la Biblia o el Corán. Muchos columnistas ya habrán dicho lo mismo que yo en esta nota nada original, pero es que hay que ponerse en el pellejo de la zurdería latinoamericana, de la mayoría de los revolucionarios andino-caribeños, que, sin posibilidades de entender a Marx, ni de de leer a tantos teóricos brumosos del marxismo, se conformaron con algo mucho más simple: adorar a un fabulador de novela socialista.
Galeano no sólo que fregó a sus seguidores zurdos, ávidos de tener argumentos fáciles, didácticos, para aplastar al capitalismo sin leer a Marx ni por el forro, sino que también, al parecer tomó el pelo a los liberales o derechistas, o como se llamen, que leyeron “Las venas abiertas…” con la misma avidez que los de izquierdas. Claro que con la intención de refutar a este contador de historias truculentas de miseria y saqueo que tantos argumentos convincentes había escrito en contra de las oligarquías y de los gringos y que ahora aparece declarando, cuatro décadas después, que lo escribió porque no tenía nada mejor que hacer.
Marx, Engels, Lenin, y los filósofos marxistas del siglo pasado, deben estarlo maldiciendo, muchos desde el Más Allá, porque Galeano no les ha hecho ningún favor. En el fondo los ha dejado mal parados, desairados. El uruguayo ha escrito un libro más vendido que “El Capital” en Latinoamérica, o mejor comprendido. Ahora reconoce que algo escrito para idiotas arrolló con él también. La marejada fue tanta que el autor de un libro simple, hasta travieso se podría afirmar, fue lanzado al escenario más grande entre los escribidores políticos de su tiempo. ¿Qué habrá dicho el longevo Fidel si alguien se ha atrevido a contarle de la locura de Galeano? En sus buenos tiempos lo habría hecho fusilar por traidor a la Revolución como a tantos. ¿Y el resto de los talentos que tenían el librito junto a su cabecera, que habrán pensado? ¿Los que armaban alegatos y polémicas con “Las venas abiertas…” como único respaldo? La verdad es que Galeano, con gran honestidad sin duda pero con mucho de chifladura, se debe haber ganado miles enemigos y de maldiciones en los últimos días entre las filas partidarias de la revolución y la guerrilla.
En Bolivia toda la zurdería citaba “Las venas abiertas…” y prácticamente se conocían al dedillo su contenido. En la prensa escrita, en la televisión, es fácil observar que el “galeanismo” se ha metido como trombos furiosos por las venas cerebrales de nuestros compatriotas. ¿Qué antídoto les servirá a los bolivianos para zafarse de algo que ya había sido calificado como una idiotez por pensadores liberales y que ahora lo admite el propio autor? ¿Cuántos libros se han escrito en Bolivia citando a Galeano y que ahora ya no tendrán lectores? ¿Cuántos conferencistas nacionales – algunos que han sido galardonados como doctores “honoris causa” en universidades extrajeras – no hicieron otra cosa que plagiar todas las tonterías que aparecen en el libraco de marras?
Eso de que América Latina era como un niño enclenque y llorón, además de estúpido porque se dejaba quitar hasta el plátano de su recreo, es todo lo que está quedando para el recuerdo en “Las venas abiertas…”. Muy poca cosa para tantas loas y homenajes a su autor.