El Che, cada vez más mito y menos realidad
Más mito que realidad / Nota I de IV
El siguiente texto es el primer extracto de un artículo que LA NACION publicará en cuatro entregas, en el cual el escritor peruano -hijo de Mario Vargas Llosa- intenta desmitificar la trayectoria de Ernesto Guevara, el Che (1928-1967), el médico argentino que se convirtió en un símbolo de la revolución comunista en Cuba.
El Che Guevara, que hizo tanto (¿o fue tan poco?) por destruir el capitalismo, se ha convertido ahora en una marca quintaesencialmente capitalista. Su imagen adorna jarros de café, encendedores, llaveros, billeteras, gorras de béisbol, sombreros, pañuelos, musculosas, bolsos, jeans, té de hierbas y, por supuesto, las omnipresentes remeras con la foto, tomada por Alberto Korda, del ídolo socialista con su boina durante los primeros años de la revolución, cuando el Che apareció por casualidad dentro del visor del fotógrafo y que aún es, 38 años después de su muerte, el logo del chic revolucionario (¿o es capitalista?). Incluso hay un jabón en polvo cuyo eslogan es: «Che lava más blanco.»
Los productos Che están comercializados por grandes corporaciones y por empresas pequeñas, como la Burlington Coat Factory, que hizo una publicidad de TV en la que aparece un joven con pantalones de fajina y una remera del Che, o la Boutique Flamingo, de Union City, Nueva Jersey, cuyo dueño respondió al enojo de los exiliados cubanos locales con este devastador argumento: «Vendo cualquier cosa que la gente quiera comprar.»
Los revolucionarios también se suman a este furor comercial, desde «The Che Store», que ofrece «todas tus necesidades revolucionarias» por Internet, hasta el escritor italiano Gianni Minà, quien vendió a Robert Redford los derechos cinematográficos del diario del Che sobre su viaje juvenil por Sudamérica en 1952, a cambio de que se le diera acceso al rodaje del film «Diarios de motocicleta», para que Minà pudiera producir su propio documental.
Por no hablar de Alberto Granado, quien acompañó al Che en su viaje de juventud y asesora hoy a documentalistas, y que ahora, según El País, se queja de que el embargo estadounidense a Cuba le dificulta mucho el cobro de sus regalías.
Para dar aún más fuerza a la ironía, el edificio donde nació Guevara, en Rosario, una espléndida construcción de principios del siglo XX, estuvo hasta hace poco ocupado por el fondo de jubilaciones privadas AFJP Máxima, un hijo de la privatización de la seguridad social en la Argentina.
La metamorfosis del Che Guevara en una marca capitalista no es nueva, pero recientemente ha experimentado una reactivación? Una reactivación especialmente notable, ya que aparece años después del colapso político e ideológico de todo lo que Guevara representaba.
Esta imprevista reanimación se debe en gran parte a «Diarios de motocicleta», la película producida por Robert Redford y dirigida por Walter Salles (uno de los tres films más importantes rodados o en proceso de filmación durante los últimos dos años).
Bellamente filmada en paisajes que evidentemente han escapado a los efectos corrosivos de la polución capitalista, la película muestra al joven en su viaje de autodescubrimiento, mientras su incipiente conciencia social se enfrenta a la explotación social y económica, preparando así el terreno para la reinvención New Wave del hombre al que Sartre una vez llamó el ser humano más completo de nuestra época.
Pero para ser más preciso, el actual renacimiento del Che empezó en 1997, con el trigésimo aniversario de su muerte, cuando cinco biografías de Guevara llegaron a las librerías y se descubrieron sus restos mortales cerca de una pista de aterrizaje del aeropuerto boliviano de Vallegrande, después de que un general retirado boliviano, con un espectacular sentido de la oportunidad, revelara el lugar exacto de la sepultura. El aniversario volvió a concentrar la atención en la famosa foto de Freddy Alborta, donde el cadáver del Che se ve tendido sobre una mesa, escorzado y muerto y romántico, con la apariencia del Cristo en una pintura de Mantegna.
«NO SÉ POR QUÉ»
Es habitual que los seguidores de un culto no conozcan la historia de la vida real de su héroe, la verdad histórica. No resulta sorprendente que los seguidores contemporáneos de Guevara, sus admiradores poscomunistas, también se engañen a sí mismos aferrándose a un mito? Excepto los jóvenes argentinos que han creado una expresión que rima perfectamente en castellano: «Tengo una remera del Che y no sé por qué.»
Consideremos algunas de las personas que recientemente han esgrimido o invocado la imagen de Guevara como modelo de justicia y rebelión ante el abuso de poder. En el Líbano, los manifestantes que protestaban contra Siria ante la tumba del ex primer ministro Rafik Hariri enarbolaban la imagen del Che.
Thierry Henry, un jugador de fútbol francés que juega para Arsenal, en Inglaterra, se presentó en una fiesta de gala organizada por la FIFA, la institución mundial del fútbol, con una remera roja y negra con la imagen del Che.
En una reseña reciente aparecida en The New York Times, sobre «Land of the Dead», de George Romero, Manohla Dargis señaló que «el mayor shock que esto provoca probablemente sea la transformación de un zombi negro en un justo líder revolucionario» y agregó: «Supongo que, después de todo, el Che realmente vive».
Maradona exhibió el emblemático tatuaje del Che en su brazo derecho durante un viaje a Venezuela, donde se reunió con Hugo Chávez.
En Stavropol, en el sur de Rusia, los manifestantes que denunciaban pagos en efectivo a cambio de concesiones de asistencia social, tomaron la plaza central enarbolando estandartes del Che.
En San Francisco, City Lights Books, la legendaria cuna de la literatura beat, ofrece a sus visitantes una sección dedicada a América latina en la que la mitad de los estantes están ocupados por libros del Che.
José Luis Montoya, un oficial de la policía mexicana que combate el narcotráfico, usa una muñequera del Che, porque lo hace sentir más fuerte.
En el campamento de refugiados de Dheisheh, en Cisjordania, los pósteres del Che adornan un muro que rinde tributo a la Intifada.
Una revista dominical dedicada a la vida social en Sydney, Australia, publica la lista de los tres invitados más deseados para una cena: Alvar Aalto, Richard Branson y el Che Guevara. Leung Kwok-hung, el rebelde electo como miembro del Consejo Legislativo de Hong Kong, desafía a Pekín usando una remera del Che.
En Brasil, Frei Betto, el asesor del presidente Lula da Silva que está a cargo del publicitado programa Hambre Cero, dice que «deberíamos haberle prestado menos atención a Trotsky y mucha más al Che Guevara».
Y en la ceremonia de los premios Oscar de este año, Carlos Santana y Antonio Banderas interpretaron la canción de «Diarios de motocicleta», y Santana se presentó luciendo la remera del Che y un crucifijo.
Las manifestaciones del nuevo culto al Che están en todos lados. Una vez más, el mito provoca el entusiasmo de gente cuyas causas, en su mayoría, representan exactamente lo opuesto a lo que era Guevara.
Ningún hombre carece de cualidades que lo redimen. En el caso del Che Guevara, esas cualidades pueden ayudarnos a medir la magnitud del abismo que separa la realidad del mito. Su honestidad (más bien, su honestidad parcial) hizo que dejara testimonio escrito de sus crueldades, incluyendo cosas verdaderamente feas, pero no las más feas. Su valor -que Castro describió como «su manera, en cada momento difícil y peligroso, de hacer las cosas más difíciles y peligrosas»- significó que no vivió para hacerse plenamente responsable del infierno de Cuba.
El mito puede decirnos tanto sobre una época como la verdad. Y, por eso, gracias a los testimonios del propio Che acerca de sus ideas y sus acciones, y gracias también a su prematura desaparición, podemos saber exactamente cuán engañados están tantos de nuestros contemporáneos con respecto a tantas cosas.
Traducción de Mirta Rosenberg.
Fuente: LaNacion
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