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Que las mujeres bolivianas vistan burka

Hacía tiempo que mi esposa de casi cuarenta años había perdido la pasión, al extremo de que sospechaba en ella algún ancestro de latitudes frías y costumbres impasibles. No hablo del placer íntimo, mesa en la que rara vez tenemos hambre. Hace poco murió su hermano y me sorprendió su intensa pena dolida y amarga. El otro día, la charla del desayuno reveló otra faceta de mujer apasionada que creía perdida, que había ocultado tanta miseria humana en el desván cerebral donde las personas amontonamos las malas vivencias, ella que como juez de familia y vocal de corte había presenciado tanto maltrato a la mujer, endiosada cada año en el día de la madre y semanalmente aporreada en muchos viernes de soltero. Lo peor, condonado por las féminas, en especial del vulgo, con el consabido ‘porque me quiere me pega’.

No era para menos. A la tercera va la vencida, pensarían los reclutadores de candidatos oficialistas empeñados en seducir a la clase media urbana con salpimiento de ‘jailones’. No conozco los entretelones, pero un lúcido senador perdió la opción a prorrogarse por un supuesto incidente de violencia doméstica; el siguiente postulante, brillante intelectual, descarriló porque en este país de omisos estaba poco clara su posesión de la libreta militar, creo.

El tercer candidato, un conocido médico y docente universitario, la embarró con una declaración ‘machista’, prejuicio común en la variopinta cultura boliviana (no me refiero solo a los ‘culitos blancos’ sino también a los más oscuros, que todos tenemos la borla café en la válvula posterior). Sometido al fuego cruzado de un reportero (o casi seguro, reportera), pisó el palito. Preguntado por su opinión sobre los casos de feminicidio y violencia contra la mujer, extendidos en Bolivia como el ébola en África occidental, pontificó que “se debe enseñar a las mujeres a cómo comportarse” para evitar ataques, violaciones y asesinatos. Guay de la mujer rabiosa, digo: ante la oleada de críticas, el futuro hombre público pisó otra mina hedionda, al aclarar que quiso decir que al estar “borrachas” y vestirse en “forma provocativa” pueden ser víctimas de violencia.

‘No banalices el tema’, recomendó mi esposa. Espero no incurrir en tal defecto, recordando las ‘evadas’ del Presidente: “cuando voy a los pueblos quedan todas las mujeres embarazadas y en sus barrigas dice ‘Evo cumple” (2010); o cuando pidió a los cocaleros chapareños enamorar a las indígenas yuracarés para que acepten dividir el Tipnis con la carretera asesina (2011); hace poco discurseó que deseaba quejarse a las célibes porque “soltera se embaraza, Evo cumple. A mí me echan la culpa. Así que prohibido embarazarse las solteras, no quiero ser culpable de todo”. Si el ejemplo que debe ser el primer mandatario es ese, no es extraño que el candidato a senador imite el machismo del jefazo, hoy que se toleran minorías de diversas preferencias sexuales.

Poco importa que el galeno machista haya pedido disculpas. El sabihondo autor del falaz axioma “ciertos tipos de vestimenta y de actitudes llevan a que sean con mayor probabilidad atacadas”, así fuera citado fuera de contexto, podría ser aplicable a las cholitas cachascanistas, que en sus revolcones  muestran más de lo prudente para el rijoso, si es que el macho matasanos se excitara a la vista de la hembra. Deberá parar la progresión de castas bragas orladas a ceñidos bikinis, en las danzantes ‘muestra calzón’ de las morenadas; en peligro están homosexuales con su quiebre de muñeca, ¿deberíamos asumir que Cristiano Ronaldo es gay provocando fractura de tibia porque se depila las cejas?

Quizá la solución que propondría el lenguaraz machista, en el contexto del acercamiento de Evo Morales a Irán y a la fanática causa árabe, sería adoptar costumbres islámicas en el vestido obligatorio de las mujeres que desean evitar acosos, violaciones y asesinatos vistiendo menos provocativamente. Pero no faltaría algún odioso de la cultura occidental, que ignorante de diferencias entre grados de ocultamiento de las féminas, que de menos a más oscila entre ‘hiyab’, ‘shayla’, ‘chador’ y ‘niqab’, optaría por la burka, esa cárcel de tela de mujeres afganas, que en colores grises o negros les cubre de la cabeza al suelo, dejando un recuadro entretejido que impide mirarlas y apenas las deja ver.

Deslices como los del ‘jailón’ candidato a senador por el partido de gobierno, dan palestra y poder de convocatoria a los movimientos feministas. Bienvenidos. Ojalá fuera para que las mujeres protesten por los quince años que ha tardado la sentencia del portero asesino de la niña en una escuela de La Paz. Para que castren al guardia de seguridad que violó y mató a una médica en Santa Cruz, solo porque su corteja le tenía despechado. ¿Y qué tal los policías de la Unidad Táctica de Operaciones (UTOP), quienes tal vez dentro de sus ‘operaciones’ incluyeron la violación múltiple de una joven, hallada después desquiciada por el trauma físico y sicológico?

Invoco a que las mujeres exijan que candidatos aprendan de sus jurisdicciones y sus necesidades, incluyendo a la burra esa que culpa a la cerveza por tanta violencia de género, y a la ignara que condona al alcalde mete-mano porque hace obras – ¿no es lo mismo el cómplice ‘roba, pero hace’? Porque en el matasanos machista y en la mayoría de los propuestos a escaños de uno u otro bando, sorprende la ausencia de proposiciones razonables y bien pensadas respecto del machismo y la seguridad ciudadana, meollos del asunto.

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